Granjas, seminarios y política exterior
El autor, director general de la Oficina de Información Diplomática, lamenta en este artículo la valoración que del encuentro hispano-francés en La Granja han hecho algunos medios de comunicación. En su opinión, nuestro ministro de Asuntos Exteriores, especialmente, ha afrontado en esta reunión importantes problemas, que contribuirán a hacer más fluida la comunicación con nuestros vecinos del norte.
Sorprende que la reacción de algunos sectores políticos al seminario de trabajo que ha reunido a 12 ministros españoles y franceses el pasado fin de semana en La Granja haya sido señalar que no han salido resultados concretos de la reunión. Sorprende que se ironice sobre una cumbre, utilizando un término incorrecto, no acuñado por el Ministerio de Asuntos Exteriores (puesto que no se entrevistaron los jefes de Gobierno). Sorprende que cuando se reúnen los ministros se diga que está mal que lo hagan porque no hay resultados concretos y que, cuando no se reúnen, se diga que parece mentira la incapacidad del Gobierno español de que se le tome como interlocutor válido en la esfera internacional. Sorprende aún más que se acuse al ministro de Asuntos Exteriores de hacer política de partido y no de Estado, cuando en realidad hace política de Estado, apoyándose, como es natural y cuando puede, en afinidades políticas.La relación intensa del Gobierno español con el francés responde a unos criterios primarios muy sencillos:
1. Los problemas más agudos se tienen, en general, con las naciones vecinas y no con las alejadas.
2. Tales problemas fomentan suspicacia, y en algunos casos, reacciones irracionales y, por consiguiente, la política de acercamiento a los países con los que se tienen es impopular frente a una parte de la opinión pública.
3. Los problemas deben resolverse a través del diálogo y la negociación, sobre todo cuando se trata de convencer (las dificultades con Francia se originan en Francia y ocurren en Francia, no en España), y no de vencer.
4. De manera general, al mundo internacional se accede conjuntando políticas con quienes pueden tenerlas similares y no actuando independientemente, a menos que se sea una gran potencia.
5. La relación con los vecinos, especialmente con Francia, no es la única clavija de la política exterior española que, en la búsqueda de la autonomía desde su posición de potencia media, desarrolla un cúmulo de actividades que no se circunscribe a la nación gala.
6. En política exterior no hay éxitos espectaculares ni se resuelven los asuntos en dos días: se elabora un plan, las bases se sientan, los juegos se juegan y, si se hace bien y hay una apoyatura en la fuerza real del país, los planes se van cumpliendo.
No parece necesario recordar la situación en que estaba la política exterior española en el momento de la muerte de Franco. Tampoco es necesario vanagloriarse de lo que se ha hecho en ocho meses de Gobierno socialista. Pero en este tema concreto, basta señalar que no es despreciable el hecho de que seis ministros franceses vengan a España a hablar con sus colegas españoles. Si el veto y el desprecio fueran su norma no se habrían tomado la molestia de desplazarse.
El nuevo Gobierno español y su ministro de Asuntos Exteriores se encontraron, entre otros muchos problemas, con unas relaciones con Francia que estaban en uno de los puntos más bajos de su historia. Fuera de los temas del santuario de la ETA y del vuelco de los camiones, no había punto de contacto entre los dos Gobiernos, si no era la sospecha de que Francia se había convertido, además, en el responsable de nuestra exclusión de Europa. Un panorama desolador en la misma puerta de nuestro país.
La valentía de Morán
Resultaba evidente que no era posible mantener una situación así y que era preciso corregirla. Los métodos son dos: el mantenimiento de la incomunicación total y la consiguiente situación de guerra fría o el inicio de un diálogo a largo plazo y búsqueda de soluciones graduales. La incomunicación no estaba conduciendo a nada mientras que el diálogo podía abrir la posibilidad de encontrar, además de la solución a los problemas, puntos coincidentes que satisfarían nuestros intereses y los de nuestros vecinos.A pesar de que sabía que era preciso vencer una francofobia bastante generalizada y que un diálogo abierto con Francia no era lo más popular que podía hacer, Fernando Morán tuvo, con el apoyo del presidente del Gobierno, la valentía de encararse con el problema y proponer una nueva línea de acción.
El resultado es la institucionalización del diálogo dos veces por año, el seminario de La Granja, la identificación total de los puntos que nos unen y nos separan y la franqueza en su tratamiento: apoyo francés a la posición española frente a la OTAN; endoso de las iniciativas españolas para el desbloqueo de la Conferencia de Seguridad de Madrid; petición de apoyo a España para que contribuya, desde la presidencia que le corresponde este año del Banco Mundial y del FMI, a resolver la crisis financiera internacional; importantes proyectos culturales comunes; estudio e intercambio sobre las políticas exteriores respectivas; fijación de la política francesa en relación con la adhesión española a la CEE ("es hipócrita ofrecerle el ingreso y no tener medios financieros para ello; una Comunidad con problemas económicos resueltos y, por ende, reforzada, es una Comunidad con España y Pcirtugal").
También se habló de cuanto nos separa y dificulta las relaciones. Cuestiones agrícolas, vuelco de camiones (unos 20 de los 200.000 que cruzan al año la frontera y por los que Francia paga indemnizaciones. El tema de ETA no fue tratado, precisamente porque desde el primer seminario hispano-francés, en la Celle St. Cloud, empezó a descongelarse la cuestión y es cada vez más intensa la colaboración entre los ministros del Interior.
Un seminario no resuelve problemas específicos y no termina con acuerdos. Es un paso más en el diálogo, en el conocimiento incluso personal que lo facilita. Es saber que, en el marco global de nuestras relaciones, son más las cosas que nos unen que las que nos separan, que España es un miembro activo de la comunidad internacional y que se cuenta con ella.
Sentar las bases para un diálogo permanente con nuestro vecino del norte es un resultado que puede ofrecer frutos no desdeñables a medio y largo plazo.
El diálogo franco-alemán lleva años de vigencia. Cada reunión semestral entre el canciller federal y el primer ministro francés y sus respectivos ministros no termina con una serie de acuerdos. Alemania Occidental y Francia tienen puntos de desacuerdo activo; nadie les pide que los resuelvan de la noche a la mañana o que, en caso contrario, interrumpan el diálogo por considerarlo estéril.
es director general de la Oficina de Información Diplomática.
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