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Reportaje:

Hay Pirineos / 1

El rastro de Occitania

"iQué gozo! ¡Ya no hay Pirineos! ¡Se han hundido en la tierra y no formamos más que una nación!", exclamaba el embajador Castelldosrius al aceptar Felipe de Anjou la Corona de España, vacante al ocurrir la muerte de Carlos Il. Frase repetida y manoseada desde entonces en ambas naciones pirenaicas con mejor o peor oportunidad. ¿Existen los Pirineos como frontera erizada de los pueblos español y francés? ¿O son ya, solamente, un puro accidente geográfico "una frontera natural", como decía Danton en las guerras convencionales de 1893? Yo creo que los Pirineos existen en un sentido más profundo y verdadero que en el de ser una línea administrativa que define soberanías territoriales. Son un inmenso conjunto geológico, montañoso, fluvial, lacustre, arbóreo, pastizal, con flora y fauna específicas. Sobre la cadena de sus cimas y en el hondón frondoso de sus valles, en los que resuenan los torrentes, deambula y vive el homo pirenaicus, que no es solamente un mezclado grupo étnico, sino un resultado de la tierra, del alimento, del clima, de las costumbres y de las tradiciones comunes. Los pastores de la alta montaña, los antiguos muleteros, o pasadores, los guías de las sendas cimeras, coinciden en un léxico común que es el patués de los valles. En él entran componentes muy diversos de raíz latina, francesa, castellana, cata.lana, euskérica y del lenguaje aragonés y occitano. Bernard Du.hourcau ha resumido en su Guía de los Pirineos misteriosos una síntesis jugosa y orginal de ese gran accidente geográfico que es uno de los hitos de la historia de Europa.Con un grupo de amigos recorrí en estos días en breve itinerario una parte del enorme macizo que por la vertiente francesa tiene la cómoda ventaja de accederse por los valles hasta el pie mismo de los gigantescos picos. Es sorprendente comprobar la desparramada toponimia vasca, que se halla presente hasta el límite oriental de la cordillera. Junto a Prades, por ejemplo, puede verse todavía el luigar en que se alzaba el castillo de Harría, de cuyo nombre ha sido amputada la primera, sílaba, dejándola en Ría. Del linaje de ese nombre procede la dinastía de los Wifredos, que acaban siendo condes independientes de Barcelona y más tarde reyes de Aragón. Un poco más arriba, la ciudad ,de Vernet, capital de los primitivos condes de Rosellón, nido de águilas colgado del macizo del Canigou, ofrece su airosa silueta. Por cierto, esa bellísima perspectiva de Vernet está reproducida en los antiguos billetes de 500 pesetas, cuyo anverso lleva la figura de Mosén Cinto Verdaguer, el bíblico cantor del Canigó, la montaña santa de Cataluña, rica en nieves, en leyendas, en dragones y, sobre todo, en un arte románico de supremo simbolismo impregnado de oriental belleza.

La montaña mágica

No conocía yo Montsegur, situada al norte de la cadena pirenaica, en el Ariége, en los primeros escalones de la serranía de San Bartolomé. Es un monte de perfil singular, altivo, solitario, con un cierto aire de irracional geometría. Cuando Kipling contempló el Canigó lo llamó "la montaña mágica" por antonomasia, inquiriendo si era cierto que en días de transparencia atmosférica podía ser observado desde Marsella, a 75 millas de distancia, como aseguraban algunos marinos. Pero años después el gran europeísta suizo y viajero europeo infatigable Denis de Rougemont exclamó al descubrir el perfil de Montsegur que no había otra localización posible del Montsalvatge de las leyendas de Wolfram von Eschenbach que dieron lugar al ciclo wagneriano del Parsifal. Walgner vino, al parecer, a visitar esta montaña. "El choque emocional que me produjo la visión de este pico sagrado tiene para mí una evidencia superior a toda clase de pruebas documentales", escribe Rougemont. Pensadores germanos cayeron uno tras otro en la faseinación del doble mito "Montsegur-Montsalvatge". Rudolf Steiner, el fundador de la antroposofía, se refiere en varias ocasiones a este monte, relacionándolo con la búsqueda del "Graal", el místico objeto de carismáticci poder y naturaleza mal definida, que recorre como un tema sinfónico gran parte de la historia esotérica del occidente medieval. Jean de Markale, el notable investigador de los mitos culturales del pasado europeo, ha publicado recientemente un exhaustivo estudio de la cuestión, que entiende originada en la remotísima cultura céltica. Para muchos autores, la búsqueda del Graal era una experiencia interior de cada hombre encaminada a descubrir la trascendencia espiritual del ser. Pero otros se atuvieron al sentido literal de la leyenda creyendo que se trataba dé un objeto, cáliz, joya o talismán. Entre ellos se encontraba Otto von Rahn, misterioso personaje unido a los más altos niveles del nazismo alemán, quien organizó una expedición a Montsegur hacia 1933, con objeto de localizar el Graal entre las ruinas o en los alrededores del castillo. Von Rahn llegó a publicar un libro relatando el frustrado intento: Kreuzzug degen den Graal.

