El compositor argentino Alberto Ginastera falleció en Suiza víctima de un derrame cerebral
El compositor argentino Alberto Ginastera murió anteayer en Ginebra (Suiza), a los 67 años, a consecuencia de un derrame cerebral. Residía allí desde 1971. En los últimos meses había sido otros dos derrames. La prensa de Buenos Aires recogía ayer la noticia sin dejar de mencionar en los titulares que se trataba del músico argentino "de mayor renombre en el mundo", informa Carlos Ares. El esfuerzo por destacar el reconocimiento que había logrado Ginastera pretendía lavar la mala memoria de los críticos argentinos. La última parte de su obra no tuvo difusión y ni siquiera se conocía el proceso de su enfermedad, por eso la noticia de su muerte sorprendió a pesar de que Ginastera se encontraba internado desde el 8 de mayo. Ginastera estaba considerado como uno de los mejores compositores latinoamericanos del siglo.
Desde junio de 1959 hasta unas semanas antes de su muerte mantuve con Alberto Ginastera un trato frecuente, nacido de una amistad sincera y, por mi parte, de una abierta admiración a su talento de compositor. Eh el primer encuentro, durante el Festival Internacional de la Sociedad de Música Contemporánea en Roma, descubrí en Ginastera al profesor que sabía acumular razones para explicar su obra y que poseía una capacidad de análisis verdaderamente singular.Todo ello estaba sostenido por una formación intelectual que hacía del músico argentino una personalidad de radiante interés a escala internacional.
Prueba de ello es su propia obra considerada en su totalidad, pues revela un pensamiento creador capaz de la más amplia evolución. Cuando conocí a Ginastera todavía se pronunciaba con cierta obsesión antiserialista, aunque ya había abandonado el nacionalismo, directo o esencializado a lo Falla, cultivado en sus primeros períodos y que culmina en la Pampeana número 3 y en la Cantata de la América mágica.
Después, Ginastera asimila los procedimientos de la Escuela de Viena, presta atención a los nuevos conceptos sonoros (en lo tímbrico y en lo espacial), para llegar a la actitud mantenida en los últimos años: la libertad de expresar sus ideas utilizando cuantos recursos técnicos ha puesto a disposición de los compositores el largo devenir de la historia.
En este sentido, y no en otro, cabría hablar de Alberto Ginastera como autor ecléctico, en el que siempre vi ciertos puntos de concomitancia con el español Montsalvatge, al fin y al cabo de la misma generación.
Las relaciones entre Ginastera y España obedecían a un auténtico entrañamiento de lo español en su sentir. "Cuando vengo a España", decía en su última visita a Madrid, "no puedo sentirme extranjero, ni, siquiera en la más mínima medida. Estoy en la tierra cuya cultura conozco desde niño, cuyos poetas leo, cuyos pintores contemplo, cuyos escritores se identifican con mi propia manera de pensar". Justamente, uno de los últimos encargos -si no el último- recibido por Ginastera, fue de la Casa Real: una obra que deberá estrenarse en Palacio con los instrumentos. stradivarius.
De joven buscó cuanto pudo la compañía de Manuel de Falla durante sus actuaciones en Buenos Aires y guardaba de nuestro gran compositor impresiones y recuerdos emocionantes para un español.
Cantó en su música los versos de Alberti, García Lorca y Juan Ramón; rindió homenaje a Pau Casalsen una página en la que escuchamos citas muy concretas del violonchelista catalán; hizo ópera sobre Casona; tuvo discípulos españoles en sus cursos de música contemporánea a los que invitó como profesores a algunas de nuestras más destacadas figuras de la joven generación.
Por ésta y otras tantas razones, Alberto Ginastera representaba esa suma de valores que suelen definirse con el término de lo hispánico y en los que se suman significaciones de una y otra orilla del Atlántico.
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