Tarradellas: "Lo que nos pasa es un poco culpa de todos'
"Tendría que promulgarse un indulto general, porque aquí no hay militares ni 'etarras', sino unos españoles condenados que han de reintegrarse a la sociedad"
bal como el que usted propone?R. Es evidente que el indulto vendrá. Cuanto más tarde, más difíciles serán las cosas. Llegará el momento en que se pondrán tan espinosas que el indulto parecerá una victoria de los duros. Yo considero, por el contrario, que debería ser un triunfo de quienes están ahora en el Gobierno, una medida de armonía y de concordia. No creo que nadie descarte completamente el indulto. Esa medida de gracia no causaría efectos positivos si no se acompaña de un deseo de transformar la vida política en España. En cierta manera ya se ha transformado, y no está mal, no podemos quejarnos: no ha pasado nada grave ni creo que pase. Pero no vamos a estar siempre pensando en lo que puede ocurrir. Y eso obliga a ciertas exigencias a los partidos.
P. Cuando dice que lo que nos pasa es un poco culpa de todos, ¿incluye el 23-F?.
R. Los hechos de aquel 23 de febrero no me sorprendieron. Tanto las informaciones que me daban algunas personas relacionadas con el Gobierno, como mi intuición, me indicaban que el golpe iba a intentarse. Es algo clásico en nuestra historia; pasó en 1932, en 1934, en 1936 y nos ha pasado en 1981. Siempre nos pasan cosas así, y siempre existen personas que mandan y que lo presienten, que tienen una responsabilidad, y que no actúan. No quiero criticar a ninguno de los que gobernaban en 1980, pero es evidente que si yo extraje la impresión de que estábamos en vísperas de un pronunciamiento, más lo debía saber el Gobierno. El Gobierno dijo que lo ignoraba: esto es grave. Pero más grave sería que conociéndolo no hubiera actuado. Esta es la clave de todo: nos creemos que porque tengamos la razón nos la van a dar. Yo pienso al revés: aunque tenga razón, me planteo que quien me escucha puede poseer la suya. Para gobernar bien hay que prever los acontecimientos y, ante la certeza de que puede producirse algo como un golpe, obrar rápidamente. Existe la teoría de la espera. La tuvo Azaña, como la han tenido nuestros últimos gobernantes, y dio malos resultados. Esperar a que se desencadenen los acontecimientos para después reprimirlos, es siempre una mala táctica.
P. ¿Trata de decir que podría haberse impedido el golpe?
R. Creo que conociendo como se conocía meridianamente la existencia de militares discónformes con la política del Gobierno, si se hubiera intervenido -no deteniéndoles, sino llamándoles al diálogo-, probablemente el pronunciamiento se habría evitado. Resolver el problema ahora, cuando todo está consumado, es más complicado. Claro está que habrá quien me niegue la razón, que considere todo bien resuelto... Pero yo me digo: actualmente están detenidos unos 30 militares y eso genera una situación de ambigüedad en el conjunto del país. ¿Cómo resolverla? Pues procurando hacer una política serena y rigurosa, que no posibilite que un cuerpo tan sensible como el Ejército pueda encontrar razones para sentirse disgustado o decepcionado. Es dificil concretar un remedio al problema militar, porque no conozco exactamente la información del Gobierno y el pensamiento de otras fuerzas o instituciones. Pero veo claro que debemos procurar hacer una política de unidad, aunque parezca imposible.
P. ¿Cree que existe peligro de involución todavía?
R. No me lo parece. Pero existe el peligro de la decepción constante, que cada día se irradia más. Todas las semanas hay un militar que protesta, que pide indultos y que, naturalmente, es arrestado. Esto no propicia un clima de entendimiento. Las protestas significan que algo no marcha. Si queremos ser sinceros con nosotros mismos, tenemos que tener el coraje de averiguar por qué no marcha y cuál es el remedio. Yo no dispongo de una varita mágica. Pero el Gobierno tiene medios a su alcance: el primero, procurar que el problema militar no sea tema de polémica en la Prensa y en la calle.
