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Reportaje:

Pagar lo antiguo como nuevo

Picaresca veraniega en la reposición de viejas películas

En la actualidad, la palabra reposición parece haber perdido vigencia, reducida a una existencia jurídico-comercial, de jerga profesional que, lentamente, va perdiendo su antiguo significado. Se reponen filmes, pero se habla de estreno; otros no son más que simples reestrenos que se bautizan como reposición o estreno. La explicación de esa confusión es de orden legal: en la actualidad, el precio de la entrada es libre y, por tanto, para poder cobrar 300 o más pesetas por entrada, ya no es necesario estrenar una película, con lo que esto conlleva de cargas impositivas, tiraje de copias, campaña de publicidad, y de aventura. Basta con recuperar cualquier título que haya tenido éxito y que lleve unos meses sin asomarse a la cartelera.A la libertad de precios hay que añadir que tampoco funcionan las normas que ordenaban las salas de exhibición dentro de circuitos de primera, segunda o tercera visión. Eso equivale a dejar en manos del empresario el buen estado de las copias o el aprovechamiento de material en pésimas condiciones. Centenares de pases, con proyeccionistas poco escrupulosos o con maquinaria que conoció mejores épocas, unidos al desgaste de las cintas, hacen un involuntario remontaje del filme, inventando elipsis y creando focos de misterio que nunca previó el autor.

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Lo cierto es que la reposición ofrece algunos atractivos para el empresario: paga impuestos mucho menores, especialmente por lo que hace refencia al canon del doblaje, y no es preciso pagar un doblaje nuevo, ya que pueden aprovecharse los magnéticos almacenados en la anterior vida del filme Eso justificaba el que, con la llegada de los calores y la deserción de los espectadores, los cines se lanzaran a programar películas que habían sido estrenadas hacía siete o más años, y que tienen los derechos de exhibición caducados, por lo que era necesaria su nueva adquisición para poder hablar con propiedad de reposición. Las razones por las que hoy se acude con tanta frecuencia a material ya visto son de otro tipo. Dentro de la progresiva baja del índice de frecuentación cinematográfica, los meses de julio y agosto son de los menos afectados por la crisis. Es más, dejando al margen los momentos punta de la inauguración de temporada y las fiestas navideñas, julio y agosto son los meses en que acude más público a los cines. El horario de jornada intensiva deja las tardes libres a personas que, el resto del año, salen del trabajo cuando ya es de noche y apetece irse a casa. Por otro lado, las vacaciones multiplican la figura tópica del Rodríguez, un consumidor poco selectivo de cine.

Si damos un repaso a las reposicíones o reestrenos que ocupan nuestras carteleras, veremos también que hay una cantidad considerable de películas infantiles. Es lógico, porque las vacaciones escolares siempre llevan su correlato de "apto para todos los públicos", que es tanto como decir que la asistencia a las salas oscuras se multiplica y que el verdadero estiaje -los meses de mayo y junio-, con su sequía de espectadores, queda atrás.

La reconversión

Hasta aquí, una serie de razones que explican de forma optimista la euforia veraniega del cine y la abundancia de reposiciones y reestrenos. Hay otras, menos satisfactorias, y que hablan, aunque sea indirectamente, de la crisis de un sector abocado a ser víctima de la palabra de moda, la reconversión. Empecemos por el descenso de la producción en España. A menor número de películas hispanas, menor es el número de licencias de doblaje y, por consiguiente, menor el número de películas nuevas que se ponen en circulación cada año.

Sin embargo, el problema de las licencias de doblaje es un falso problema. Las distribuídoras tienen en sus listas de material muchos títulos que podrían estrenarse, pero nadie está convencido de que valga la pena embarcarse en el tiraje de copias, los gastos de laboratorio, etcétera, para, al final,: conseguir una recaudación menor que con el reestreno o reposición de una película famosa, que es, además, más barata.

Otra de las causas que explican por qué el verano es época adecuada para revisitar filmes, está en la naturaleza misma del espectador de estío. Durante 60 días, asistimos a la recuperación del significado de rutina y de acto social que antes tenía el ir al cine. No se elige demasiado, no hay un deseo concreto sino difuso: "Vamos a ver lo que echan". En septiembre harán acto de presencia los estrenos importantes, los filmes que buscan un espectador concreto y diferenciado, que luchan por arrebatárselo a los demás.

Detrás de todo esto hay otra constatación: la vida de los filmes es cada vez más corta. Ya no quedan salas de barrio, las de reestreno escasean, y son muchas las zonas que han visto desaparecer su cine, un equipámiento al que no afectan las políticas culturales, que queda a la merced de las necesidades de los propietarios, que nunca se han planteado la proyección de filmes como un servicio público o una forma de cultura. La carrera comercial de una película normal no se prolonga más allá de los dos años.

No es un problema de reproducción técnica, sino de deglución indiscriminada, de consumo apresurado. No hay por qué lamentarse. La nostalgia es mala compañera, e impide que nos demos cuenta de que los vídeo-clubes proliferan como setas, empeñado todo el mundo en consumir ficciones, imagen en movimiento, historias que parezcan más reales que la realidad. La mítical- la vieja pantalla grande y luminosa se apaga, para que se enciendan multitud de oscuros puntos luminosos, alimentados con pésimas reproducciones de lo que un día fueron signos gloriosos de un imperio.

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