"Las saetas surgen de la emoción contenida de la multitud"
De haber nacido en otra época, quizá hoy fuera una estrella del bel canto, una cotizada soprano. En realidad, tiene todo el, aspecto de serlo. Pero cuando hubiera debido iniciar su carrera habría estado muy mal visto que una hija de buena familia sevillana encaminara sus pasos por ahí. Eran tiempos en los que el horizonte de una chica como Angelita se reducía a buscarse un buen marido y dejarse de fantasías. Eran tiempos en los que cualquier cosa que se saliera de lo corriente podría comprometer nada menos que la imagen de toda una familia.A los 12 años, Angelita quería cantar y participar en la Semana Santa. Sus siete hermanos varones podían ser nazarenos o costaleros, y ella no. Y un día, viendo pasar a la Virgen de la Caridad, del Baratillo, decidió intervenir de la única forma posible, y le cantó una saeta. Ahora, los capillitas corren entre procesión y procesión para llegar a tiempo de escuchar a Angelita.
"Cristo de la Buena Muerte,/ quién te mira y no te reza;/ quién no se encoge de angustia/ al ver tu cara de cerca". Este año no ha salido el Cristo de la Buena Muerte porque un accidente estropeó el paso, pero sus cofrades han podido escuchar de la voz de Angelita Yruela una saeta que les ha permitido matar un poco la tristeza: "Si no estás muerto, si duermes,/ te cantaré nanas nuevas;/ yo te acunaré en los brazos/ como un costalero hiciera;/ en tierra me convertiré/ para que pises por ella,/ Yo le robaré a la noche/ el brillo de las estrellas/ porque nada te despierte/ de tu muerte dulce y bella".
Ya no le importa, como cuando niña, no poder salir de nazareno ("la cara de la mujer no la ha hecho Dios para cubrirla con una capucha"), y defiende que la mujer debe participar en la Semana Santa acompañando al marido, luciéndose orgullosa de su brazo. Pero todavía habla con nostalgia de la posibilidad de haberse convertido en una figura del bel canto, y nadie puede adivinar qué porcentaje de cantante frustrada, de sevillana y de mujer de convicciones religiosas coexiste en esta saetera mayor.
Durante la semana cuida lo más posible su voz, evitando hablar más alto de lo preciso, huyendo de las bebidas frías y durmiendo lo más posible, que es lo más difícil de todo, porque esta semana hay poca gente en Sevilla capaz de marcharse a la cama antes de que el último paso haya regresado a su punto de salida.
No quiere mostrar sus preferencias por ninguna cofradía, y aunque confiesa no ser, en el plano religioso, una beata, ni siquiera una estricta practicante, es frecuente que las lágrimas se le escapen cuando ha descargado esa especie de flujo colectivo de emotividad que es una saeta.
Prepara sus propias letras en casa, y a veces improvisa cuando ve llegar el paso, olvida el libreto y se lanza sin más: "Que no redoble un tambor,/ que no suene una trompeta,/ que está cantando un corazón,/ y el eco de mi saeta/ es igual que una oración".
Una vocación por el canto, una necesidad de participar en la Semana Santa, una devoción ni mayor ni menor que otras muchas y mil lecciones de La Niña de la Alfalfa se han juntado en esta mujer que las cofradías se disputan y los capillitas siguen de procesión en procesión. Algunos dicen que a Angelita se le caen las saetas, pero a ella no le gusta escuchar eso, porque ella dice que las saetas no se caen, que surgen de la emoción contenida en la multitud que contempla la belleza de un paso, y que toda esa emotividad estalla en una mezcla de oración y cante a través de alguno de los presentes, de alguno al que Dios le ha concedido ese don.
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