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Entrevista:

Jean Baudrillard: "Estos dos años confirman el fracaso de los socialistas franceses; persiguen objetivos arcaicos"

Jean Baudrillard, una de las figuras señeras de la intelligentsia gala, contempla desoladamente el balance de los dos años de socialismo a la francesa. Sus palabras son la cruz de la moneda cuya cara ofrecía ayer a EL PAIS Pierre Mauroy. "La gente está decepcionada porque nada ha cambiado", "Un régimen socialista ideal controlaría relativamente la economía y liberaría la cultura. Lo que ocurre es todo lo contrario", "Los socialistas no tienen proyecto, aunque lo que habría que preguntarse es si al socialismo le queda un proyecto", "Mitterrand es un ejemplo acabado de la ingenuidad de los socialistas cuando se consideran la encarnación de la Francia profunda", son algunas de las aseveraciones que realiza este intelectual procedente de la izquierda.

Jean Baudrillard es uno de los pensadores más brillantes y profundos de la Francia actual. Sociólogo, filósofo, escritor, poeta, hombre independiente originario de la izquierda, acaba de publicar su último libro, Las estrategias fatales, cuyo contenido, parcialmente, podría ser evocado por la frase que sigue: "Cuando todo es político se produce el fin de la política como destino y comienza la política como cultura y la miseria inmediata de esta cultura política. Cuando todo se convierte en cultura, se produce el fin de la cultura como destino y es el inicio de la cultura como política y la miseria inmediata de esta política cultural. Otro tanto ocurre con lo social, con la historia, con la economía, con el sexo".Pregunta. ¿Cómo recibió usted, hace dos años, la victoria de los socialistas y su acceso al poder de Estado?

Respuesta. Lo acogí bien al principio, aunque sin creer que el acontecimiento era histórico. El Partido Socialista, en aquellos momentos, ya era un partido hipotecado, estaba muerto prácticamente. Quiero decir que mayo de 1968 lo había aniquilado. Después se rehízo sobre los escombros de una historia.

Es cierto que se ha configurado una nueva izquierda con vocación gestionaria, pero el hecho fundamental es que mayo de 1968 retrasó diez años la llegada del socialismo. No hay que olvidar que aquel movimiento era un proyecto antisociedad e incluso antisocial. Por esto, el socialismo necesitó diez años para rehacerse, pero llegó tarde y, además, la izquierda, aquí, ya se había descalificado con la desunión que forzó el partido comunista.

P. Y dos años más tarde, ¿qué análisis hace del cambio propulsado por los socialistas?

R. Para quien no se haya hecho ilusiones profundas, estos dos años confirman el fracaso. No el fracaso en el sentido político, sino respecto a sus objetivos, respecto al análisis social. Los socialistas están persiguiendo objetivos arcaicos, como por ejemplo las nacionalizaciones. No tienen proyecto, aunque lo que habría que preguntarse es si al socialismo le queda un proyecto. Todo es moral para los socialistas, y lo cierto es que una sociedad funciona a contrasentido, por lo antisocial. Por esto, la derecha se desenvuelve, mientras la izquierda quiere coartar ese funcionamiento y enfila así un camino que puede ser peligroso.

P. ¿Qué sería una izquierda en las sociedades modernas, democráticas?

R. Los conceptos de derecha e izquierda no importan, no tienen valores propios. Por ello habría que preguntarse si la izquierda continúa entrañando el mito del imaginario político. Yo, personalmente, no sé nada. El hecho es que la izquierda ha despertado en Francia, pero para su propia desgracia: en la oposición, sus valores se mantenían, mientras que ahora que está en el poder no se sabe si esos valores existen. La izquierda, como le decía hace unos momentos, sufre de su retraso. Y llegar con retraso al poder puede ser fatal. Hoy los socialistas argumentan la crisis económica como obstáculo a lo que sería su política, pero esto es un consuelo y no entusiasma a nadie. Yo creo que vivimos el final de un socialismo que reposa en las ideologías. La socialdemocracia puede jugar el juego de la alternancia con la derecha, pero en Francia pesan mucho las ideologías, y por esto no es fácil que la izquierda dure mucho tiempo.

P. ¿Cómo considera usted los diversos descontentos que se manifiestan actualmente en la sociedad francesa ante el poder socialista?

R. Toda esa contestación es relativa. Es más, resulta normal que el descontento sea mayor ante un Gobierno socialista, y hasta el hecho podría ser un signo de vitalidad del socialismo. Lo que ocurre es que, a mi modo de ver, la gente lo que pide es una estrategia política y los socialistas han jugado la carta de la moral, del aura que da el poder, de la cultural. Los socialistas son unos ingenuos cuando creen que la Francia profunda ha llegado al poder para siempre. No es así; la gente vive una especie de nostalgia de la política, y está decepcionada porque no ocurre nada, porque nada ha cambiado. El poder se ha convertido en algo televisual que se impone porque está presente siempre, pero no hay más, o no hay un gran proyecto político. En resumen, el poder ha perdido soberanía, y la sociedad civil también ha perdido soberanía; de aquí la trivialidad de la vida política. Por todo ello, las oposiciones, el descontento, tienen menos valor, menos significación. Las gentes se baten por una causa pequeña y no por una gran causa.

