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Crítica:FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Luces y sombras de la Ópera flamenca

Sobre una anécdota primaria -boda de una novia marroquí con un novio andaluz-, Heredia Maya construye una peripecia dramática en que lo flamenco se impone absolutamente a lo africano, y sobre todo el baile.Macama jonda es un capítulo más en esa difícil búsqueda de un teatro auténticamente flamenco, al margen, por supuesto, de la justamente denostada ópera flamenca de tiempos pasados y bien pasados. Seguimos quizá sin encontrar la fórmula idonea, pero indudablemente se avanza en dirección positiva.

Heredia Maya, que ya hace unos años nos ofreció una primera muestra de arte flamenco escénico con Camelamos naquerar, hace en Macama jonda una elemental dramatización de las presuntas afinidades entre lo árabe y lo andaluz, quizá porque es lo que más a mano tenemos, que no porque la influencia mora sea la más decisiva en el arte flamenco. Se insiste en la hermandad de los dos pueblos y otros tópicos al uso, sin mayor trascendencia.

Macama jonda

Autor y director: José Heredia Maya. Cante: Enrique Morente, Antonia "la Negra", Luis Heredia "el PoIaco", Jaime Heredia "el Parrón". Baile: Manolete, Mariquilla, Juan Montoya, María Velasco. Guitarras: Paco Cortés, Pedro C. "el Niño de Jero". Flauta: Rafael Carretero. Orquesta de Música Andalusí de Tetuán. Teatro Alcalá Palace, 18, 19 y 20 de abril de 1983.

Dramáticamente, la anécdota no da para mucho, como vemos. En cambio, permite un juego escénico bien resuelto, con belleza plástica, gracias fundamentalmente a la coreografía de Rafael Aguilar. Una coreografía demasiado sofisticada a veces, en un contexto puramente flamenco, donde lo artificioso y excesivamente elaborado sobra por naturaleza. Aun así, el baile es la parte más sustantiva del espectáculo, y en su rotunda eficacia reside el 90% de la fuerza arrebatadora de Macama jonda, que lleva con frecuencia al público a la ovación cerrada y el homenaje en pie al final. Pero precisamente esa fuerza está en los bailes más puros y auténticos, de más neta raíz gitana. Se abusa, a pesar de todo, creo yo, de los ritmos frenéticos, exasperados, el zapateo martilleante e indiscriminado que llega a fatigar. ¡Qué alivio, entonces, esas pausas que marcan la majestad de las soleares o el señorío de los tientos! Todo ello servido por unos excelentes bailaores, aunque he de insistir una vez más en lo inaceptable de que una bailaora actúe casi constantemente con la falda alrededor de la cintura: eso no es.

En el cante hay que destacar a Morente en su línea última, que se despega de lo clásico, y el rajo vital y electrizante de La Negra. Y también merece un recuerdo el subrayado bellísimo de la flauta de Carretero en algunos pasajes.

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