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Serias dudas en ambas partes del Atlántico sobre el alcance de la recuperación económica de EE UU

Pese a los claros indicios de recuperación que presenta la economía norteamericana, expertos y economistas gubernamentales de ambas partes del Atlántico están acumulando serias dudas sobre el alcance exacto de la misma, especialmente después de los resultados, más voluntariosos que concretos, de la cumbre de las siete naciones más ricas del mundo occidental en Williamsburg. Los análisis posteriores de esta reunión, a la luz de la declaración optimista hecha, pública por los siete líderes, coinciden en que existen más peligros y riesgos en el inmediato horizonte de la economía norteamericana que señales claras de una reactivación sostenida.

Con la excepción de una vaga promesa de los siete jefes de Estado o Gobierno de vigilar la evolución de los déficit presupuestarios estructurales y mantener los tipos de interés a un nivel apropiado, nada concreto existe en la declaración que pueda forzar al presidente Reagan, en la elaboración de su política económica, a reorientar sus acciones por la vía de la disciplina fiscal o por la vía de una política monetaria más efectiva en cuanto a la evolución de las tasas de interés.De hecho, los mercados de cambio y los de valores así lo han entendido en los días inmediatos al encuentro y los agentes han dado por descontado que Washington poco va a hacer para recortar un déficit fiscal que puede superar los 200.000 millones de dólares en el. ejercicio de 1984.

Contradictoriamente, es el alto valor del dólar y sus ganancias posteriores a la cumbre lo que confirma la potencial debilidad de la economía estadounidense. La cotización récord de la divisa norteamericana frente al franco francés, al marco, al yen o la peseta no hace más que demostrar la firme sospecha de los inversores de que la Administración Reagan va a seguir necesitando fuertes sumas de dólares para seguir financiando su acumulado déficit fiscal. Y precisamente van a ser estas necesidades financieras las que forzarán a Washington a mantener altos los tipos de interés, a fin de atraer recursos dentro y fuera del país para compensar ese déficit.

Los impuestos y las elecciones

En la cumbre celebrada recientemente en Williamsburg (Virginia, Estados Unidos), el presidente francés, François Mitterrand, y algún asesor económico del presidente Reagan coincidieron en que la Administración norteamericana debería hacer algo más concreto que comprometerse a limitar los gastos federales si quería realmente recortar el previsto déficit fiscal. Aunque Mitterrand veía más los ahorros por el lado de la defensa, los asesores de Reagan reconocían que su presidente debería decidirse por incrementar los impuestos el próximo año en por lo menos 45.000 millones el dólares.Nada, sino todo lo contrario, permite esperar que Ronald Reagan vaya a elevar los impuestos el próximo ejercicio, especialmente si se tiene en cuenta que 1984 será un año electoral en Estado Unidos.

Pese a las presiones del Congreso, algunas de su propio partido, el ocupante de la Casa Blanca ha dejado bien claro que sus intenciones son mantener la misma política en el terreno fiscal, sobre todo teniendo en cuenta que, hasta cierto punto, fueron los recortes de impuestos de sus primeros meses en el Ejecutivo estadounidense los que han servido para estimular una reactivación basada en el consumo.

El control de la inflación

Todo ello, junto a la evolución harto contradictoria de la oferta monetaria que se ha producido en las últimas semanas, es lo que hace sospechar a los expertos e inversores de que la recuperación norteamericana, sobre la que toda Europa espera basar una política de relanzamiento de su propia actividad, puede ser efímera. En efecto, si Washington persiste en mantener el déficit, necesitará mantener altos los tipos de interés para atraer recursos o, por el contrario, pondrá en marcha de nuevo el mecanismo inflacionista.Con una evolución algo menos austera de la política monetaria, tal como se recomienda en la declaración de Williamsburg, los expertos coinciden en que las tensiones inflacionistas pueden desatarse, sobre todo cuando se desea, además, satisfacer los deseos de los europeos y provocar una baja en los tipos de interés.

Es por eso que todo el mundo, en ambas partes del Atlántico, está a la espera de lo que Reagan vaya a hacer con Paul Volcker, el prestigiado y disciplinado presidente del Sistema Federal de la Reserva (banco emisor), cuyo mandato de cuatro años está a punto de expirar. Si Reagan lo reemplaza, tal como se rumorea, habrá dado pistas claras de que su política monetaria puede ser mucho más flexible y, por tanto más descuidada a la hora de controlar la inflación.

Que la desconfianza europea hacia la política económica de Washington está creciendo fue un hecho evidente en la cumbre de Williamsburg, pese a la tan cacareada armonía que aparentaba la declaración final. No sólo fue Mitterrand el que criticó bajo cuerda la política de Reagan, sino que esta vez se sumaron el canciller alemán, Helmut Kohl, y la primera ministra británica, Margaret Thatcher. Los alemanes, incluso, están pensando -en acomodar sus tipos de interés a los existentes en Nueva York, y esta semana pasada se han visto forzados a intervenir más de lo usual en los mercados de cambio con el fin de sostener el marco. Thatcher, en la mitad de una campaña electoral, fue más lejos e hizo declaraciones poco gratificantes para Washington sobre la evolución de los tipos de interés.

Lo que los europeos temen, según los expertos, es que la incapacidad de Washington para reducir los tipos impida que la masiva salida de capitales de Europa hacia Estados Unidos llegue a su fin. Los países europeos, de hecho, son los que están pagando las consecuencias de la tendencia norteamericana a reducir la presión fiscal (los impuestos se redujeron al 19% del producto nacional bruto en el primer año de Reagan) mientras aumentan los gastos (23% del PNB en el mismo período). En otras palabras, son los contribuyentes del viejo continente los que están pagando, de hecho, los fabulosos gastos de defensa estadounidenses.

Los índices de la reactivación

La Administración Reagan, sin embargo, tiene otra visión mucho más optimista de lo que puede suponer la reactivación. En un informe presentado por el propio Reagan a los líderes occidentales, se afirmaba que el crecimiento del producto nacional bruto rondará el 6% en el segundo trimestre de este año. Este porcentaje es más elevado que el alcanzado en el primero y, según las previsiones, puede ser inferior al que se obtendrá en el tercero.El índice de indicadores económicos, hecho público por el Departamento de Comercio esta misma semana, señalaba un crecimiento del 1,1% en el mes de abril, es decir, el undécimo consecutivo que se registra en Estados Unidos. Nueve de los 11 indicadores experimentaron una subida y, para mayor abundancia, el propio departamento revisé al alza la subida experimentada en marzo, pasándola del 1,5% al 2,2%.

Desconfianza europea

"Los indicadores de abril (demuestran que, estamos en mitad de una fuerte recuperación", manifestó Jerry Jasinowski, jefe de los economistas de la Asociación Nacional de Manufactureros, quizá el sector más boyante en estos momentos. "Vamos a llegar este a un crecimiento del orden del 4,7%", dijo por su lado Robert Orther, economista jefe del Departamento de Comercio.Los europeos, sin embargo, miran con desconfianza esta recuperación y, como decía ayer un editorial del New York Times, temen que el exceso de optimismo de la Administración Reagan suponga a la larga problemas adicionales para sus economías. "Nada hace confiar", añadía Flora Lewis desde París, "en que esta recuperación se vaya a traducir en una mejora social a medio plazo. Y las épocas difíciles en la historia no vienen por las diferencias defensivas, sino por los desórdenes sociales".

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