Socialismo a la francesa
EL GOBIERNO francés está atravesando una situación dificíl no sólo por el descenso de votos sufrido en las recientes elecciones municipales, sino por una creciente oposición de diversos sectores sociales. Pero está desarrollándose a la vez, dentro del partido socialista, el de bate que prepara su futuro congreso, fijado para el mes de octubre, que aporta elementos importantes para tener una idea precisa no sólo del presente, sino de la posible evolución en el futuro. Contrariamente a lo ocurrido enEspaña, Mitterrand dimitió de su cargo de secretario general desde que fue designado como candidato a la presidencia. Le sustituyó Lionel Jospin, el cual, sin ningún cargo estatal, ha sabido crearse un espacio político propio y ejerce una influencia indiscutible, a pesar de momentos de fricción inevitables con unos u otros ministros. Los principales dirigentes de las diversas corrientes que se han perfilado en el partido en los últimos años gobiernan hoy juntos en el Gobierno Mauroy, pero las corrientes no han desaparecido y están recobrando cierta vigencia precisamente en la perspectiva del congreso.
Una preocupación común se manifiesta en los diversos documentos, bastante numerosos ya, publicados en el marco de ese debate: cómo evitar el dilema entre un partido-infantería, mero instrumento de apoyo al Gobierno, y un partido-utopía, dedicado a dibujar planes fuera de lo posible. Lo acuciante de ese dilema dimana de que Mitterrand y su Gobierno se han visto obligados recientemente a efectuar un viraje en la política que tenían proyectada para encajar unos factores impuestos por el marco económico europeo e internacional. Para medir el impacto de ese viraje hace falta recordar que Mitterrand, al crear en el congreso de Epinay un nuevo partido socialista y al defender por encima de todos los avatares la unidad de la izquierda, pretendía iniciar una experiencia nueva en Europa: no repetir el paso por el gobierno de los partidos socialdemócratas en un turno pendular con la derecha, como ha ocurrido tantas veces en Francia y otros países; eso que el dirigente socialista León Blum calificó con una expresión famosa: ser buenos gerentes de la sociedad capitalista... La obra de Mitterrand tenía que ser otra cosa; las medidas contra el paro y la crisis, las nacionalizaciones del crédito y de núcleos industriales decisivos se inscribían como primera etapa de un gran proyecto de transformación de la sociedad. Hoy el plan Mauroy-Delors tiene un eje diametralmente distinto: se trata de disminuir considerablemente los avances sociales y de imponer un duro rigor financiero para reducir la inflación y la deuda exterior.
Muchas esperanzas suscitadas en el plano europeo por el triunfo de Mitterrand han sufrido serios desengaños. El caso concreto de España ha puesto de relieve una escasa capacidad para abordar los problemas europeos con una visión de futuro. Pero incluso otras posiciones, como el apoyo francés a la política de Reagan en materia de euromisiles, han enfriado actitudes ilusionadas en la izquierda de diversos países. En el marco mismo del socialismo francés, el próximo congreso tendrá que enfrentarse con el profundo cambio de rumbo que ha dado el Gobierno. Ello tendrá lugar en un ambiente relativamente tranquilo, sin convocatoria electoral en un plazo breve o medio, lo cual facilitará probablemente que en los debates del congreso se reflejen diversas tensiones existentes en el país. ¿Será un congreso crítico bajo la presión de sectores sociales en los que el PSF está muy arraigado y que son de los más golpeados por la actual política económica? ¿Reconocerá abiertamente que los proyectos iniciales son irrealizables, recomendando una adecuación resignada a unos imperativos económicos insoslayables? Los documentos publicados hasta ahora se orientan a preparar una especie de congreso con dos niveles: de apoyo firme del Gobierno en el plano de la política económica actual y en torno a problemas de un alcance a más largo plazo, mayor apertura a la diversidad del debate y de las tendencias. Con el objetivo incluso de ampliar la implantación socialista en capas sociales hoy bastante insatisfechas.
Es interesante que la actitud más frontalmente crítica sea la de la corriente situada más a la izquierda, encabezada por Chevebement, hasta hace poco ministro de Investigación del Gobierno Mauroy. Su izquierdismo tendería hoy a encerrar con barreras proteccionistas unas reformas sociales más radicales y un voluntarismo productivista. Tal actitud puede sin duda agrupar descontentos y crear quizá una fuerza política, pero no es probable que pueda orientar la política francesa en la etapa actual.
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