P. Desde que los socialistas están en el poder, en Francia se ha actualizado más aún el lema "Parler vrai" ("Decir la verdad"), como si esto fuese una política. ¿Qué piensa usted?

R. Decir la verdad es una ilusión hoy; todo pasa por los medios de comunicación de masas, los media, y esto no es verdad ni mentira. Y las gentes, que no son tontas, toman lo que quieren y dejan el resto. No es bastante con decir la verdad para que ésta se imponga. En política hay que servirse de los signos: quiero decir que la gente que recibe los media como simulaciones no separa lo verdadero de lo falso, y los valores flotan, como flota la moneda. Quiero decir que todo es más complejo que la verdad. En suma, "Parler vrai" no es un argumento político. No hay una estrategia de la verdad.

P. ¿Cómo observa usted la política cultural socialista?

R. Todo es muy confuso. Tienen buena voluntad, han hecho algunas cosas y esto gusta en su comienzo. Pero lo que han creado es un escenario: Delors, por ejemplo, como ministro de Economía, y de las malas noticias, en consecuencia, es el triste. Otros interpretan el dinamismo, la seriedad, etcétera, y, Jack Lang, el ministro de Cultura, es el optimista. De hecho, al único que parece que creen los franceses es a Michel Rocard, el ministro de Agricultura, porque cree en lo que dice, o lo aparenta. Los demás, incluido Mitterrand, parece que tienen una especie de máscara.

P. Sobre un punto parece que coinciden los franceses: los socialistas no han sabido liberar el monopolio de la radiotelevisión.

R. En efecto, esto es un gran problema. Un régimen socialista ideal controlaría relativamente la economía y liberaría la cultura. Y lo que ocurre es lo contrario: controla la cultura y libera la economía, es decir, se produce lo opuesto de lo que había prometido, no han arriesgado nada y esto es un fracaso grave: todo es más moralizante, más culturizante, más socializante. En el caso concreto de la televisión habría que interrogarse sobre lo que quiere la gente y si es posible satisfacerla contra sus gustos: los socialistas encuentran la respuesta en la ideología. Todas las clases políticas, de derechas o de izquierdas, creen que manipulan los media para influir en la gente. Esto es un error, porque los media no vehiculan valores, sino modelos de simulación. En los media nada es moral, nada es político, todo es aleatorio y, por ello, ponen en entredicho a los políticos. El efecto verdad no es seguro en los media. Y como los socialistas han querido educar, su fracaso es más abultado. Para ellos todo funciona con moralidad y con gestión política. No creen en la estrategia de los signos. No han comprendido y, probablemente, todo empeorará y se correrá el riesgo del autoritarismo. Los fracasos económicos no son determinantes, pero fracasar en materia de signos puede ser catastrófico.

P. ¿Puede precisar esa especie de planeta suyo de los signos?

R. Me refiero a la multiplicación de los efectos emanantes de la televisión, por ejemplo. La gente es indiferente a la verdad política que se le quiere ímponer. Cuando se les habla de la descentralización, por ejemplo, la toman como una simulación.

Hay que tener en cuenta que la sociedad resiste a lo social y no tiene esa buena voluntad que se le atribuye. Habría que gestionar, al mismo tiempo, lo social y lo antisocial, es decir, en el límite es posible que haya que ser maquiavélico. Más claro aún: cuando lo social era un mito, todo resultaba fácil. Pero hoy la sociedad resiste a lo social y todo se complica. Y los socialistas no lo tienen en cuenta.

P. Los socialistas manejan mucho en su discurso la ilusión, la esperanza. ¿Qué sentido tienen hoy estas nociones?

R. La ilusión no es negativa, es vital. Es necesaria, como un mito, como una utopía. Pero lo que hace falta es una ilusión estratégica, un desafío. Esto no lo han conseguido los socialistas. La insatisfacción, precisamente, viene de que sólo se vive de lo real (jubilación, aumento de un tanto por ciento, etcétera), pero existe otra aspiración de la gente que no se le ofrece.

La fatalidad de los políticos de hoy es que tienen que gestionar lo real, porque no proponen un objetivo que vaya más allá de la coyuntura.

P. Como arma contra las fatalidades de estos tiempos usted propone, en su último libro, el humor y la ironía. ¿Son irónicos los socialistas?

R. Les faltan totalmente el humor y la ironía. Haría falta un pensamiento irónico, pero, ellos piensan que la inteligencia y la imaginación están en el poder con ellos, y ya no es posible la ironía.

P. Indirectamente está usted planteando el problema de los intelectuales y la izquierda francesa. ¿Cómo analiza la cuestión?

R. La posición del intelectual. Hay que estar con ellos o completamente solo. En un Gobierno de derecha el intelectual adquiere un valor de símbolo, pero cuando la izquierda está en el poder hay que apoyar a este último: quieren reconciliar el pensamiento y la institución, lo que no parece posible. Así que se impone el marginalismo.

P. Para terminar, ¿qué piensa de Mitterrand?

R. Su figura es un ejemplo acabado de la ingenuidad de los socialistas cuando se consideran la encarnación de la Francia profunda: simula la autoridad, pero no llega a manifestarla con desenvoltura para dar la imagen del poder.

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