"El pesimismo no está en mi literatura, sino en los periódicos", afirma la escritora Doris Lessing
La autora de 'El cuaderno dorado' y 'Los hijos de la violencia' habla en España de su obra
Madrid y Barcelona son las ciudades que Doris Lessing, autora de El cuaderno dorado y Los hijos de la violencia, visita estos días para hablar de sus libros y de la creación literaria. Estará en la universidad Autónoma de Madrid hoy, a las 12,30 horas, y en la universidad Central de Barcelona el jueves 21, a la misma hora. A sus 63 años, Doris Lessing es una mujer cegadoramente física, con una presencia tan real, tan sólida, como la de aquellas mujeres que acompañaban a los pioneros en sus carromatos, camino de la conquista del Oeste. De su literatura dice: "El pesimismo no está en mí, sino en los periódicos".
Bajo el rostro de medallón, sereno, su cuerpo se yergue como una raíz poderosa que parece salir de la tierra. Quizá por ello resulte más chocante que la autora de El cuaderno dorado y Los hijos de la violencia -cuyo último volumen, La ciudad de las cuatro puertas, se ha publicado en España recientemente- se halle inmersa en lo que ella, llama el período "no realista" de su literatura. Dice Lessing, sin embargo, que lo irreal está en la calle, que la vida y el mundo tienen una dimensión fantástica. Y que lo superreal nos acecha.Esta mujer, que nació en Irán cuando todavía no se llamaba así, sino Persia, ha recorrido un largo camino. Y lo ha hecho, seguramente, sola. Sin otra compañía que las obsesiones, esa visión del mundo que ha dado como fruto una extensa obra, y ese compromiso con la realidad, siempre puesto en cuestión, que está presente en toda su obra. Escribe desde que recuerda, pero sus dos primeras novelas las hizo a los dieciséis años, en Rodesia -hoy Zimbabue-, en la granja de sus padres, donde creció.
"Crecer allí", dice, "era hacerlo en un mundo aparte; nadie puede imaginar, en Europa, cómo era aquello, cuán separado estaba de lo que la gente conoce. Los granjeros de entonces eran gentes que no se esforzaban por cultivar racionalmente la tierra, que era la tierra de los negros, que ellos habían obtenido por muy poco dinero. Era una sociedad muy reaccionaria, muy estrecha, muy cerrada".
Una sociedad en la que vivió durante sus primeros treinta años. Y, aunque no disponía de otros modelos para ver el contraste, Doris Lessing leía y encontraba en los libros las respuestas a lo que no comprendía. Así, por las lecturas y por las gentes que llegaban a Salisbury desde otros puntos, aprendió que la revolución era necesaria. "Me lo enseñaron, sobre todo, cuantos venían a Rodesia durante la guerra. De modo que, cuando llegué a Londres, en el 49, yo ya había experimentado el cambio, ya sabía sobre qué quería escribir".
En Londres, las cosas no fueron fáciles. Tampoco lo habían sido antes para Doris Lessing, la escritora. Se casó joven, a los 19 años, en una de esas exaltadas bodas de guerra que casi siempre terminan mal. "Mientras estuve casada no pude escribir. En realidad, tardé mucho en poder dedicarme totalmente a ello". Con todo, desarrolló una especie de habilidad consistente en escribir muchísimo en los pocos ratos en que podía hacerlo. "Y eso me ha dejado una mala costumbre, que escribo mucho incluso ahora, que ya dispongo de todo mi tiempo para dedicarlo a la literatura".
En ocasiones ha dicho que la mejor cualidad de un escritor es la "obstinación calculada". Le pregunto cómo se consigue, y se echa a reír: "Se tiene". Y también dice: "El talento es algo bastante corriente. La verdad es que mucha gente podría escribir. Lo que escasea no es el talento, sino la constancia".
Constancia y talento unidos le han permitido dar a la luz una obra que en España sólo conocemos parcialmente. Eso la contraría, porque lo que a ella más le gusta de cuanto ha hecho es lo que ignoramos: Briefing for a descent into hell y Memories of a survival, obras inmersas ya en lo que ella llama space fiction, género al que pertenece su nueva pentalogía, que tiene el título genérico de Canopus in Argos: archives.
