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Tribuna
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De Berceo a Rafael Azcona

Dos gustos comparto con el hitleriano Rafael Sánchez Mazas: su afición por el mundo clásico y su pasión por La Rioja. Llevo ya un misterio gozoso de cursos viviendo en esta tierra integrada por dos regiones naturales, impregnada desigualmente por los romanos, saqueada por el buen Cid, cruzada por el Camino de Santiago, codiciada por navarros, castellanos y moros aragoneses, quienes, por cierto, la llamaban Vélez Assikia -tierra de las acequias- y que a principios del siglo XVII celebró unas divertidísimas fallas, a cuenta de la Inquisición, quemando brujas.Esta provincia, pequeña y bien definida, cercada de montañas, que tuvo un siglo XVIII económicamente tan favorable que en el siglo siguiente, por su prosperidad y desarrollo cultural, se había de definir como liberal -fue el feudo electoral de su paisano Sagasta-, hoy padece una crisis de marginación que favorece el que de cuando en cuando algún chistoso, cuando me oye decir que trabajo en Logroño, me conteste con tonta ironía: "¡Ah!, ¿pero de verdad existe ese pueblo?" Al último que me lo dijo le respondí que no me imaginaba que fuera abstemio.

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Viviendo aquí Sánchez Mazas llegó a creer que estaba en la Toscana, entre Lucca y Prato exactamente, pero esta impresión, incluso en él, era más fugaz que duradera. Dionisio Ridruejo, en su recomendable guía de esta provincia, dice que La Rioja es una especie de Ampurdán castellano sin mar, de cuando el Ampurdán llevaba cepas donde ahora lleva pinos.

En estos 10 años he vivido aquí tantos miles de horas en los más diversos paisajes que para sintetizar mi visión de esta tierra diré, con palabras del navarro Miguel Javier Urmeneta, que para mí también La Rioja es la Andalucía de Euskadi. Pero que quede claro que, al menos en mi caso, lo digo sin la más leve intención política, pues sé muy bien cómo con el tema de los vascos las bastan por estas tierras. Y que tampoco quede turbio que Urmeneta, que ha viajado mucho por La Rioja, lo decía con incuestionable simpatía. Para que el alcance de este piropo quede del todo diáfano, incurriré en la obviedad de declarar mi fascinación por Andalucía.

De la belleza de tantos paisajes -suelo ir con relativa frecuencia de Logroño a Ortigosa por la maravillosa (paisajísticamente hablando) carretera de Soria- y de la impora tancia monumental de esta provincia ya da buena cuenta la citada guía de Ridruejo y otras que cualquier lector mexicano conoce a fondo.

Como corresponde a una oda de propaganda turística, que es lo que estoy pretendiendo hacer, destacaré la espléndida gastronomía de esta tierra, elogiadísima también por Ridruejo y por el poeta Jaime Gil de Biedrna, a resultas de unos pinúentos rellenos que comió en junio de 1976 en Villamediana de Iregua (y lo digo también en mi afán de contribuir a una biograrla exhaustiva de su persona), y que el poeta todavía recordaba con fervor en un nuevo viaje a Logroño en marzo de 1980.

Los que se fian más de los ensayistas, que se informen sobre esta tierra por Savater, visitante adicto de La Rieja, y que recurran a García Hortelano, Benet y Manuel Vicent -que tan inspirada actuación tuvieron por estos pagos- quienes conflian más en los que escriben cuentos.

De Berceo a Rafael Azcona, que tengo oído que salió de Logroño desesperado, muchos hijos ilustres ha dado esta tierra. Ya sin espacio, dos menciones: el gran actor y alma de Adefesio Teatro Estable, Ricardo Romanos, y los tíos de Vertical Dadá, un conjunto de gente que por lo menos está loca. (Y la reciente novela de Roberto Iglesias Estatua de una tarde de lluvia, publicada por editorial Ochoa).

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