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La necesidad de la democracia

La conferencia de Estrasburgo abrirá sus sesiones en los primeros días del próximo mes de octubre. Se ha previsto que acudan a ella parlamentarios de las naciones que forman el Consejo de Europa y de los restantes Estados pertenecientes a la OCDE. Es decir, la gran mayoría de las democracias plurales y parlamentarias que funcionan en el contexto internacional de nuestros días. Se ha puesto en marcha el comité organizador, cuya primera función ha sido aprobar las normas de procedimiento de las tres jornadas de que constará la conferencia, así como el orden del día de las discusiones de que se compondrá la reunión. El eco suscitado por esta iniciativa ha sido considerable en los países convocados. La circunstancia de hallarse en minoría numérica en el mundo, los sistemas de alternativa democrática y de pluralismo partidista frente a una abigarrada mayoría de Gobiernos regidos por un concepto despótico del poder o por una inspiración doctrinal totalitaria aconseja la convocatoria de este foro de reflexión abierto), flexible, sin propósito institucional, con talante de experiencia colectiva, que suponemos repercutirá en el fortalecimiento de la conciencia ideológica de la Europa occidental, bastión indiscutible de las formas de Estado democráticas y parlamentarias.Se consideró en la asamblea del Consejo de Europa la conveniencia de reunir con unos meses de antelación -en estos últimos días de marzo- un coloquio explicitador sobre el concepto mismo de la democracia. Es, en efecto, el significado de ese vocablo, en cuanto sistema de vida pública, lo que se trata de proteger y de actualizar. Muchos y conocidos son los riesgos y los adversarios que hoy actúan para minar, desprestigiar y destruir el Estado democrático basado en la soberanía popular y en el sufragio universal libre y secreto de los ciudadanos. Hay los enemigos declarados en ambos flancos, el de la izquierda y el de la derecha. Existen también los adversarios solapados y tenaces, clandestinos y violentos. Y la gran masa de los indiferentes y abstenidos. O quienes critican, justamente, la ineficacia o inadecuada capacidad de respuesta de los instrumentos decisorios en una democracia para hacer frente a la creciente complejidad de las cuestiones planteadas al Estado moderno. Y hay que contar finalmente con los desafíos que trae consigo la transformación tecnológica de la sociedad desarrollada y sus incidencias viscerales en la vida cotidiana del hombre y en el sistema de sus reacciones existenciales, entre las que se incluye la formación de las tendencias de opinión, base del voluntarismo colectivo de la sociedad abierta.

¿Por qué creemos que la democracia es necesaria en la comunidad internacional de nuestros días? Porque la precisamos para alcanzar el más alto nivel de diálogo entre gobernantes y gobernados. Para garantizar esa comunicación se hace indispensable la transparencia de la vida política, es decir, la identificación de los centros de poder. Esa es una de las razones de la vulnerabilidad de los Estados democráticos.

Pero esa vulnerabilidad -que no debilidad- se puede definir como una de las características esenciales de la democracia. Diferencia con ello, en efecto, al sistema totalitario del sistema del Estado democrático. La necesidad de la democracia en las sociedades desarrolladas se desprende de la filosofía de las relaciones entre el individuo y el poder. Esas relaciones no están exentas de conflictividad y de tensión. Uno de los objetivos de la democracia es reducir esos niveles de antagonismo en vez de exacerbarlos. La democracia debe servir para quitar la espoleta de los asuntos explosivos y evitar el confrontamiento abierto. Por eso puede ser definida como la política civilizada.

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La democracia es una técnica de gobierno que permite y estimula la participación de los gobernados, pues el individuo se integra activamente en el sistema de poder en vez de convertirse -como ocurre en la sociedad cerrada- en objeto manipulable que en ocasiones es silenciado y hasta exterminado. La democracia no necesita vindicación permanente como las dictaduras de diverso signo ni tampoco propaganda institucional. Su más clara justificación es la democracia misma. No le es necesaria una apoyatura dialéctica trascendente para subsistir. Sus líderes deben rendir constantemente cuenta y razón ante la opinión pública.

Afirmar que la democracia es necesaria significa que pensamos en ella como ámbito más propicio para proteger las libertades del hombre y, en el orden cultural, hacer posible la plenaria autorrealización de su espíritu. Pero reconocemos asimismo la exigencia de un perfeccionamiento del sistema en lo instrumental para hacerlo más adecuado a la evolución acelerada de las sociedades desarrolladas. La permanencia de los principios políticos esenciales es, sin embargo, un punto de partida, un cimiento indispensable en esa anhelada modernización. El presidente Mitterrand, en su mensaje a la asamblea de Estrasburgo, lo afirmó con palabras rotundas: "¿Qué clase de democracia sería esa que, denominándose democracia económica-social, olvidara la democracia política?".

El impacto del progreso tecnológico en la sociedad informatizada tiene muchas y contradictorias vertientes. Entre ellas, comporta el riesgo de alejar la imagen del gobernante haciéndole más difuso y anónimo, obturando con ello el flujo de la comunicación. Pero trae consigo otros medios poderosísimos para reforzar la participación si se logra emplear adecuadamente el ordenador, la cibernética y los medios pasivos. La democracia no se puede poner de espaldas a la gran mutación social que sobreviene en estos tiempos, sino que ha de vivir con ella y aceptar plenariamente lo que tiene el progreso de positivo y de modernizador.

La responsabilidad de Europa en la defensa de la permanencia de la democracia es un compromiso crucial para el porvenir. Estamos llegando a una fase de nuestra historia en que la democracia se convierte en un hecho irreversible en los Estados miembros del Consejo de Europa. Ese es el propósito central de nuestra reflexión colectiva.

Los riesgos y las vulnerabilidades de la democracia son quizá más visibles en Europa que en otros países ajenos a nuestro continente, pero es también aquí donde se siente con mayor intensidad su necesaria presencia. Acaso porque los europeos hemos conocido las experiencias no muy lejanas que la hicieron tambalearse y caer a manos de movimientos antidemocráticos poderosos y violentos.

Si el proceso de unificación europea progresa y supera las grandes dificultades que todavía obstruyeron su camino habrá en el futuro una Europa unida. Lo seguro es que, en todo caso, será una Europa democrática.

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