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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Matar al mensajero o prohibir la fotocopiadora

La historia del mensajero que carga con las iras producidas por la noticia se explica, dice el autor de estas líneas, en todas las escuelas de periodismo como un aviso de lo que tiende a ser la conducta del poder con los futuros profesionales de la información. Y la reflexión del autor se refiere esta vez a dos temas: la culpa de las fotocopiadoras, máquinas de escribir y otros instrumentos recién limitados en Rumanía, y a la televisión privada, prohibida o fuertemente limitada en España y otros países europeos.

Un tanto perdida en el animado y diverso bosque de las páginas de EL PAÍS se incluía hace unos días una escueta noticia que no me resisto a reproducir: "El Ministerio del Interior rumano ha prohibido el uso de máquinas de escribir y de fotocopiadoras para personas con antecedentes penales y todas aquellas que puedan poner en peligro el orden público o la seguridad del Estado".En las facultades y escuelas de periodismo, en las primeras lecciones, se explica la historia, tantas veces repetida, del mensajero que traía malas noticias. La moraleja inevitable de esta antigua historia es que el mensajero, en este caso el periódico, el periodista, es el que aparece como responsable de las malas noticias que él solamente transmite. Pues de alguna manera hoy se repite la historia, haciendo responsable de la inexistencia de libertad a la máquina de escribir o a la fotocopiadora. Puesto que no hay libertad, puesto que no se pueden publicar todas las noticias, se recurre a una doble y peligrosa dicotomía. Por tina parte, a los que dan noticias se les califica de presuntos delincuentes, y, después, se termina inexorablemente con los medios que pueden transmitir estas malas noticias.

Pues bien, algo parecido está sucediendo en todo el mundo, no sólo en España, con la reticencia de los Gobiernos democráticos, de los Estados de Derecho, frente a la televisión privada. Los argumentos son muchos. Primero, que la televisión privada es un medio caro, sólo accesible a grupos económicos muy potentes. Segundo, que las frecuencias de televisión son un bien escaso, que hay que repartir con enorme cuidado. Y, tercero, que la audiencia de todos los países lo que quiere es más botones de televisión, pero no canales distintos.

La respuesta a estas tres aseveraciones es muy concreta. La televisión no es una operación limitada a los grandes capitales, sino que es accesible a grupos económicos y profesionales equivalentes a los que pueden hoy día montar un periódico diario. Los nombres de Coria, Cardedeu, son un ejemplo perfectamente asimilable de que no es más dificil poner una emisora local de televisión en una capital de provincia española que instalar un periódico. La escasez de frecuencias, tantas veces esgrimida por los técnicos estatales, cae por su base con la colocación en las órbitas geoestacionales de los satélites correspondientes, que en el caso de España, y, si el Estado español se decide a lanzarlo, contará con cinco frecuencias de televisión, que multiplicará por tres las posibilidades de la red terrena, sin desconocer que la referida red tiene evidentemente muchas más posibilidades que las actualmente consumidas. Las encuestas en España son unánimes en afirmar que los españoles quieren, por lo menos en sus dos terceras partes, no solamente nuevos canales de televisión, sino también canales distintos, es decir, canales de origen diferente, más plural, privados, tal y como sucede con los periódicos o con las radios.

Esta serie de razonamientos podría completarse casi indefinidamente. Así, no cabe duda que la libertad de televisión ya ha empezado a establecerse en todos los países, y también en España, con la generalización del videocasete doméstico. Se calcula que existen en España algo más de 300.000, que suponen una cadena de televisión, equivalente a lo que era la segunda cadena de Televisión Española hace 10 ó 12 años. La puesta en funcionamiento de otros medios técnicos, como el videotexto, el teletexto, abre una nueva concepción en la transmisión de imágenes y palabras por vía audiovisual.

El director general de Radiotelevisión Española, José María Calviño, ha explicado, desde su autoridad, cómo solamente tratar de completar la segunda cadena de Televisión Española, con motivo de los últimos campeonatos mundiales de fútbol, ha costado 12.000 millones de pesetas, y se logra cubrir, escasamente, un 80% de la población. Pues bien, José María Calviño, que es un profundo y aventajado conocedor del medio, desde los temas jurídicos hasta los técnicos, sabe muy bien que el coste de una frecuencia en el satélite español, que podría estar girando al compás de la Tierra en el año 1987, no supera los 4.000 millones de pesetas, y además da una cobertura total y perfecta a todo el territorio nacional y a parte de los países fronterizos.

En Europa, continente que ha mirado siempre con cierto recelo la libertad de la televisión, e incluso de la radio, y que ha buscado siempre la cobertura informativa desde un sector no estrictamente público, pero sí limitando opciones y maneras, empieza a sentir la unánime solicitud por parte de sus respectivas poblaciones de una televisión libre Y plural. En Alemania Federal, los propios socialdemócratas han intentado buscar fórmulas para hacer compatible la televisión privada y la televisión pública.

En el Reino Unido, el cuarto canal de televisión ha sido encomendado a la empresa financiada por publicidad, que es la ITV. En Italia, la libertad de televisión es una indiscutible, aunque no imitable, realidad, necesitada de ser normalizada para ordenar su anárquica situación. Francia se debate en una peligrosa dubitación sobre las pautas a seguir para la expansión de televisión, puesto que es unánime en el país vecino el desgaste de la televisión pública, que ha conseguido la rara unanimidad de merecer la repulsa, al mismo tiempo, de los intelectuales franceses que militan en campos tan distintos como la masonería, el catolicismo, el protestantismo, el judaísmo y el agnosticismo.

La renuencia del PSOE

No es una obcecación profesional ni un maximalismo empresarial, ni mucho menos algo que pueda suponer un reto o un desafío a un Gobierno como el actual, sustentado por una indiscutible mayoría parlamentaria, fruto de diez millones y medio de votantes. ¡Dios me libre! Sería injusto no conceder al Gobierno socialista y al partido socialista una defensa atenta y cuidadosa, en el pasado y en el presente, de las libertades democráticas. También parece evidente que, tal vez por una inexplicable comodidad, o por un no bien expresado temor a una pluralidad empresarial, lo cierto es que el actual Gobierno de la nación se muestra renuente a abordar el tema de la libre televisión. Este equipo de Gobierno ha dicho que es el Gabinete del cambio. Pues bien, la televisión, y con ella la radio, y secundariamente incluso la Prensa escrita, está en el momento de la gran transformación, de la gran explosión, del gran cambio, y parece coherente y deseable que un Gobierno que ha propiciado el cambio sea sensible a dicha transformación en el mundo tecnológico y sociológico y no solamente suponga el freno para reconocer ese deseo unánime de los ciudadanos, sino que lo estimule y lo ordene.

Luis Angel de la Viuda es periodista y director de Radio 80.

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