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El Papa, en Polonia

El encuentro entre Juan Pablo II y el general Jaruzelski tuvo dos testigos de excepción y duró una hora más de lo previsto

Juan Arias

JUAN ARIAS ENVIADO ESPECIAL, La entrevista en Varsovia entre el papa Juan Pablo II y el general Wokciech Jaruzelski -que el 13 de diciembre proclamó en Polonia el estado de guerra- tuvo dos testigos de excepción: el cardenal primado, Jozef Glemp y el presidente de la República, Henryk Jablonski. El encuentro duró 65 minutos más de lo previsto y no estuvo exento de una alta tension.

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Las cuatro personalidades permanecieron encerradas a solas durante más de dos horas, lo que ha despertado un volcán de hipótesis y suposiciones. El encuentro de los cuatro dignatarios se desarrolló en el Belvedere, la residencia del jefe del Estado, y tuvo todas las características de un acontecimiento histórico.La ceremonia oficial comenzó puntualísima. A las 10 de la mañana el coche del Papa y su séquito llegaron a las escalinatas del palacio. Allí esperaban a Juan Pablo II el presidente de la República, Henrik Jablonski, y el jefe del Gobierno, general Jaruzelski. Un apretón de manos muy formal, una pequeña inclinación de cabeza y en seguida todos desaparecieron dentro de los salones del Belvedere. Allí esperaban al papa Wojtyla todas las autoridades del Estado polaco, en fila rigurosa. La escena era sobria y severa. El general Jaruzelski fue presentando a los dignatarios. El Papa les saludaba con una ligera inclinación de cabeza. Después cambiaron las tornas, y fue Juan Pablo II quien presentó al general a las personalidades eclesiásticas de su séquito, entre ellas al secretario de Estado, cardenal Agostino Cassaroli, y al sustituto de la Secretaría de Estado, el arzobispo español Eduardo Martínez Somalo.

En el techo del gran salón una lámpara de cristal encendida brillaba como un ascua sobre aquellos personajes, que parecían de cera por su seriedad y solemnidad.

El general Jaruzelski sacó el manojo de folios de su discurso de un bolsillo interno de su guerrera. Dio la bienvenida al Papá en nombre de todos los polacos; alabó los esfuerzos hechos por Juan Pablo II en favor de "la paz, la reconciliación y la tolerancia", y le recordó que llegaba a Polonia en el 300º aniversario de la victoria de los polacos en Viena contra los turcos.

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El discurso de Jaruzelski, de 2.000 palabras, fue seguido por el Papa con gran atención. Siempre de pie. El general fue muy explícito. Le dijo a Juan Pablo II que está dispuesto a acabar con el estado de guerra y que mejorará la situación en el país; que desea abrir el camino hacia las reformas sociales, económicas y culturales, y que ya se han dado grandes pasos hacia la normalización; que en Polonia se castigan sólo los actos de rebelión contra el Estado y no las ideas políticas, y que la Iglesia en estos últimos años ha podido obtener todo lo necesario para cumplir su misión espiritual, sin especiales privilegios, cosa que la misma Iglesia, afirmó Jaruzelski, siempre ha rechazado.

La misma longitud, otras 2.000 palabras, tuvo el discurso del Papa, quien insistió mucho en que el drama que vive hoy su patria puede y debe resolverse por los caminos de "la colaboración, el diálogo y la renovación social realizada gradualmente". Fue un discurso muy conciliador. Juan Pablo II expresó su esperanza de que "el difícil momento" que atraviesa su país, "sometido a los severos rigores del estado de guerra", pueda convertirse en un "camino de renovación". Tal renovación, dijo el Papa al general Jaruzelski, "es indispensable para mantener alto el buen nombre de Polonia en el mundo y para sacarla de su crisis interna, ahorrándole tantos sufrimientos".

Juan Pablo II ofreció en su discurso un claro empeño en la distensión internacional. Citó textos muy expresivos de Pablo VI y de Juan XXIII a favor de la paz, y afirmó que este diálogo es, en nuestra época, "necesario y posible", ya que los hombres, dijo, son capaces de superar las divisiones, los conflictos de intereses y hasta las posiciones más radicales si creen en el valor del diálogo como instrumento para buscar la solución pacífica a los conflictos".

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Y al final, una velada amenaza. "Deseo afirmar", dijo el Papa, "que considero como mío cualquier bien para mi patria, como si yo continuase viviendo en esta tierra, e incluso más por estar lejos. Pero con la misma fuerza, afirmó, continuaré siendo sensible a todo lo que pueda amenazar a Polonia, a lo que pueda acarrearle daño o deshonrarla y a todo lo que pueda significar para este país parálisis o depresión".

La ceremonia oficial y pública había acabado a las 10.40 horas. A continuación se encontraron en otra sala el Papa, el primado de Polonia, cardenal Glemp, el presidente de la República y el general Jaruzelski. El hecho de que esta conversación a cuatro haya durado tanto tiempo ha provocado un mar de hipótesis, imposibles de descifrar. De cualquier modo, la despedida entre el Papa y el general no fue, en su expresión externa, idílica. Más bien pareció muy distanciada a quien pudo observarla. Ambos parecían reflejar en el rostro la seriedad histórica de aquel momento y de aquella conversación.

En una conferencia de prensa posterior, el portavoz del Gobierno polaco, Jerzy Urban, precisó que en ningún momento estuvieron solos el Papa y Jaruzelski. Por lo que se refiere al contenido del largo coloquio entre Juan Pablo II y las autoridades polacas, se limitó a afirmar que siguen existiendo dos líneas ideológicas opuestas, y diferentes medios para llegar a resolver el problema de fondo.

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