Una historia inmortal
A finales de los años sesenta, Orson Welles, después de haber jugado, en ocasiofies a costa de su supervivencia profesional, algunas de las bazas más enrevesadas, sobre todo en sentido técnico, del cine contemporáneo, optó por la sencillez absoluta, casi por el despojamiento franciscano.Y rodó Una historia inmortal, un mediometraje -no llega, a la hora de duración- que es una de sus indiscutidas obras maestras. Pareció que el tumultuoso narrador barroco de Sed de mal y Campanadas a medianoche hubiera descubierto repentinamente que en su oficio existían también los nombres de Roberto Rossellini y.Karl Theodor Dreyer, que habían sido sus antípodas hasta entonces. Fue como si un individuo con fama bien ganada de violento, de engreído y de soberbio se sometiera a un extraflo, sorprendente y hondo ejercicio de autodisciplina espiritual, ejercitando la más grave humildad que se conoce en cine: la transparencia.
Una historia inmortal se emite hoy aproximadamente a las 00
15 por la primera cadena.
Welles comenzó a hacer vine cuanto era muy joven, y ya en su primera película, Ciudadano Kane, abordó el abismo personal de un viejo. Nunca más salió el gran cíneasta del círculo tendido en esta su primera película, y la ancianidad, la decadencia física o, si se quiere, el umbral de la muerte, pasó a ser una especie de obsesión incrustada, como una médula en el interior de una piedra, en su obra toda.
De ahí que Una historia inmortal sea, 30 años después, una reedición de Ciudadano Kane, pero esta vez no imaginado el abismo por un joven de 26 años, sino por un hombre que, en el arrabal de senectud, casi a los 60 años, era ya, se sentía, un verdadero anciano. Su vida había sido tan ancha e intensa, tan enérgica y veloz, que Wellespudo ya aquí hablar en otro idióma: dejó las grandes parábolas barrocas y adquirió él lenjuaje lacónico, justo, económico y esencial de los auténticos viejos.
Welles narra aquí una historia que es inmortal porque bucea en la pasión de inmortalidad de los hombres. Se puede especular alrededor del sencillo y apasionante argumento, pero éste es casi secundario al lado de los fascinantes aspectos formales del filme, de su tempo lento y de su composición crepuscular, que le acerca, más que a un relato en sentido convencional, a una composición sinfónica. Sólo si se captura la musicalidad secreta se podrá degustar. el sabor y aroma únicos de esta pequeña joya de la cinematografía europea.
No es, ciertamente, un filíne fácil, pero merece la pena sumergirse en sus dificultades, porque bajo ellas hay un encuentro con la fragilidad de un poeta, un hombre vulnerable que se había refugiado en las formas fuertes del drama, tal vez para protegerse a sí mismo.
He dicho antes, y subrayo, cinematografía europea, porque Una historia inmortal es la primera obra que admite con todas sus consecuencias este calificativo, en un cineasta que, aunque produjo, financió y rodó la mayor parte de su obra en Europa, nunca dejó de hacer cine específicamente norteamericano.
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