_
_
_
_
Reportaje:Viajar

El otro rostro de Benidorm

Aunque poco queda de la primitiva población, todavía permanecen restos de murallas de cuando los moros la llamaban Benihardim

Más allá de esa locura de torres inmensas, apartamentos y discotecas que se levantan como un espejismo en la tierra más árida y reseca de Alicante; detrás de ese mundo de neón, cemento y grandes avenidas que forman el Benidorm de hoy, la ciudad símbolo de la gran operación turística, se encierra, embutido entre las nuevas urbanizaciones y el mar, el casco antiguo de esa antigua Alonis, cuya fundación se remonta a varios siglos antes de nuestra era.Poco queda de la primitiva población, destruida por los tiempos y la voracidad de los hombres; tan sólo algunos restos de murallas, de cuando los moros la llamaban Benihardim, en el cerro de la Cala.

También los cimientos del castillo que mandara edificar Felipe II para defender la costa de los continuos ataques de los piratas berberiscos.

Los planos se deben a aquel Antonelli autor de otra gran obra en estas tierras, la inmensa fortaleza -el Fort-, cuyos restos aún se alzan en la sierra de Bernia, en la bahía de Altea. Detrás de ese extraordinario mirador que se levanta entre las dos playas -la de Levante y la de Poníente-, y en el mismo lugar en que estuviera emplazado el castillo, se aprieta el casco antiguo, que desciende -a veces en escalera, como en el Carrer dels Gats- hasta el llano.

Es interesante la parroquia, del siglo XVIII, con pinturas italianas, y la calles y casas, de innegable sabor moro.

Al sur, la Marina Baxa

Al sur de Benidorm, otro pueblo de pescadores convertido en centro turístico, Villajoyosa, cerrando la comarca de la Marina Baixa, esa tierra saturada de sol y falta de lluvias, atravesada por la sierra de Aítana y el Puigcampana, y cubierta de almendros y olivos.También de fundación antiquísima (se han encontrado huellas de la Edad del Bronce), con serva parte de lo que fue su nú: cleo primitivo. Aún se puede ver algo de lo que fueron sus murallas: unos lienzos y dos torres, así como su iglesia, gótica con portada renacentista

Pero el mayor encanto de Villajoyosa reside en su barrio de pescadores, la zona comprendida entre la carretera y el mar, un conjunto de casas apretadas y en pendiente que muestra en sus fachadas -rosas, añiles, verde tenue- todos los colores del Mediterráneo. Ya en el paseo Marítimo, los espacios se amplían y crecen las palmeras delante de una hilera de casas que son ejemplo de la arquitectura popular alicantina.

Y al norte, Altea, la mejor conservada de las tres poblaciones, sin duda la más conocida por su belleza.

Sin dudarlo, lo más interesante es su parte alta, la que se aleja del mar y se extiende alrededor de la iglesia: calles blancas y rincones inesperados forman un conjunto salvado de milagro de la destrucción y el cemento. No se puede decir lo mismo de su parte baja, el antiguo barrio de pescadores, que, sin embargo, ha mantenido un cierto respeto hacia el tipo de construcción primitiva.

El interior

Rodeada de montañas ásperas que llegan hasta el mar, la Marina Baja -almendros en tierra reseca y oasis de naranjos y limoneros-, asolada durante siglos por piratas y sublevada por los moriscos, guarda ocultos paisajes insólitos en los pliegues de la Aitana. De Benidorm -también de Altea- parte una carretera que, pasando por Polop -el pueblo de Miró-, llega a Callosa d'Ensarriá, que trepa sobre una ladera en las estribaciones de la sierra de Bernia.Rodeada de huertas por todas partes, está regada por el Algar y el Guadalest. Su apellido le viene de cuando fue propiedad del almirante Bernat de Sarriá, pero mucho antes fue colonia griega y población árabe. Su casco más auténtico hay que buscarlo en lo alto, más allá de la gran iglesia, con portada del siglo XVI, de factura herreriana, que preside una pequeña plaza.

Allí da comienzo un manojo de calles estrechas que se quiebran en la continua subida. Buenas casas y bien conservadas, sobre todo una, fechada en 1650, perfectamente blanca, pintadas de azul sus puertas y ventanas, convertida en galería de arte, cuya mejor obra es la misma construcción. A menos de cinco kilómetros del pueblo se encuentran las fuentes del Algar, una excursión casi obligada para los turistas de sol y mar. Se trata de una gran cascada en medio de un paraje arbolado y hermoso, que a duras penas puede contener la habitual avalancha de gente.

La carretera se dirige hacia el interior y la sierra, remontando el cauce del río Guadalest. Después de múltiples curvas y paisajes encrespados se vislumbra la cresta rocosa, inverosímilmente alta e inaccesible, donde se asienta Castell de Guadalest, un lugar al que la carretera se acerca con revueltas continuas, en una subida lenta y casi imposible. Nadie podría haber ideado una defensa más inexpugnable como la que la propia naturaleza compone en torno suyo.

Dominando el valle del Guadalest, sobre un alto picacho, las murallas continuaban las rocas al desnudo. Abajo, sólo el vacío y la soledad. El pueblo entero, encerrado en la fortaleza, es un verdadero museo, por desgracia demasiado turistizado.

Habitado por moriscos

Como tantas poblaciones de la comarca, fue habitado por moriscos que protagonizaron distintas sublevaciones a lo largo del siglo XVI. Fue cabeza del marquesado de Guadalest, y el castillo de San José, hoy convertido en cementerio, prisión de los conversos que, según las acusaciones, ayudaban a las partidas de piratas, que tanto frecuentaban estas costas. Todo viajero de pro debe recorrer la pequeña poblacíón de punta a punta, hacer un alto en el ayuntamiento, la iglesia y el palacio de los Orduña, y subir hasta los restos del castillo a través de un empinado vía crucis.Desde lo alto se contempla toda la Marina, las laderas abancaladas, el embalse en lo hondo, la tierra dura, la cercanía de un cielo terso y quieto.

Vuelta atrás hacia Benimentall, un pueblo de origen árabe con un casco medieval de casas apretadas y tejas blanquecinas. Y un curioso museo, el de Art Antic, donde se guardan armas y alguna antigüedad de interés.

El regreso se puede hacer por la carretera que une esta población con Polop, atravesando la sierra de Aitana: en medio de un paisaje solitario y eternamente abrasado, la Marina volverá a ser aquella comarca aislada del mundo y pendiente de un mar que no siempre está presente.

Lo más insólito

Els Arcs dels Atanços, dos asombrosos arcos abiertos en la roca por los vientos y el agua. Se encuentra en la pista que une Castell de Castells con Tarbena, al norte de Guadalest.Los pous de la neu, construcciones de piedra que sirvieron en tiempos pasados para conservar la poca nieve que caía en estas tierras. Cerca del Partagat, en medio de la Aitana, se encuentran algunos buenos ejemplares.

La subida al Puigcampana, ese pico de 1.420 metros de altura que se levanta a espaldas de Benidorm. La ascensión -naturalmente, a pie- se inicia en la fuente de los Molinos (carretera de Finestrat a Benidorm) y puede durar unas tres horas. Desde la cumbre, toda la costa se domina como un mapa.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_