P. ¿Es tan importante evitar este tipo de polémicas?
R. Es fundamental. Vea que está pasando con el tema de la OTAN. Parece que el Gobierno está dispuesto a ingresar en la Alianza Atlántica y que el PSOE no; los militares, unos sí y otros no... Con el tiempo, la cuestión se enredará hasta agravarse, porque impera una gran confusión. Sobre este tema, necesitamos sopesar las consecuencias que puede tener nuestra política militar en relación a la OTAN y a las naciones que están en la organización. No se puede pretender ser amigos de estos países y estar contra la OTAN; no podemos llamar a la puerta del Mercado Común poniendo condiciones que de antemano sabemos que nos rechazan por el momento. Hay que ser más realistas y más duros con nosotros mismos.
P. ¿Cómo enjuicia la política militar del actual Gobierno socialista?
R. Hay raíces como las del plátano, planas, que crecen a lo ancho, y otras como las del pino, que son profundas y resisten los temporales. Las raíces de nuestra política militar quizá parecen un tanto baladíes. Se hacen las cosas con muy buena voluntad, pero ¿no le parece que nos sonreímos demasiado?, ¿no falta seriedad? Da la sensación de que todo es fácil. Echo de menos el sentido de la humildad, que no supone claudicar, y que no excluye la ambición de trabajar bien. Tenemos una Constitución que todo el mundo debe respetar y, después de lo que ha pasado en España en el último medio siglo, los militares más que nadie. Y los no militares. Porque sin querer yo defender la postura de nadie, recuerdo que cada pronunciamiento militar ha tenido sus causas. Insisto en que si antes, de febrero se hubiera poseído la serenidad, el rigor y, ¿por qué no?, la humildad de decir "vamos a hablar en una mesa unos y otros", nos podíamos haber ahorrado muchos problemas. Pero no, se dijo aquí no se habla, aquí se obedece..."
P. ¿Debo entender que nuestros gobernantes pecan de un exceso de confianza?
R. Sí. Creo que están demasiado confiados.
P. ¿No resulta impopular pedir que se indulte a los golpistas?
R. El Gobierno que no emprenda una acción porque sea impopular, más vale que dimita. El Gobierno tiene la obligación de estar convencido de que su política es la mejor. Es preferible que sea popular, pero, suponiendo lo contrario, debe convencer a la opinión pública para que comprenda las razo
nes de lo que hace, y, en cualquier caso, hacerlo. No podemos estar siempre a merced de que una acción nos traiga más o menos votos. En España siempre se ha mirado más al partido que al país, y por eso se producen las dudas. El gobernante no ha de dudar de nada a la hora de actuar. Si no se soluciona el problema militar, se producirá un malestar continuo. El Gobierno ha dicho no al indulto, en lo que podemos estar de acuerdo. Sin embargo, coincidir no supone necesariamente seguir ese camino. No tener en estas circunstancias una idea de lo que puede ocurrir, y no tener una voluntad de solucionarlo, es grave. Claro está que no quiero referirme a la personalidad que tiene más autoridad moral en el país para intervenir en estas cosas; no es su obligación y quizá la Constitución no lo permita. Pero no estaría mal que pensáramos una formula inteligente que nos garantizara la armonía y el buen entendimiento en el futuro.P. ¿Teme usted lo que pueda suceder en un futuro inmediato?
R. En cierta manera, sí. Un sector de la sociedad tiene la creencia de que todo está resuelto, algo que no comparto, porque las cosas son más complicadas. Otros lo ven todo mal, dicen que vamos a la catástrofe. Tampoco lo creo. Pero es un mal síntoma que se efectúen análisis tan antitéticos. Ante una situación así, quien gobierna, o la más alta institución del Estado, debe procurar aunar los pensamientos y tirar España hacia adelante. Hay que tener el coraje y el patriotismo de sentar en una mesa redonda a aquellas personas que realmente pesan en la vida de España para encontrar juntos unos puntos de partida y reflexionar sobre las soluciones posibles. Si no se hace así, no veo de qué manera se puede salir adelante con eficacia. Porque, aunque parece que no pasa nada y todo marcha bien, lo que es verdad de algún modo, nadie está seguro. Y los ciudadanos quieren seguridad. Dada la precariedad de nuestra democracia, a pesar de que la victoria abrumadora del PSOE hace irrealizable un Gobierno de unidad, creo que moralmente hemos de buscar un consenso para que la política del presente y del futuro sean de la más amplia base posible.
