El cambio austriaco
HABLAR, ANTE los resultados de las elecciones austriacas, de derrota socialista y de victoria de la democracia cristiana es, a todas luces, exagerado. Las oscilaciones en los votos han sido pequeñas: el partido socialista ha perdido un 3 %, pero ha obtenido casi el 48% de los votos; sólo le faltan dos escaños para conservar la mayoría absoluta; y en Viena, donde han tenido lugar elecciones locales, ha conseguido el 53,3% de los votos; sigue siendo, con una diferencia apreciable, el primer partido del, país.Por la izquierda no ha aparecido, contrariamente a lo ocurrido en Alemania, ninguna fuerza capaz de cristalizar actitudes de descontento, de atraer el voto juvenil o de grupos radicalizados. La corriente verde se presentó dividida, y quizá precisamente por eso sólo alcanzó, globalmente, un 3%. De los comunistas es mejor no hablar: con un 0,6%, han confirmado una tendencia, ya avanzadísima, a la desaparición.
El competidor principal del PSOE ha sido, como es tradicional en Europa, la democracia cristiana: ha ganado cuatro escaños, pero sólo un 1,2 % de los votos. En cuanto a los liberales, siguen siendo una bisagra; pero pequeña, 12 diputados; importante no tanto por sí misma como por la actual correlación entre los principales partidos.
Lo que está dando cierto dramatismo a los resultados de las elecciones austríacas es la personalidad singular de Bruno Kreisky, el más veterano de los dirigentes de Europa occidental, y, sobre todo, su decisión, ya anunciada antes de las elecciones, y reafirmada ayer al hacer pública su dimisión, de no seguir de canciller sin mayoría absoluta socialista en el Parlamento.
Bruno Kreisky es una de las personalidades más atrayentes de la Internacional Socialista; formado en el austromarxismo, y situado en el ala izquierda del socialismo europeo, evitó caer en la tentación de una política doctrinaria. Ha sido un político pragmático, en el buen sentido de la palabra, y comprometido a la vez, con audacia en ciertos casos, en la defensa de los derechos humanos, de la paz y del desarme.
Kreisky se presentaba ante su pueblo con un balance positivo, que ya querrían otros en la presente coyuntura; había logrado en cierta forma contener la crisis económica en las fronteras de Austria. En 1982 el desempleo no superó el 4,5% de la población activa y la inflación fue inferior al 4%. La situación se ha empeorado en los últimos meses, y esta circunstancia ha pesado, sin duda, en los votos de muchos ciudadanos austriacos. Kreisky centró su política económica en una utilización efectiva de las inversiones públicas; ello exigió un endeudamiento considerable, y, en vísperas de las elecciones, el canciller anunció que necesitaría una elevación de la presión fiscal para proseguir la política de pleno empleo.
Todas las informaciones coinciden en que las cuestiones de política internacional han desempeñado un papel mínimo, por no decir nulo, en las elecciones austriacas, y que han sido los problemas económicos y fiscales los que han polarizado el debate y las opciones. La franja del electorado que ha abandonado la papeleta socialista lo ha hecho en alto porcentaje (y esto sí es un fenómeno europeo y no exclusivamente ;austríaco) por reacción frente a lo que consideran excesiva injerencia de la burocracia, del Estado, en la vida social. El Estado de bienestar, con todas las reformas positivas que ha realizado, ha acarreado a la vez un crecimiento muchas veces patológico de las injerencias estatales. Y la derecha encuentra en la reacción contra ese fenómeno un eco en sectores populares; sobre todo cuando se plantea ligado a la demanda de rebaja de impuestos.
De cara al futuro, la crisis está abierta. Aunque caben diversas posibilidades, es dificil imaginar que un partido con el 48% de los votos deje de encabezar el Gobierno. Los socialistas podrían intentar una coalición con los liberales o formar un Gabinete minoritario con el apoyo liberal desde fuera. Esta segunda fórmula sería probablemente transitoria, para preparar otras elecciones generales en el plazo de un año, poco) más o menos. Conviene recordar que, antes de obtener la mayoría absoluta, los socialistas austriacos gobernaron precisamente de esa manera, sin mayoría y con apoyo liberalEn cualquier caso, el sustituto de Bruno Kreisky a la cabeza del Gobierno -tanto si es el democristiano Alois Mock como el candidato socialista, Fred Sinowatz- no podrá tener, al menos durante cierto tiempo, el peso y la resonancia que el veterano canciller ha alcanzado en la vida europea e internacional. Kreisky ha sabido convertir la neutralidad de Austria en tan factor, no de vacío o de pasividad, sino de aportación constructiva a una solución progresista de cuestiones esenciales para Europa y para la paz. Ha contribuido al reconocimiento de la OLP en amplios círculos gubernamentales europeos; ha sido factor de diálogo entre el Este, el Oeste; ha insistido en la importancia primordial del desarme y del diálogo Norte-Sur; en valorar el Tercer Mundo y el movimiento de los no alineados. Una voz como, la suya sigue siendo más necesaria que nunca en la Europa de hoy.
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