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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hostilidad entre Irán y la URSS

EL SÁBADO de la semana pasada trascendían algunas informaciones según las cuales soldados soviéticos habían atravesado la frontera de Afganistán y habían realizado operaciones de castigo en algunos pueblos iraníes; se decía que aviones soviéticos habían bombardeado los alrededores de Tayebad y sus helicópteros ametrallaron los pueblos de Dizebad y Hassan Jan. El mismo día, el secretario general del partido comunista iraní (Tudeh) confeáaba públicamente -por televisión- que él y su partido habían transmitido informaciones políticas y militares a la URSS. No hay que dar a esta confesión otra validez -se sabe cómo se consiguen- que la determinación final de Jomeini de acabar con un partido (comunista, prosoviético) que un día fue el eje de la revolución popular y que poco a poco ha ido quedando reducido a un pequeño aparato cercado y perseguido; pero, sobre todo, de la decisión de acusar directamente a la URSS de conspiración. En efecto, días después Teherán ha expulsado de su territorio a 18 miembros de la Embajada soviética, acusados de espionaje; según el comunicado, incluso algo, más que de espionaje: la contratación de mercenarios y traidores.Los dos países se acusan ahora mutuamente de conspiración. Una de las razones menos proclamadas -por motivos diplomáticos- de la invasión soviética de Afganistán es la de evitar el riesgo de una extensión de la revolución islámica a ese país y, lo que sería aún más grave para la URSS, su propagación entre las minorías musulmanas dentro del territorio soviético. Es algo que también teme el propio Pakistán: las aproximaciones entre el Pakistán proamericano y el Afganistán prosoviético en estos últimos meses se deben probablemente al temor de los dos países de que las hostilidades mutuas que mantienen se conviertan en revolución chiíta que amenace a los dos regímenes.

La actitud de Estados Unidos es algo mayor que la del simple regocijo del espectador. Está apoyando a Irán, incluso en su guerra contra Irak. A pesar de las grandes rupturas iniciales -los rehenes de la Embajada de Estados Unidos, la faffida operación de rescate de Carter, el ambiente de guerra en los días en que Estados Unidos sostenía al sha en el exilio-, y a pesar también de la afición de Reagan a ver la mano de la URSS y el espectro del comunismo en todas partes, hace ya tiempo que Washington mantiene una política por lo menos prudente con respecto a Teherán. La importancia de la frontera de Irán con la URSS hizo primero a Estados Unidos armar hasta los dientes al régimen del sha y a mantenerlo más allá de los límites de lo posible; ve ahora que probablemente es mejor para sus fines este régimen de revolución distinta.

En efecto, Jomeini va mucho más allá de lo que representa una revolución social. Cree sinceramente en el panislamismo, en el mensaje de Alá, del que se cree portador; le preocupa más la proximidad del ateísmo comunista -por moderado y respetuoso que trate de presentarse en los últimos tiempos- que la capacidad de Estados Unidos para la destrucción de su país y de su misión. Desde los primeros momentos no han faltado denuncias al comunismo y al imperialismo soviético, multipicadas a raíz de la invasión de Afganistán; no han disminuido a pesar de los intentos de comunicación entre Moscú y Teherán. Jomeini ha perseguido a las minorías izquierdistas que no se han sometido claramente a la ley coránica según su interpretación personal; las ha diezmado y ha conseguido, a costa de ríos de sangre -propia y ajena-, reducir al máximo su presencia. Respetaba al partido Tudeh -comunista, prosoviético- hasta que ha creído que había llegado el momento de acabar con ese partido y con la relación con la URSS.

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Pueden desarrollarse nuevos acontecimientos en los próximos días: entre ellos, el fusilamiento, que parece inevitable, de los detenidos del partido Tudeh; quizá el del mismo Nuredin Kianuri, si no le ha salvado su confesión pública, y puede ser que no. Podría ocurrir que se reanudasen los incidentes fronterizos -limitados a la zona de Aiganistán- y hasta la ruptura de relaciones diplomáticas con la URSS.

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