La realidad y el deseo
Curro Romero es, en Sevilla, como la realidad y el deseo; la consecuencia de los sueños de los aficionados, de los férvidos curristas, que consultan las nubes, los vaticinios secretos del aire primaveral de Sevilla. Curro, de verdad, no existe; a Curro lo estamos inventando cada tarde.Un servidor no espera nada de Curro: si llega algo, lo recibiré como una dádiva. Y punto. Curro es un torero poseído por la magia. Tantas veces he pensado escribir una altiva Psicología de Curro, una muy inteligente y secreta Psicología de Curro y sus relaciones freudiarías con Sevilla. Imposible. La pedantería es un hijo de la juventud; es decir, de las creencias. Curro es huidizo, sencillo y discreto como una sombra. Se parece un poco al cine de José Luis Garci: que está construido sobre la base de nuestros propios recuerdos, los recuerdos de los esmirriados muchachos de mi generación, siempre soñando con,el apartamento de Los Ángeles donde una noche de agosto nuestra Marilyn decidió despedirse de la vida. Curro es como el de Cole Porter. Por eso recuerdo ahora la placita de su pueblo o su primera actuación en La Maestranza, cuando pidió el sobrero y no estaba ya el picador. Aquella tarde fue nuestra desgracia o la primera vez que Curro se encerró con seis toros, y un padre le mostraba a su hijo la infinita sutilidad de la media verónica o los secretos de la figura, la estética del azahar, el humo; porque Curro labra el toreo sobre el humo, hacia arriba, siempre hacia arriba, incapaz de modificar las condiciones de un toro, acompañando; Curro es un genial acompañante del toro. La suerte o la muerte. Curro es como Sevilla, que es una ciudad que tampoco existe; una calle del aire o los cielos que perdimos; una ciudad llena de desdén, como una mujer envuelta en sus propios encantos. Mi amigo Manolo Henares dice que cuando el otro día Curro se levantó, después de aquella voltereta, parecía un novillero, rabioso. Eso, volver a empezar. El faraón por los suelos. Y así nos pasamos la feria de abril. Y todo tan de verdad que parece mentira, por eso lo tenemos que soñar. Aquel muchacho que repartía en bicicleta los encargos de una farmacia es hoy un hábil provocador de sueños. Por eso, Manolo Caracol, ya casi en el borde de la muerte, le cantaba un día desde la primera fila de barrera, congestionado. Aquellas ferias remotas del Prado de San Sebastián, una copita nerviosa sobre las tres si Curro toreaba y si bajaba el ángel, toda la noche iluminada con Curro al lado, invisible, analizando y toreando con el gesto. Curro renacía entre docenas de gestos, entre el silencio y la palabra: pura invención.
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