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Memoria inerte

Hay un punto de la sierra de Ayllón donde se tocan las provincias de Guadalajara, Segovia y Madrid. Por allí, cerca de ese trifinio castellano, está (o estaba hace años) un letrero que dice: El Chaparral. El cartel anuncia una finca; pero no una finca de modestos chaparros, sino nada menos que un soberbio hayedo; en su género, acaso el bosque relicto más meridional de España. Muchos españoles lo han visto, aunque nunca estuvieran en él: según cuentan, es el monte donde transcurre buena parte de la película Furtivos, de José Luis Borau.Por el sur español, en sierrasde Málaga y Cádiz, quedan rodales de pinsapos. El pinsapo es un árbol singular, presente sólo en esas áreas béticas y en el norte de Marruecos. Es el pinus-sapinus, el pino-abeto, un pariente de ambos. Por Ronda le llaman el pino pinsapo, que es como llamarle tres veces pino. Ciertamente es un familiar del pino, pero tan especial que hacen muy bien quienes por su rareza lo consideran como una joya botánica. Por eso,pinsapo es ya nombre con personalidad propia, alejado y autónomo de su etimología. Y por eso me asombré cuando, al preguntar en un pueblo de Cádiz por el pinsapar, me dijeron: "¡Ah, ya: usted dice el pinar!".

Porque, con todos los respetos para pinos y chaparros, llamar pinar y chaparral a un pinsapar y a un hayal es como hermanar esos bloques de jamón cocido, cortados por la cuchilla eléctricade las carnicerías, con un angelical jamón de El Repilado, obra de arte divino que nadie osaría profanar con semejante instrumento. A tales stradivarius de la gastronomia hay que tocarlos con los viejos cuchillos, finísimos y afinados por años de amoladuras, como arco de violín.

No sé si hay en esto una degradación lingüística, sinfónica o botánica, o las tres cosas a la vez. Pero llamar chaparro a unhaya es como llamar brigada a un coronel. Lo que sí hay es una cierta pereza mental, que lleva a nombrar lo específico por lo general o lo desconocido por lo conocido. Nombrar, explicar, vestir, presentar lo desconocido o nuevo por lo conocido o viejo es algo usual en la vida. Los primeros automóviles eran casi idénticos a los coches de caballos, sino que en el lugar del animal llevaban un motor y, con frecuencia, en el lugar del cochero iba el mismo cochero de antes, aunque ahora se llamaba chauffeur tras un cursillo de formación profesional más o menos acelerada Pasa a la página 12

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Memoria inerte

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para permitirle acelerar. Hace poco, el pintor José Guerrero contaba aquí a Soledad Álvarez-Coto cómo su padre (el del pintor), cochero en una casa prócer de Granada, fue a Cuba para aprender a conducir, y se convirtió así en el primer chófer de la capital andaluza.

También los primeros fotógrafos profesionales, más o menos contemporáneos de los primeros autos, vestían como los pintores, y la chalina pasó a ser tan vecinadel magnesio como del óleo. Bien es verdad que los chauffeurs no llevaban látigo como los cocheros. Pero, en cambio, durante mucho tiempo, las espuelas formaron parte del uniforme militar, perteneciera o no el oficial portador al arma de Caballería. Y eso porque en otras épocas todos los oficiales iban a caballo... Yo recuerdo haber leído que hubo un momento en la Alemania nazi en que los oficiales de submarinos tenían que llevar espuelas, con lo que se convertía al lengendario espíritu del Ejército prusiano en caricatura de su historia. Al expeditivo rey Sargento nunca se le hubiera ocurrido esa tontería, que acaso caviló un oscuro ayudante del gran almiranteReader o su sucesor, Doenitz.

Y es que la pereza mental lleva a imitar a la pervivencia de la memoria inerte. Hay otra memoria, que es la memoria creadora: "La memoria crea antes de que el conocimiento recuerde", escribió Faulkner en Luz de agosto y recuerda a veces Juan Benet (sea o no sea académico). Un análisis de la imitación nos aclararía algunos comportamientos de la sociedad actual, sin que por ello pretendiéramos explicarlo todo por eso, como hace un siglo quería Gabriel Tarde. Pero aquí al bueno de Tarde parece que lo estudiamos poco (aparte de don Juan Zaragüeta y Enrique Gómez Arboleya, y acaso algún otro que yo desconozca). Loarrumbamos demasiado pronto, tal vez porque cuando escribió teóricamente del fenómeno sociológico de la imitación todavía faltaba algún tiempo para que la imitación fuera realmente un fenómeno social.

La gran máquina de la imitación es ahora la televisión. Lo es mucho más, muchísimo más, que nunca lo fuera el periódico, que todo lo más llegó a ser lo que hoy, en el mejor de los casos, es: un espejo de opiniones y un emisor de cultura, información e influencia. Las modas no fueron verdaderamente universales hasta que, hace un cuarto de siglo, se generalizó la televisión, aunque el cine ya había hecho algo antes. Y esas modas (ahora en elsentido textil) no se hicieron mundiales en su colorido hasta que se popularizó la televisión en color... El caso es que yo quería hablar de la imitación política. De cómo usos políticos viejos condicionan políticas que quieren ser nuevas; al igual que los viejos coches de caballos influían en los hoy viejos y entonces nuevos coches, en algún caso con el viejo cochero convertido en nuevo chauffeur. Pero por un acelerón imprevisto hemos ido a dar en esta moraleja, mostrenca y cierta, de la imitación televisiva. Además, aquí, en España, como hay monopolio, la imitación puede convertirse en uniformidad. Mala cosa. No es bueno colocar espuelas a los submarinistas.

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