Olía a torero
, ENVIADO ESPECIAL"¡Música, maestro, venga esa composisión!", gritaba el Diamante Rubio, claque oficial de toda la torería, y el público le mandaba callar: "¡Déjelo ya, hombre: vamos a escuchá er silensio!". ¡Escuchar el silencio! La Maestranza, por unos segundos, era la soledad del claustro, y en esa soledad, sobre el albero, se oficiaba la lidia. Unicamente se oía la vocecita limpia de Manolo Vázquez, que le decía al toro, casi en susurro: "¡Ven, ven!". De frente el torero, la muleta en la izquierda, planchada y adelante, se arrancó el bravo toro de largo, y el natural, suave, hondo y majestuoso, fue de escaloftío. Un aroma a toreo puro lo embargaba todo. Ayer, sí, olía a torero la Maestranza.
Plaza de Sevilla
18 de abril. Tercera corrida de feria.Toros de Jandilla, discretos de presencia, encastados y bravos. Al sexto se le dió la vuelta al ruedo. Manolo Vázquez. Metisaca baja y media (petición y vuelta). Dos pinchazos y otro hondo (aplausos). Curro Romero. Dos pinchazos y descabello (bronca). Pinchazo bajo y estocada baja (división de opiniones). Paquirri. Estocada perdiendo la muleta (petición, ovación y salida al tercio). Estoconazo espectacular (oreja).
Antes habían sido los ayudados y el cambio de mano, ganando terreno, que hicieron estallar en oles el tendido. Luego, los naturales y los redondos bellísimos, ligados con el de pecho. Y la pinturería de los desplantes. Algo de temple faltó a la faena, pero la torería estuvo en ella, y la docena y media de muletazos nos colmó.
Resulta que se va Manolo Vázquez, seguramente porque le faltan condiciones físicas para sobrellevar la dureza de la brega, pero su magisterio es necesario a la fiesta. Su segunda faena constituyó precisamente, una lección magistral sobre la teoría de las distancias. A un toro reservón y tardo, pronto aplomado, le iba variando esas distancias, según fuera su cambiante condición. Le tomó en corto primero, de largo después, le alegró cuando hacía falta y, en su momento, citó entre los pitones. No hubo exquisitez en los pases, porque Manolo Vázquez se reservaba, también, una buena cuota de seguridad, la propia: no era cúestión de salir campaneado entre las astas, ni nadie se lo pedía, sino de sentar cátedra en el histórico marco de la Maestranza.
Estos toreros de escuela, aun con el reflejo tardo y el tobillo flojo, poseen el don carismático del arte, y Manolo Vázquez también lo supo exhibir en verónicas, en un quite por chicuelinas, en otro del delantal, que emocionaron al público. Más emociones hubo en la tarde, sin embargo, y en lo que a emociones estéticas se refiere, Curro alcanzó las más profundas cuando dejó escapar la fantasía de la verónica en sendos quites. Con la muleta, en cambio, fracasó, y este es un severo aviso para el celoso guardián de las esencias. No fracasó precisamente en su primer toro, que parecía darle pánico -lo cual ya habíamos presumido- sino en el quinto, ante el que se descaró con desenfado propio de novillero, y lo trasteó decidido y voluntarioso. La verdad: le salió un churro.
La larga cambiada de rodillas, las verónicas aceleradas, las locas carreras para cuartear en banderillas, los derechazos a montón, pegó Paquirri en su primer toro. Al pase cien, el público se levantó de sus asientos y dedicó una ovación cerrada a la banda de música, que había estado inspiradísima en la interpretación del pasodoble. Después de un suceso así, cualquier torero responsable se mete en la cama y no vuelve a salir a la calle. Pero Paquirri tenía que permanecer en la plaza para lidiar al sexto, que era un bombón. Instrumentó una buena serie de redondos y a continuación los pases de siempre. Eso sí, con la espada es un cañón, y el volapié con que lo despachó fue impresionante.
Los toros de Jandilla, encastados y bravos no se cayeron. También fue torera la tarde por esto. Ahora hay polémica sobre si el festejo de ayer resultó mejor o peor que el del sábado. Contabilizando orejas, el del sábado gana por 5-1. Pero sépase que la corrida de ayer poseyó deliciosas fragancias y la del sábado olía a linimento.
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