P. ¿A quién sentaría usted en esa mesa redonda? ¿Quién podría convocarla?
R. A partidos y personalidades con influencia en el país. ¿Quién puede tomar esta iniciativa? Me parece que quien representa la más alta magistratura del Estado. Mire: yo creo en la eficacia del consenso moral. España inicia ahora una etapa, la de las autonomías, que a mi entender es muy difícil. La Administración está entregando miles de millones a las comunidades; se han constituido 17 Parlamentos, 17 Gobiernos, otros tantos presidentes, 17 policías autonómicas, y todo eso crea una gran complejidad. Por ejemplo, lo de la policía autonómica: me parece que la policía y la Guardia Civil tienen que depender de las autoridades autonómicas y deben ser traspasadas, en lugar de fomentar nuevos cuerpos... Otro tema capital para aquella mesa redonda es el paro. Otro, la situación económico-financiera; si, por ejemplo, vamos a entrar en el Mercado Común y la OTAN. Y, por último, para no parecer alarmista, el problema militar. Sobre estos cuatro grandes temas un Gobierno monocolor como el actual no puede imponer con éxito sus criterios. Para no fracasar, le hace falta el respaldo de los demás partidos y de aquellas personalidades que pesan moralmente en el país. Una docena de personas de gran valía que aporten su opinión y filosofía sobre la situación actual de España. Creo que esto se debería poner en práctica antes de fin de año.
P. ¿No cree que un indulto daría alas al golpismo?
R. Eso depende del Gobierno. Si hay un Gobierno dispuesto a hacer cumplir la ley, un Gobierno que no permita a los militares hacer o decir lo que no deben, pero que tampoco deje que les ataquen, estoy seguro de que no habrá golpismo. Que quede bien claro que estoy contra el golpismo. Que nadie piense lo contrario. Pero mi filosofía política ha sido siempre la misma: cuando cometo un error, ¡que los cometo!, y cuando las cosas no marchan bien, jamás doy la culpa a los otros y siempre pienso que no he sido lo bastante inteligente. Después de tantas experiencias nefastas, ha llegado el momento de plantearnos un ¿qué pasa aquí? y un ¿cómo vamos a resolverlo? Un indulto a los militares concebido como acción aislada y fuera de un contexto de renovación sería un error. Un indulto a los de la ETA, error también. Tendría que promulgarse un indulto general en España. Aquí no hay militares ni etarras; aquí hay unos españoles condenados que han de reintegrarse en la sociedad. En esta línea de reconciliación incluyo a todos los militares republicanos que cumplieron con su deber y, naturalmente, a cuantos están condenados por motivos de expresión.
P. ¿Cree que el país no marcha?
R. Se dice que sí, hay gente que lo asegura, y, sin embargo, es muy posible que lleguemos a fin de año con cerca de tres millones de parados. ¿Cómo afrontarlos con este estado de ánimo? ¿Qué salidas se dan? Porque si lo miramos fríamente, España vive, no voy a decir de caridad, pero casi. Si el turismo se hundiera, pasaríamos graves apuros. España vive del turismo, y un país que vive de las buenas relaciones, que depende de la baja del franco, o del marco, da la sensación de no tener estabilidad económica. Hace años que España se nutre de una política de parches, y los parches son remedios de curanderos y no de médicos. España necesita médicos y cirugía para resolver sus problemas.
