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Cientos de detenidos, decenas de heridos y varios muertos, balance del campeonato argentino

Cientos de aficionados detenidos cada domingo, decenas de heridos y varios muertos es el saldo de la violencia que imperó en todos los estadios donde se jugó el último torneo nacional de fútbol de Argentina, que no se detuvo en el comienzo del campeonato Metropolitano. El progresivo aumento de los incidentes ha provocado una merma considerable en la asistencia de espectadores, que registra los índices más bajos de la historia.

El viernes previo al último fin de semana, una indiscriminada y brutal acción de la policía provocó el pánico y el terror en el estadio del Independiente, ubicado en la ciudad de Avellaneda, en el límite con Buenos Aires. Pocos minutos antes de que finalizara el partido final del campeonato nacional entre el Independiente y el Estudiantes de la Plata, que consagraba campeón a este último, y cuando los hinchas del Independiente comenzaron a arrojar piedras para impedir el festejo de sus rivales, un pelotón de agentes armados con pistolas lanzagases se apostó frente a la colmada tribuna de socios, arrojando granadas que afectaron a más de 70 aficionados, atendidos luego en la enfermería del estadio.Dos personas mayores de 60 años, que se colocaban habitualmente en el sector destinado a los socios vitalicios del Independiente, sufrieron paros cardíacos y fallecieron poco después en centros sanitarios.

Dos días más tarde, cuando en ese mismo estadio jugaban los equipos del Independiente y el Rosario Central, en la primera jornada del nuevo torneo, el Metropolitano, el segundo trofeo más importante de los que se disputan en Argentina, la policía volvió a reaccionar violentamente contra los espectadores, quienes, recordando los hechos de la noche anterior, gritaban: "¡Asesinos, asesinos!".

Con las armas en la mano, los agentes detuvieron a 25 personas cuando salían pacíficamente del estadio. En una lugar cercano de estacionamiento de coches, un policía se acercó, pistola en mano, a un joven y, tras tomarlo por los pelos, le pegó un violento culatazo en la cabeza, al tiempo que le decía: "Vas a ver cómo con la policía no se jode".

Violencia diaria

Las dramáticas crónicas se repiten y son similares en el relato de los hechos. En las tribunas de los estadios se instalan los hinchas de cada uno de los equipos que se enfrentan en el campo de juego, y antes o después del partido se produce un encuentro violento entre las llamadas barras bravas. Grupos de entre 30 y 50 jóvenes, que asisten armados con palos, manoplas, navajas y piedras, desencadenan la batalla con el pretexto de robarse las banderas con las que acompañan los gritos de aliento a sus respectivos equipos.

Estos incidentes, que antes eran comunes, pero aislados y controlados, se han convertido ahora en un fenómeno social que escapa ya al simple comentario y análisis de los cronistas deportivos. Todos los medios de comunicación han dedicado especial atención para tratar el problema. Ya no hay día, no hay lugar, no hay estadio donde no se registre, al menos, un hecho de violencia, aunque sea menor.

Las acusaciones entre la policía y los dirigentes de los clubes son mutuas. Unos dicen de los otros que facilitan el ingreso en los estadios de esas barras bravas, ofreciéndoles entradas gratis, favor que luego los hinchas recompensan apoyando a las autoridades de los clubes en sus elecciones internas. Por su parte, los dirigentes sostienen que la policía no actúa como fuerza de prevención en las tribunas, sino que, por el contrario, se ubica dentro de los campos de juego para luego reprimir, haciendo abuso de su fuerza.

Un fenómeno social

Pretender reducir el hecho a la rivalidad deportiva es ignorar las vinculaciones directas que tiene con la realidad política y social. La ola de huelgas, de amenazas y denuncias en las que se ven involucrados los jueces y los altos cargos del Gobierno Militar; el coste de la vida, inmerso en un espiral inflacionario con el índice más alto del mundo; los miles de detenidos desaparecidos; la guerra de las Malvinas, que según el parte oficial de guerra argentino se ganaba hasta un día antes de la derrota, y el posible conflicto bélico con Chile por el canal del Beagle, alimentan una tensión incontenible que no sólo se descarga en el fútbol, sino que está latente en cualquier acto público con una concurrencia masiva, como el deporte o los recítales de música.

El habitual informe de las cifras que indican la venta de entradas generales y de plateas para los estadios de fútbol en cada fecha del campeonato es un dato más que revela hasta que punto el crecimiento de la violencia es inversamente proporcional a la concurrencia de espectadores a los estadios.

En la primera jornada del campeonato Metropolitano, disputada hace una semana, sólo pagaron su entrada 36.500 aficionados. Lo que distribuidos entre los nueve partidos jugados en ese día dan una media de 4.000 espectadores.

Uno de los clásicos históricos del fútbol argentino, el que jugaron los tradicionales equipos del Boca y San Lorenzo, contó con una asistencia de 18.000 personas, cuando el promedio habitual de entradas vendidas para este partido, sin contar a los socios de ambos clubes, era de 30.000 billetes.

El popular equipo del River apenas logró reunir a 1.594 hinchas que pagaron su entrada, y otros cuatro partidos no llegaron a superar las 1.000 entradas, entre ellos el que jugaron el Independiente y el Rosario Central. Por su parte, el Estudiantes de la Plata, que festejó en su estadio la obtención del título, vendió menos de 3.000 boletos.

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