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La historia real de Montsegur es más prosaica y dramática. Los últimos albigenses o cátaros, herejes acorralados por la cruzada papal atizada por motivos políticos por el rey de Francia, fortificaron el inexpugnable castillo para resistir en él, indefinidamente, proclamando su fe disidente. El concilio de Beziers ordenó la destrucción de Montsegur. Duró el sitio de la fortaleza muchos meses. Apoyaban a los rebeldes, con intermitencias, casi todos los nobles de Occitania, el conde de Tolosa, el de Foix, el señor de Mirepoix, los vizcondes de Beziers y de Carcasona. Y, pública o solapadamente, los reyes de Aragón, que no veían con buenos ojos la llegada de la soberanía capeta al límite pirenaico. Pedro II, el heroico monarca de las Navas, había muerto en Muret, junto a Tolosa, pocos años antes, luchando contra los cruzados de Simón de Monfort. Los cátaros, sin víveres ni esperanzas, pactaron su rendición. Fueron invitados a renegar públicamente de sus creencias. 200 de ellos, hombres y mujeres, no quisieron abjurar de su religión, imprégnada del dualismo mani queo e inspirada de un supremo anhelo de perfección, al que sólo tenían acceso los puros de la secta. Todos ellos fueron quemados vivos en la gran campa que se extiende al pie de las ruinas del castillo que aún hoy se llama el Camp des cremats.

El Tabor de la Occitania sacrificada

Mientras admirábamos en la temprana mañana el bravío paisaje del monte, una interminable romería, formada en su mayoría por jóvenes, ascendía por el empinado sendero que conduce a la crestería de las murallas. Dentro de ellas no hay nada, como tantas veces ocurre en la tenaz búsqueda que emprende el ser humano en demanda de luz para revelar el misterio. Montsegur es hoy uno de los lugares más concurridos del turismo veraniego. El 16 de marzo, aniversario del auto de fe de 1244, el gentío invade a millares el monte y sus alrededores. También hay una afluencia notable en los solsticios de verano y de otoño. Un escritor romántico de la región, Napoleón Peyrat, lanzó en sus obras el credoodel fervor occitano, llamando a Montsegur el monte Tabor de la Occitania sacrificada.

¿Existe hoy día un occitanismo latente en las tierras de la lengua de Oc? ¿Queda viva en esta sugestiva región de Francia una identidad espiritual, literaria, cultural o política? Occitania no se nombró a sí misma, sino que fue la administración de los reyes capetos quienes a partir de la anexión del condado de Tolosa, en 1279, empezó a denominar, oficialmente con ese nombre, a las nuevas tierras del rey que hablaban una lengua diferente: "Las provincias occitanas". En el siglo XIX, el movimiento del felibrige y su repercusión provenzal despierta un renuevo del occitanismo. Pero es, sobre todo, después de la segunda guerra mundial cuando se pone en marcha la campaña occitana, lingüística y literaria en primer lugar, pero que más tarde se extiende al terreno económico y político.

Los partidarios ocpitanos se sienten solidarios de las rebeldías albigenses, pero luchan también contra el poderío tecnocrático del centralismo, la polución de los ríos y de las ciudades y la invasión turística que desequilibra, a su juicio perturbadoramente, la maravillosa riqueza ecológica de la comarca.

¿Hay todavía residiuos de la fe de los perfectos, que fue exterminada hace cinco siglos y medio, en Montsegur? Un erudito local asegura que en las granjas apartadas del Ariége funciona un tipo de misteriosa religiosidad que tiene connotaciones de la que provocó la gran persecución y tragedia del siglo XIII. Pero el maniqueismo, originado en el irresuelto problema filosófico del mal, ¿no sigue, de hecho, estando presente en la conciencia de la sociedad desarrollada de la edad contemporánea?

El occitanismo, sobre todo, es un síntoma de la honda pluralidad europea. La que se halla arraigada en los diversos núcleos étnicos, históricos, culturales y lingüísticos que forman nuestro continente. La unidad de Europa tendrá que hacerse federando o confederando los Estados actuales de los que se compone nuestro viejo mundo. Pero las otras piezas subestatales del mosaico, es decir, las regiones, las comarcas, las ciudades, villas y lugares, son la auténtica riqueza de esa Europa.

Y de su interminable fuente de culturas. vivas nos alimentamos todos.

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