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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Tres años del asesinato de monseñor Romero

Seguramente muchos españoles saben que monseñor Romero -ahora hace ya tres años- fue asesinado. Asesinado tras un plan previo, fríamente calculado. Pero, ¿saben igualmente esos españoles quiénes asesinaron a monseñor Romero?Yo tuve la suerte de conocer a este obispo en San Salvador, el 28 de agosto de 1978, en la misa que a las ocho de la mañana celebraba para el pueblo. Allí vi, apretujados, centenares de campesinos que escuchaban su palabra y que, de cuando en cuando, le interrumpían con sus aplausos. La homilía, al igual que todos los domingos, le duró hora y cuarto. Al final de la misa, monseñor salió a la entrada de la catedral. Vi cómo abrazaba a muchísimos campesinos y recibía de ellos, en un saquito, cuanto le entregaban para tantos necesitados. Yo también pude hablarle y, en nombre de muchos amigos, darle un abrazo.

Pero pude conversar con él en otra ocasión. Fue en Madrid, dos meses antes de su muerte. Ya para entonces monseñor Romero había sido propuesto por 118 parlamentarios ingleses para el Premio Nobel de la Paz, y la Universidad de Georgetown de Washington y la Universidad Católica de Lovaina le habían otorgado el doctorado honoris causa.

¿Quién fue monseñor Romero?

Recientemente pude visitar en Nicaragua un campamento de refugiados salvadoreños. Rodeado de niños, les mostré una foto de monseñor y les pregunté:

-¿Sabéis quién es este señor?

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-Monseñor Óscar Arnulfo Romero.

-¿Y quién fue monseñor Romero?

-Un profeta.

-¿Y quién es un profeta?

-Un señor que es muy bueno con el pueblo.

Decir, como estos niños, que Óscar Romero fue un profeta es lo acertado y lo más indiscutible de su persona. Porque, como todo profeta, monseñor Romero supo encarnarse en el pueblo: tuvo ojos para ver, oídos para escuchar y corazon para sentir.

Óscar Romero vio que el pueblo salvadoreño -su pueblo- era en un 60% campesino, que un 40% de ellos eran analfabetos, que más de un 80% no tenían en sus champas agua ni servicios higiénicos y que más de un 92% carecían de energía eléctrica. Vio también cómo, junto al pueblo, existía una minoría rica, superprivilegiada y extraordinariamente fuerte que poseía más del 75% de la tierra. En El Salvador, 2.000 familias tienen tanto como el resto de todas las fámilias del país.

Reclamar justicia

Óscar Romero escuchó a su pueblo, le oyó reclamar justicia. Desde hacía más de cincuenta años, ese pueblo tenía conciencia de la situación de empobrecimiento e injusticia a que lo habían sometido, situación que no se debía, como tantas veces se dice, al fatalismo, a la vagancia o a la insuficiencia de recursos. Esa situación estaba originada, alimentada y mantenida por ese grupo de familias que, oponiéndose a todo cambio y mejora, persiste en que el pueblo debe seguir resignado y esclavo. Y monseflor vio y oyó cómo, al servicio de esas familias y formando parte de ellas, hay un Gobierno -no nombrado ni elegido por el pueblo- y hay un Ejército extrañamente reclutado y diabólicamente entrenado. Ese Ejército sofoca la dignidad y derechos del pueblo y, sobre todo, mata. Mata a inocentes y de mil maneras salvajes.

Diversas comisiones internacionales han registrado estas muertes ilegales o extrajudiciales. Según datos bien contabilizados, en los treinta meses que van de enero de 1981 a junio de 1982 fueron asesinados 22.783 ciudadanos, lo cual significa un promedio mensual de 759 asesinatos. El 53% de las víctimas de esos asesinatos (12.058) son campesinos, obreros, empleados y estudiantes. Y 6.115 de ellos se han producido colectivamente, es decir, en grupos de no menos de veinte personas.

A este obispo, que llegó a San Salvador con ideas moderadas y hasta con una cierta determinación de acabar con las comunidades cristianas de base, lo hicieron cambiar -lo convirtieron- la pobreza y el llanto de su pueblo. Monseñor Romero tuvo corazón y supo com-padecer.

Lo convirtieron a la justicia y a la verdad, no a la neutralidad. El profeta nunca es neutro, aséptico, descomprometido.

Monseñor Romero no inventa lo que sus ojos ven en su pueblo, no inventa el egoísmo y la avaricia de los grandes, no inventa el despliegue represivo cada vez mayor, que sobre el pueblo se está haciendo, no inventa la omnipresencia decisiva del Gobierno de EE UU. En febrero de 1980 escribe al presidente Carter pidiéndole que no preste más ayuda militar al Gobierno salvadoreño ni intervenga bajo ningún aspecto para determinar los destinos de su pueblo.

Monseñor Romero no se inventa la existencia de clases sociales, las que coexisten antagánicamente en su pueblo: una potente y dominadora y otra empobrecida y dominada.

Aprobar ese modelo de sociedad sería descalificar el plan de Dios, el revelado por Jesús de Nazaret, que nos constituye a todos en una clase única, la humana, como hermanos.

Con todos

Óscar Romero está con todos, no excluye a nadie. Pero de una manera y otra. Está con los ricos para señalarles el camino de la conversion y que dejen de oprimir; con los pobres, para que manten,gan su dignidad y exijan sus derechos.

Pero como los ricos no se convierten -cosa que nunca han hecho ni harán, por más cristianos que se digan-, comienzan a lanzar sus calumnias contra el profeta. Le acusan de comunista, de subversivo, de hacer política ensotanada, de no respetar la tradición, de dividir la Iglesia.

Otros profetas -los cortesanos, los equidistantes, los que parecen estar por encima del bien y del mal, y también fuera de la vida y de la historia- no se atreverán a condenarlo, pero lo juzgarán imprudente, equivocado y hasta trabajarán desde altas instancias para que deje su cargo de arzobispo y no asista a la reunión de los obispos latinoamericanos en Puebla: "Pobre pastor glorioso, / abandonado / por tus propios hermanos de báculo y de mesa. (Las curias no podían entenderte, / ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo...)". (Monseñor Pedro Casaldáliga.)

A monseñor Romero no le mataron por ser un falso profeta. De ser así no hubiera tenido enemigos y "todos hubieran hablado bien de él". Le mataron los que, desde siempre, han odiado la causa de Jesús: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa...; de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros" (Mt 5,11-12).

Monseñor Romero es uno de los muertos que nunca mueren. Su vida está presente en el pueblo. Ha sido precisamente su imagen -una foto de cuando monseñor visitó al Papa en Roma- la que sus enemigos han prohibido que apareciera en las calles y plazas de El Salvador con ocasión de la última visita del Papa. Estando ausente les perturba y atormenta. "Como cristiano", dijo él un día, "no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño... Si llegan a matarme, perdono y bendigo a quienes lo hagan. Un obispo morirá, pero la Iglesia, que es el pueblo, no perecerá jamás".

es profesor de Teología Moral.

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