P. ¿Qué España tendremos en el año 2000? ¿Hacia dónde vamos?
R. Estoy convencido de que nuestros problemas se resolverán poco a poco. El actual Gobierno no lo ha hecho mal dentro de sus inmensas dificultades, contando con que sus miembros no eran expertos en el ejercicio del poder. Yo creo en su capacidad, y también en su voluntad autonómica, aunque se le niegue. Están en fase de aprendizaje y cada día actuarán mejor. Nuestros gobernantes se irán perfeccionando, y con el tiempo se preocuparán menos de los problemas de Guatemala, de Honduras o de Nicaragua, y más de los problemas de España. No lo digo con ironía. Seriamente, creo que se hace una política hija de la juventud de los que gobiernan, aunque por encima de todo hay una honradez absoluta y total. Llegará el día en que nuestros gobernantes escucharán más de lo que escuchan ahora y comprenderán que las cosas no son tan fáciles como creyeron al tomar posesión de su ministerio. Vamos a llegar al año 2000, pues, con una sabiduría que nos permita vivir sin temor.
P. ¿Cómo debe contribuir Cataluña a este futuro?
R. Lo mejor que podemos hacer, en mi opinión, es no hablar más de que España nos desconoce y no nos entiende. Hay que tener el patriotismo y la valentía de afirmar y comprender que es todo al revés. Somos nosotros quienes no conocemos a los otros pueblos de España y quienes no les entendemos. Ellos sí que nos conocen. Esto, que puede parecer una boutade o una paradoja, es sencillamente la verdad. La prueba radica en que, no ahora, sino a través de nuestra vieja historia, hemos sufrido derrotas políticas por desconocerles. Creemos ciegamente en nuestra razón, y eso nos hace pensar que obtendremos todo cuanto queramos. España también tiene su razón, hija de su historia, hecha naturalmente de su poder, pero hecha, asimismo, de la ingenuidad política de nuestro país. Por decirlo más coloquialmente: muy a menudo alargamos más el brazo que la manga. Porque ellos tienen una continuidad histórica y nosotros actualmente no. En Cataluña hace falta ponernos de acuerdo en recuperar aquel sistema político razonable que tan buenos resultados dio en el pasado y que ahora no existe. Un sistema que no discriminaba, abierto a todos.
P. ¿Qué influencia tiene hoy Cataluña en España?
R. Desde 1980, Cataluña ha perdido su autoridad moral. La causa es la existencia de un Gobierno monocolor que por más buena voluntad que ponga, no es lo mejor para que en España respeten nuestros derechos y comprendan nuestros planteamientos. Cataluña necesitaba y necesita todavía un Gobierno que no sea monocolor, porque es demasiado pequeña para permitirse prescindir de ningún ciudadano y lo suficientemente grande para que todos quepan en ella. Eso, a su vez, impediría que se pudiera calificar nuestra política de "partidista" o "sectaria" como pasa ahora.
P. ¿Cree posible que Cataluña recupere esa autoridad moral? ¿Es Cataluña un país víctima?
R. Lo veo muy laborioso, pero no imposible. En el mejor de los casos tardaremos bastantes años. Y no quiero que estas respuestas parezcan una censura a los responsables de la política que nos ha traído esta situación. Sé que se dan cuenta de ello y hacen todo lo posible por remediarlo. En cuanto a la segunda pregunta, no somos un país víctima: todos los nacionalismos del mundo son iguales y hay una parte de razón en este victimismo, aunque a veces se exagera para obtener beneficios. Cataluña ha pasado por momentos difíciles, ha sido víctima, como lo han sido Euskadi, Extremadura, Galicia o Andalucía. Quizás aquí más, por la cuestión de la lengua. Pero en estos momentos ya no es víctima.
Por ahora, no me preocupa el victimismo, sino la división -que ya es real- de las comunidades dentro de Cataluña. Esta separación se puede eliminar, con tiempo, siempre que los responsables del autogobierno practiquen una política como la que parecen querer desarrollar desde hace unos meses. Las próximas elecciones catalanas pueden servir también para comprender que la autonomía no es nada simple. Yo me mantengo al margen y sólo quiero que se desarrollen con un generoso espíritu de concordia.
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