¿Qué hacer ante el riesgo nuclear?
EN UN informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos se aconseja una "paulatina mentalización española sobre los riesgos de sufrir los efectos directos e indirectos de un ataque nuclear" y "la creación de un sistema de refugios" y de "una red de centros de decisión espacialmente protegida" (véase EL PAIS de 5 de julio de 1983). No hay datos de que tan extraños proyectos hayan empezado a traducirse en realidades concretas. Pero urge salir al paso de la filosofia que está en la base del citado informe; su idea central es que España puede encajar un ataque nuclear y que debemos, por tanto, preparamos para que tal ataque cause el mínimo de daños a la población y al funcionamiento del aparato administrativo. Ese razonamiento parte de considerar una guerra nuclear, sin duda, como más destructiva, más mortífera que otras, pero comparable, en último extremo, a las otras guerras, ya terribles en sí, que ha conocido la humanidad. Por tanto, habría que acondicionar refugios más eficaces que los que han servido en otras guerras, para hacer frente a consecuencias más destructivas.¿Es serio este razonamiento? Una guerra nuclear nunca se ha producido en la historia, y siempre es difícil reflexionar sobre algo no experimentado. Existen sólo dos casos vividos: Hiroshima y Nagasaki, aparte de pruebas efectuadas ulteriormente, pero preparadas artificialmente. Sin embargo, a partir de eso poco que se, conoce hay una coincidencia general entre hombres de ciencia, políticos, iglesias de que una guerra nuclear sería algo cualitativamente diferente a todas las guerras anteriores. Aunque se emplee la misma palabra, guerra, sería otra cosa. Se recurre a las palabras holocausto, apocalipsis para intentar dar idea de una catástrofe sin precedente.
Proponer el acondicionamiento de refugios ante el riesgo de una destrucción nuclear equivale a disimular la realidad de esa amenaza, a sembrar ilusiones totalmente injustificadas. Las bombas arrojadas en Hiroshima y Nagasaki, si se las compara con los actuales arsenales de las superpotencias, equivalen a lo sumo a pequeñas armas tácticas. ¿Cómo imaginar los efectos de una bomba moderna con un poder destructivo mil veces mayor, por ejemplo, que el de las que arrasaron en 1945 las dos ciudades japonesas? En su libro El destino de la Tierra, Jonathan Shell ha descrito las numerosas formas en que podrían morir los hombres y las mujeres que se encontrasen, no ya en la ciudad atacada, sino en superficies extensísimas. Proponer refugios en medio de esos infiernos es más que ridículo. El único refugio, o en todo caso el mejor refugio, sería la muerte inmediata. Las otras formas de muerte más lenta, quemaduras, radiaciones, con terribles sufrimientos en medio de una desolación total, serían mucho peores.
Es cierto que en EE UU, y sin duda en la URSS, pero con mucho mayor secreto, existe toda una red de puestos de mando e instalaciones superprotegidas para poder hacer frente a la eventualidad de una guerra nuclear. Pero ello forma parte de la estrategia de la disuasión. Es indispensable para que sea creíble la capacidad de dar respuesta a la eventualidad de un ataque nuclear de la otra parte.
El caso de España es totalmente diferente. Incluso dentro de la OTAN, España es un país sin armas nucleares. Es más, en el momento en que el Parlamento decidió nuestro ingreso en la Alianza Atlántica, hubo una votación unánime de todos los partidos rechazando la existencia de armas nucleares en nuestro territorio. Eso constituye un punto de partida para una política española, que debería ser más activa en este terreno, orientada a los dos objetivos verdaderamente realistas frente a la amenaza: contribuir por todos los medios a que no estalle una guerra nuclear, y, en todo caso, alejar al máximo tal peligro de nuestro país.
Lo primero es, sin duda, lo decisivo, porque cualquier conflicto nuclear, incluso si es limitado en su inicio, tendería a generalizarse y afectaría a países no directamente implicados; pero tiene, asimismo, importancia primordial para España, a partir de la desnuclearización de su territorio, extender las zonas sin armas nucleares en las áreas geográficas vecinas. Tal política no ofrece una garantía absoluta frente al riesgo nuclear, pero ninguna política puede ofrecerla. En todo caso, lo que necesitan los españoles no es una mentalización falseada por la ilusión de presuntos refugios, sino una mentalización que parta de la realidad del peligro y que contribuya a una toma de conciencia activa en esta materia, lo mismo que está ocurriendo en numerosos países.
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