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Stampa

Voy a comer esta noche con Stampa, en casa de unos amigos, pero como todo lo que nos diga sobre el caso/Urquijo va a ser off the record, supongo, prefiero hacerle ahora la columna para no caer luego en la tentación de contar lo que no debo. José María Stampa, vallisoletano de pura crin, era una imagen vaga que se paseaba por la calle de Santiago, en los tontos y lluviosos cincuenta, todos cantando bajo la lluvia, y luego se me encarnó en un abogado recio, prestigioso, duro y entrañable, que me ha sacado legalmente de algunos trullos, en lo que yo pueda tener de merchero literario. Eleuterio Sánchez me dice que está escribiendo un libro grande, completo, histórico, sobre los mercheros, que datan de los Reyes Católicos, y no de cuando él era El Lute).

Stampa tiene hoy el encanto literario y la aureola verídica del perdedor. No sabemos si tenía la razón -y hay que aceptar inapelablemente la Justicia-, pero estaba tan cargado de razones, y las ha distribuido tan bien, que su defensa de un hombre débil, neurótico, marginado, culpable, es una obra de arte jurídica en el sentido en que Marx decía de algunos de sus libros más técnicos que eran "obras de arte", por lo arquitecturados que estaban. ¿Estamos ante un caso Dreyfus de lo común? ¿Estamos ante un error / Dreyfus? En todo caso estamos, quizá, como han reconocido las magistraturas, ante una verdad parcial. El público madrileño que ha hecho cola para las sesiones (Miriam, según anunció, no ha vuelto) no es un público opinante ni apasionado, sino algo así como un conjunto de lectores de El Caso y de Simenón, curiosos, pero indiferentes.

Al pueblo le mueven sólo las viejas pasiones del teatro griego o la política. Sócrates no iba a ver a los grandes autores griegos porque el teatro le parecía cosa menor, para la masa. Seguramente tenía razón. El crimen de los Urquijo no tiene grandeza griega ni connotaciones políticas (salvo que todo es política, claro: corrupción de una clase, etc.). José María Stampa, quizá el gran equivocado, queda hoy como el protagonista, como el hombre brillante de la peli. Porque ha defendido a un débil, a un inferior, lo ha hecho tenaz e inteligentemente, y el ángel de la Justicia, o esa señorita con la balanza romana de las alegorías, ha pasado una y otra vez por sus palabras.

En una película japonesa, Rashomon (cuando los japoneses no eran tan de derechas como hoy) aprendimos que la verdad de un hecho no existe. Hay tantas verdades y tantos hechos como espectadores o testigos. La ley debe contar con eso. Marcel Aymé, en Las sabinas, cuenta el caso delicioso de una mujer que se multiplica. Es una metáfora de la ubicuidad femenina y la infidelidad que en algunas es naturalidad. Una mujer puede estar al mismo tiempo con su marido, ante la tele, y en una cabaña del bosque, con su amante. Las dos cosas son verdad. José María Stampa, más cercano a este relativismo de lo humano, pese a la apariencia técnica de su discurso, se manifiesta así como un profundo humanista del Derecho. Paloma Barrientos, deliciosa periodista, me cuenta su versión del caso Urquijo. Carmen Harto me hace una entrevista, casi desnudos los dos, en una piscina. Por lo que filtra de su reciente jaleo / Borbón deduzco que la verdad está de su parte. Pero don Gonzalo va a contar la suya en Diez Minutos. La realidad es simultánea y el tiempo discontinuo. Sólo un abogado -o un técnico o un ejecutivo- que tenga esto presente será un gran profesional: Stampa.

Hay en él, ahora, como una honradez que sustituye a la verdad. ¿Dónde está la verdade?, que decía el padre Laburu, sobrepronunciando. Mejor que ganar es perder con gloria. Aparte el caso, Stampa ha escrito en el aire una obra maestra del Derecho.

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