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Dos años de gobierno socialista no han zanjado los efectos de la crisis en Francia

El día 10 de mayo de 1981, el candidato socialista francés a la presidencia de la República, François Mitterrand, accedía a la suprema magistratura de la nación francesa. Aquella noche la legendaria plaza de la Bastilla, una vez más en la historia, fue el escenario de una explosión revolucionaria que, en esta ocasión, pacíficamente, se llamó socialismo a la francesa. Dos años después, las ilusiones, los festejos y alborozos que un ministro, alegóricamente, calificó como "la frontera entre la luz y la oscuridad" que acababan de franquear los franceses, le han dejado el sitio a las preocupaciones económicas.

Una euforia inicial propulsó la avalancha de reformas de los primeros meses del mitterrandismo: nacionalizaciones de cinco grandes grupos industriales, que "serán la vanguardia de la reactivación económica y el enganche de Francia a la tercera revolución industrial"; nacionalización de la banca, y descentralización del país más jacobino del mundo. Y, en paralelo a los cambios estructurales, los socialistas instituyeron la quinta semana de vacaciones pagadas, rebajaron de 40 a 39 horas el trabajo semanal, adelantaron a 60 años la edad de jubilación y, por considerar que el mundo industrializado occidental erraba con su estrategia de lucha primordial contra la inflación, relanzaron solitariamente su economía por medio del aumento del consumo.Dos años más tarde, el balance desdice las ambiciones iniciales. En el plano económico, paso a paso, la política socialista se ha acomodado a la de los demás países democráticos forzada por tres devaluaciones sucesivas. Y desde el pasado mes de marzo, un riguroso plan de austeridad intenta, simplemente, restablecer los equilibrios fundamentales, todos ellos deficitarios como consecuencia de la euforia de los primeros tiempos.

Dudas sobre la austeridad

Pero pocos, incluso en el interior de la mayoría socialista, están convencidos de que el rigor y la austeridad de su gestión actual consigan enderezar la situación económica-financiera. A este factor psicológico, desfavorable, se añaden las razones técnicas: el recorte del consumo impuesto por la nueva política se teme que no sirva para mucho más que para tapar agujeros -déficit de la Seguridad Social, del Estado, de las empresas nacionalizadas-, sin olvidar que el comercio exterior arroja 95.000 millones de francos (unos 190.000 millones de pesetas) negativos, que la inflación es tres veces superior a la de los demás países industrializados y que el endeudamiento de Francia supera los 300.000 millones de francos (seis billones de pesetas).Las consecuencias de las dificultades económicas y de otras medidas reformistas se han ramificado por todo el país, creando una atmósfera de desconcierto que durante las últimas semanas se ha manifestado con huelgas y protestas en diferentes sectores.

Las instituciones de la V República le garantizan la duración al poder, y en estos momentos la oposición conservadora liberal más lúcida entiende que su nueva oportunidad de retorno a la gestión del país, si llega, será tras una espera paciente. La derecha conviene en que no tiene nada que proponerles a los franceses para vencer la crisis, y, además, estima que es menester que la experiencia socialista llegue a su término para derribar los mitos que generaron los 23 años durante los cuales militó en la oposición.

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