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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Monseñor

Lo de monseñor es que es ya como demasiado. Don Marcelo González, me refiero, que se ha encaramado en su roca Tarpeya y, ajeno a todas las realidades nacionales, ajeno a un presente/futuro que se nacionaliza español, sigue echando ministros de las procesiones del Curpus. Fernando Ledesma, ministro de Justicia, ha confirmado que don Marcelo no desea que anden en la procesión quienes al mismo tiempo repican en la democracia. ¿Es Ledesma un rojo, es Ledesma un revolucionario? Ledesma es un pulcro y honesto reformista. ¿Qué clase de ministros, entonces, quiere don Marcelo, que ha hecho carrera durante el cuarentañismo, callando como muerto o sepulcro blanqueado? Fascistas. Don Marcelo quiere fascistas, o sea, autoritarios místicos, hombres cruzados de homicidio y fervorín, que es a los que ha servido medio siglo, o de los que se ha servido. No es -ya- que don Marcelo González no tenga nada que ver con la España que corre. Es que no tiene nada que ver con la Iglesia que corre, con el catolicismo sociológico español (el otro es interior y allá cada cual). El ministro Ledesma, invirtiendo modestamente los cauces, había sugerido al gobernador de Toledo su deseo de asistir a la procesión del Corpus en Toledo. Don Marcelo, revestido de todas las cóleras y patíbulos inquisitoriales, le ha pegado puerta:-No considero adecuada la presencia del ministro en la procesión.O la Iglesia española le para pronto, a este purpurado de soberbia y discriminación, o nos va a poner en Torquemada, aprovechando que Tarancón se ha jubilado. Lo primero que tendría que hacer la Iglesia española, claro, para que la feligresía se aclare, es ponerse de acuerdo consigo misma, porque el discurso de la Corona, del citado Tarancón, profecía del cambio, viene a encallar, nave léxica, en la roca Tarpeya de un toledano/vallisoletano que se acoge sonriente al medievalismo brutal. Si la Iglesia española no quiere perder su feligresía y, sobre todo, no perderse a sí misma en sus contradicciones internas, tiene que decidirse entre Trento y el Vaticano II. Entre Tomás de Aquino y Juan XXIII. El sueño de la contradicción engendra monstruos y don Marcelo, nada monstruoso, ha elegido ya. Sólo le falta, en Toledo, quemar al Conde de Orgaz y la casa del Greco para ser absoluto. Don Marcelo González, lo tengo escrito/reescrito, fue un mito religioso de mi infancia provinciana. Pedía dinero a los ricos, con hucha violenta e ilustrada, para remediar pobres del barrio Girón. Y echaba sermones con las citas más al día que el Padre Laburu. Los domingos en misa de una, en la catedral herreriana, era el latigante de la gente, sí, de-misa-de-una. Pero mi madre fue una vez a verle para interceder por unos obreros, y él respondió a sus razones:

-Lástima, señora, que los pobres mientan tanto.

Lo tengo escrito de letra de aquel don Marcelo. Me lo dijo Jean Cocteau en el Ritz/Palace, la última vez que estuvo en España:

-¿Qué sería de los niños sin la desobediencia?

¿Y qué sería de los pobres sin la mentira, don Marcelo, cuando la Iglesia, los poderes celestes y terrestres (Anthony Burguess), les han mentido tanto? Aquel don Marcelo de provincias entendía el cristianismo como un bandolerismo generoso: pedir a los ricos para dar, arbitrariamente, a los pobres. Lo cuento en mi último libro, y me dice Joaquin Calvo-Sotelo.

-Es la mejor escena de la novela.

-Pues aquel cura es don Marcelo González, Joaquín -le digo, para que no se quede todo en literatura.

¿Recibe instrucciones, el cardenal primado, del Vaticano? ¿Está el Vaticano contra la democracia española? Yo ya ni sé. A Francisco Fernández Ordóñez y a Landelino Lavilla (nacionalcatólico) también les pegó puerta el cardenal del Tajo, en su día. Ledesma es el tercero. A lo mejor es que don Marcelo está purgando pecados de juventud. La demagogia que hacía entonces.

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