Orillas del Duero
Cuando los asturianos cruzan la raya de los montes y pasos que les separan de León suelen decir: "Ya estamos en Castilla" y, sin embargo, aún les queda un buen trecho hasta Arévalo o Valladolid. Antiguamente venían sobre todo a secarse, olvidando las brumas del Cantábrico y, hablando así, se referían a cuanto atrás quedaba, a sus piélagos de nubes, a sus ríos tan breves y sus picos altivos. Atrás quedaba el rumor apretado, negro, industrial de sus minas, de sus hayedos entre abedules y avellanos que anunciaban el tremolar de los primeros álamos castellanos. Se entra, pues, en León, no lejos de su famosa capital, tal como explicó Azorín, que supo verla ya en su tiempo como algo más que una simple reliquia histórica. "Otros lugares seculares", dice, "ofrecen la impresión de un museo, pero en León no sucede nada de eso. El espíritu de la antigua España se respira en sus calles, en sus zaguanes, en sus tiendas, en un ir y venir durante toda la mañana de nobles rostros y caras femeninas pálidas con, anchos y luminosos ojos, que traducen ensueños y que yo he conocido absorto por las calles".Hoy, hombres y mujeres se parecen a ambas orillas del río Duero, sobre todo los jóvenes, que en los días festivos cruzan el páramo camino de Soria o de Valladolid, quién sabe si tras la huella de Berceo. El clérigo de este nombre, en cambio, apenas traspasó los límites de su valle, dedicando sus mejores hofas no a la batalla, sino a versos donde lo natural y lo milagroso se confunden como las líneas de los cantorales.
El padre Duero de hoy corre como antaño. Su paso lento, ensimismado, alumbra aceñas viejas junto a nuevos silos bajo la luz cegadora de un cielo desnudo y áspero. Más al Sur, cerca de Toro y de Zamora, aparece el mudo laberinto de barrancos donde luchó Juana García contra los portugueses, y aún más abajo, Madrigal, donde nació Isabel, o Segovia,-que la vio coronada.
Y aún antes de llegar al trono de Castilla, Tordesillas, asomada a su pretil de sillares y pinos, mira a Olmedo, famoso en los versos de Lope. Y en tiempos del cabafiero, era Medina lugar de feria y trato, de brocado y cereal, en donde la tradición dice que se libró la primera letra de cambio, quién sabe si para pagar alguna partida de lana, lino o raso. Hoy, como entonces, también tiene abierto su comercio las puertas en los días de fiesta.
La villa entera parece de par en par, como si fuera difícil mantener reunida tanta historia desde los comuneros de Teresa. No es de extrañar que, tras jugar al albur de la historia sus nombres y bienes, cualquier empresa nueva lleve a sus moradores, antes que un viento de esperanza, un recelo constante de salir una vez más perdedores.
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