Doris Lessing, que ha hablado de racismo, de guerra, de injusticia, de los conflictos que sacuden a la mujer en una sociedad regida por los hombres, escribe ahora sobre el futuro que nos aguarda. O quizá sería más justo decir que escribe, desde el futuro que imagina, sobre el presente que prepara ese futuro. "¿Por qué es tan pesimista?", inquiero. Y lo niega: "No, el pesimismo no está en mí, sino en los periódicos. Leyéndolos sientes algo muy similar a lo que sentíamos antes de la última guerra mundial: la sensación de que una nueva guerra se aproxima. Pero sería erróneo decir: "¡Ah, la bomba caerá sobre nosotros, la Humanidad desaparecerá, por tanto no hay nada que hacer". No. Hay que distinguir entre guerra nuclear y guerra convencional, y la convencional puede ser tan, tan horrible. La gente tiene que pensar en ello, sentarse y pensar en cómo se están degradando los alimentos, en cuáles son los peligros de la polución, de la destrucción de la naturaleza, de todas esas armas que están sacando continuamente. Así aprenderemos a defendernos, a exigir que se nos defienda". Dice que los libros ayudan, y que ya son muchos los escritores que nos advierten del mundo que nos aguarda.
Tiene bastante confianza en la concienciación del público: "Cada día son más numerosas, y dejan oír más su voz, las asociaciones pacifistas que claman por una vida menos peligrosa".
Le pregunto qué hace cuando no escribe: "Caminar. Me gusta mucho, mucho. Y cotillear con las amigas". Añade que le gusta mucho cansarse físicamente. "Soy una mujer muy fuerte, y eso me viene de la familia de mi padre, que eran campesinos. Aunque mi padre trabajaba en la banca, era un hombre muy deportista, muy fuerte, que perdió las piernas en la guerra y luego se dedicó a la granja y se convirtió en lo contrario de lo que había sido hasta entonces: un soñador". De su madre, que fue enfermera y estuvo a punto de dirigir un hospital a los 32 años -lo dejó para casarse-, ha heredado la energía: "Era una verdadera déspota, que volcó en los hijos todas sus dotes de mando. Me ha costado años reconocer que fue una mujer extraordinaria".
El difícil camino del feminismo
Doris Lessing pide un poco de tiempo para relajarse después de comer: "Porque si no descanso, con tantas entrevistas seguidas, me pongo histérica". Y te resulta difícil creerlo, viendo la dulzura que emana de su semblante, la suavidad con que parece enfrentarse con las cosas. Luego te habla de lo que supone para ella escribir: "Algo, a veces, muy placentero. Me ha gustado mucho escribir Marriages (de su nueva pentalogía Canopus in Argos: archives, no publicada entre nosotros), y me hizo sufrir enormemente La ciudad de las cuatro puertas, porque cada vez que hablaba de la guerra me daba tanto miedo que quería esconderme bajo la manta. Una de las cosas que más me gustan es empezar una novela, porque sé que voy a aprender mucho, obligada como estaré a hablar de muchos personajes distintos, a meterme en su piel. Sí, escribir ayuda a comprender".Ha dicho en muchas ocasiones que el feminismo no surgió en los 60, con el movimiento de las Wornen Lib. "Entre las gentes que éramos de izquierdas, las reivindicaciones de la mujer eran algo por lo que se luchaba ya, al tiempo que se trataba de construir un mundo más justo".
Para Doris Lessing, hoy, el feminismo ha perdido efectividad. "Déjeme que le cuente una cosa. Cuando yo era joven, en Rodesia, mis amigos y yo solíamos contemplar con desprecio a las mujeres que se sentaban a charlar en las verandas y las cocinas, y que estaban constantemente quejándose de lo mal que se las trataba. Mis amigos y yo solíamos decir que más les valdría estar muertas. Pues bien, a los grupos feministas les ocurre algo así: se han convertido en plañideras. Hablan y hablan y hablan sin parar. Pero, ¡se hace tan poco!... Yo siento un gran respeto hacia las mujeres que no se detienen, que luchan, que siguen adelante, pero desprecio a las que sólo saben quejarse y hablar".
Babelia
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