Las Vegas, lujo en el desierto de Nevada
Es la ciudad más artificial de América, inventada sobre el desierto de Nevada, creada para que cualquier mortal pueda convertirse en un rico efímero o en un mendigo satisfecho. Un inmenso casino donde la locura de jugar empieza desde el momento en que se desciende del avión. El supremo goce es apostar en la ruleta
El dinero corre multiplicado por los cientos, miles de máquinas que pueblan la ciudad. Las calles mismas son un anuncio luminoso continuo, emplazado en mitad del desierto, que lanza a puro grito la posibilidad de ser rico en un instante. Las Vegas es un inmenso casino dividido en salas multicolores, brillantes, donde se puede escuchar a Dean Martin mientras las últimas monedas se las lleva el crupier de turno con la ilusión de que se ha pagado un precio de ganga. Entrar en la sala de los sueños no cuesta nada. Beber oro líquido es absolutamente gratis. La única condición: apostar en la ruleta, probar la agudeza propia y ajena en el black jack, sentirse por un instante el hombre americano feliz jugando a los dados. Jugar, jugar siempre, no parar de jugar, meterse de lleno en esa locura que da comienzo nada más descender del avión, en la misma sala del aeropuerto, cuajada ya de máquinas, oliendo a dinero reciente, llenándolo todo la música de las monedas que salen y entran, anunciando que se ha llegado a la ciudad del ocio organizado, la capital del juego, el ombligo de los dólares, el otro rostro de Wall Street.Las Vegas es la ciudad más barata de todo EE UU. Hoteles, restaurantes, casinos para todos. Los más lujosos del mundo -Caesars Palace, MGM, Flamingo Hilton, Circus Circus- funcionando en sesión continua, día tras días, sin ninguna hora de reposo para el cuerpo ni para el bolsillo, hasta otros más abiertos, menos exquisitos, día y noche esperando, atendiendo al jugador, como el Sam's Town, donde pueden dormir dos personas en una habitación de sueño por 25 dólares. Jugar siempre, a, todas horas y a todos precios; todas las apuestas están permitidas, desde los 10 centavos hasta toda la fortuna del mundo. Jugarse la vida misma en una boda que cuesta tan sólo 20 dólares y una semana de estancia en la ciudad de la locura asegurada. Cientos de pequeñas capillas anuncian la posibilidad de un matrimonio casi instantáneo, compitiendo con los reclamos de los casinos en precios y promesas de felicidad.
En mitad del desierto de Nevada, alejada del mundo, ninguna ciudad está más cerca de él que Las Vegas, perfectamente artificial, vertical y apretada como si le faltara espacio.
Llegar a Las Vegas. Si va por su cuenta: TWA le lleva y le trae, con transbordo en Nueva York, desde 71.500 pesetas. Hay viajes organizados por EE UU que incluyen Las Vegas (Turavia, Mundicolor) desde unas 140,000 pesetas, quince días, incluyendo hoteles.
Desde Las Vegas. Se puede ir al Gran Cañón del Colorado, ese desfiladero de proporciones gigantescas que alcanza los 1.600 metros de profundidad. Existen excursiones organizadas de un día de duración en las que se sobrevuela en avioneta el Gran Cañón, con parada en el borde (precio, unos 100 dólares). El poblado del Gran Cañón cuenta con todo tipo de instalaciones turísticas, así como de lugares para acampar (estancia máxima, siete días). Desde este punto se pueden hacer todo tipo de excursiones, a pie o en mulo. El descenso al río está reservado a las personas con experiencia en montañismo. De cualquier forma, vale la pena la escapada. Con sus cerca de 400 kilómetros de longitud, su anchura cambiante (de 1,5 hasta 29 kilómetros), la profundidad infernal de unas paredes que ponen al descubierto las mismas entrañas de la tierra, el Gran Cañón es la representación natural de un continente en tantos aspectos excesivo.
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