El Orfeón Donostiarra, en Pedraza
Pedraza de la Sierra es uno de los pueblos más bellos de Castilla y en cierto modo podría compararse con Santillana del Mar. Tanto en un caso como en otro estamos ante un conjunto monumental conservado a través de los tiempos y reanimado progresivamente por muy diversas personalidades intelectuales. La familia Zuloaga, propietaria del castillo que corona la villa desde que lo adquirió el pintor Ignacio, cuida de la torre-museo y ahora quiere añadir conciertos al cúmulo de significaciones culturales e históricas de Pedraza, en las que no falta lo musical.Nada más lógico, dada la doble dimensión vasca y segoviana de todos los Zuloaga, que invitar al Orfeón Donostiarra, que dirige Antonio Ayestarán, a dar un concierto en el patio de armas de la antigua fortaleza. Hasta allí fueron el sábado varios cientos, quizá más de un millar, de personas, desafiando la amenaza de lluvias y la realidad de una temperatura casi fría. Atendiendo a todos, los castellanos Rafael y Ramón Suárez Zuloaga, que su abuelo Ignacio pintara o esbozara en los últimos días de su vida.
Sonando en el Orfeón la Balada de Mallorca, que Manuel de Falla adaptó de Chopín, era imposible sustraerse al amontonamiento de significaciones: la amistad Falla-Zuloaga, que a veces se hizo colaboración y que debería haberlo sido con mayor importancia en una suerte de romancero proyectado largamente por el músico y el pintor; la presencia de Manuel de Falla en San Sebastián el año 1932 para dirigir al Orfeón algunas versiones de polifonía por él realizadas, con ocasión de inaugurarse el Museo de San Telmo, en el que trabajó el otro pintor fraternal de Falla, José María Sert; el texto catalán de Verdaguer, ajustado por el músico gaditano a la melodía chopiniana. Y Pedraza, la Pedraza pintada por Zuloaga y descrita por Unamuno.
El Orfeón, con Isabel Álvarez como solista, nos hizo escuchar el Cantar del alma, la conmovedora página de Frederic Mompou sobre versos de san Juan de la Cruz, que fuera prior en los carmelitas de Segovia, en la Fuencisla, donde está enterrado. Y antes, al fraterno saludo musical de los vascos, Agur Jaunak, según la sencilla y bella armonización de Olaizola.
Como ninguno de los evocados ni de los organizadores, ni tampoco el Orfeón Donostiarra, tienden a lo local por valioso que sea, sino a lo universal, inmediatamente fue programada una partitura del gran repertorio internacional, una de las consecuciones geniales de Rossini al final de su existencia: la Pequeña misa solemne, para voces, piano y armonio (tocados por Gonzalo Trevijano y Ramón Beraza con gran calidad).
Ayestarán y el Orfeón subrayaron los valores de la partitura y en ocasiones consiguieron gran tensión emocional. El éxito fue grande y avala la viabilidad de nuevas manifestaciones musicales dentro de los planes culturales de la ciudad, entre los que destaca la reconversión de la antigua prisión en un centro de cultura.
Babelia
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