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La imaginación del candidato

He leído, no sé dónde, que el señor Jorge Verstrynge accedió a ser nombrado candidato por su partido a la alcaldía de Madrid a causa de las buenas y convincentes palabras que al efecto vertió en su oído el señor La Cierva, o De la Cierva. No sabía yo que este último señor seguía existiendo, aun cuando me consta que es lo bastante joven como para no haber pasado todavía -tenía que haber sido por accidente o por una galopante enfermedad- a mejor vida, política, ya que no física. Creía yo, ingenuo de mí, que el mentado señor La Cierva, o De la Cierva, había agotado -en anteriores regímenes y pasadas legislaturas- toda su capacidad de persuasión y que (salvo las de su familia, naturalmente) ya no quedaba en este país persona física o jurídica susceptible de ser aconsejada por el señor La Cierva, o De la Cierva. A lo que veo, no es así, y a lo que me aseguran, el mentado señor sigue escribiendo, tan mal como siempre, pero con una loable perseverancia.Entre otras cosas singulares que adornan su vigorosa e inmarchitable personalidad, parece que el señor Verstrynge (al que, sin duda, sus amigos llaman Jorge y sus partidarios Verstrynge) se deja alimentar -como Genoveva de Brabante, no en balde procede de esas tierras o sus aledañas- por La Cierva, o De la Cieva, bien dispuesto a hacer de nodriza, a falta de mejor empleo. Y el resultado a la vista está. Acaricio la idea de que fue el señor La Cierva, o De la Cierva, quien aconsejó al señor Verstrynge (llamado por sus amigos Jorge) las palabras que debía dirigir a cierto grupo de jóvenes estudiantes de un colegio mayor. Ah, si se trata de jóvenes -sin duda le susurró al oído-, hay que ser audaz, por lo mismo que si te diriges a personas de la tercera edad no estarán mal vistas unas palabras impregnadas de cierta ternura. En cambio, a los adversarios, leña. A cada cual, lo suyo, qué demonio, sospecho que debe decir el señor La Cierva, o De la Cierva, al oído del señor Verstrynge.

Bien. El caso es que en el colegio mayor, el señor Verstrynge decidió lanzarse en picado y, aprovechando que tenía delante una audiencia juvenil -pero consciente de que su mensaje se dirigía a todos los madrileños y por todos los madrileños sería recibido-, se permitió prometer que "si llegaba a la alcaldía, llevaría la imaginación al poder". Enhorabuena, señor Verstrynge, he aquí una oratoria a la que no estábamos acostumbrados, he aquí un mensaje nuevo, apenas manido, que, al parecer, conserva íntegra toda su frescura, pese a los quince años transcurridos. He aquí lo que da de sí la imaginación del señor Verstrynge o, tal vez, la imaginación del compound La Cierva-Verstrynge, una combinación tan simpática como el protocolo Franco-Perón, o tan férrea como la ley Harley-Taft, o tan sonora, al menos, como la de Currinche y don Turulato.

El señor Verstryrige (poseedor, según se dice, de una copiosa erudición), a tenor de lo que ha dicho, debe creer que para ganar unas elecciones vale cualquier ardid; así, si a los jóvenes se les puede encandilar con los graffiti del Odeón, ¿por qué no emplear con los metalúrgicos el lenguaje de Rosa de Luxemburgo, el de Poujade con las amas de casa o el de Kissinger con los grandes empresarios e industriales? Es una solución un tanto ecléctica, pero que ofrece la nada desdeñable ventaja de que, con tal abanico dialéctico, el señor Verstrynge puede ahorrar su propio pensamiento y su propio léxico, que deben ser más bien escasos, y reservarlos para sus amigos, que deben ser numerosos si, además del señor La Cierva, o De la Cierva, ha logrado concertar con el señor Ansón, otro notable de la pluma.

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Pero vamos a la promesa y a suponer que, lejos de querer repetir un tópico manido e intentar pasar como original y propio algo que es bien público desde 1968, el señor Verstrynge es realmente sincero cuando se cree capaz de llevar "la imaginación al poder". Sin el menor deseo de entrar en un polémico análisis sobre la corrección semasiológica de tan conocida frase, me permito insinuar que la imaginación es ya de por sí un poder -"la facultad para crear cosas nuevas", así rezaba una arcaica definición, no del todo arrumbada-, por lo que, aceptada en su sentido más inmediato, la obediencia a su dictado sólo contribuirá a fortalecer el poder con otro Poder más, por lo general -bien es verdad- ausente del ejercicio del mando. Hasta ahora nada parece más conforme a la actitud política del señor Verstrynge, que milita en un partido que, ansiando frenéticamente el poder, no tiene otro credo que su fortalecimiento y rearme, aunque sea con un arma de dos filos como es la imaginación. El precepto empieza a hacer agua cuando se considera que poder e imaginación no se mezclan ni suman así como así y que aquel que intente conciliarlos sólo conseguirá el fortalecimiento de una facultad en menoscabo de la otra. Ése era, a mi modo de ver, el recóndíto sentido de la frase cuando estaba en los labios de los estudiantes del Odeón, lo bastante sinceros y arrebatados como para no desear en modo alguno una decoración del poder con unos ornamentos insólitos, sino más bien su degradación bajo los efectos disolventes de la imaginación. Si ésa es la interpretación del señor Verstrynge, mucho me temo que el señor Fraga no tardará en ponerlo de gafitas en la calle.

¿Y si es la otra? Ah, si es la otra, estamos salvados, si por salvados entendemos que el señor Verstrynge no llegará a regir la alcaldía de Madrid ni tendrá jamás oportunidad de llevar su imaginación al poder. ¿Pues qué? ¿Piensa plantar más árboles, suprimir la grúa, Publicar bandos más risueños, inaugurar más kermeses, recortar los impuestos, mitigar la contaminación? El señor Verstrynge no puede ignorar -pese a su copiosa erudición- que la imaginación es una facultad autónoma y que no necesita ninguna alianza ni acceder a ningún puesto para ponerse a trabajar y crear sus cosas nuevas. Y a menos que su imaginación sea de las que yacen adormiladas en tanto no detentan el poder y sólo conocen un fulminante despertar en el momento en que su propietario accede al mismo (y ese tipo de imaginación, con demostrada frecuencia, conduce al despotismo), bien podía el señor Verstrynge haber ofrecido al público alguna muestra de los fastuosos proyectos que, sin duda, ha elaborado y que tan celosamente guarda y protege bajo esa apelación al concurso de toda una facultad que, hoy por hoy, no tiene ni mucho menos probada. Habrá que suponérsela, aunque para ello haya que hacer la vista gorda y los oídos sordos a la tutoría del señor La Cierva, o De la Cierva, a su hermandad espiritual con el señor Ansón y a sus propias palabras en los colegios mayores y otros centros de beneficencia. Lo bueno del caso es que, de seguir así, no llegará nunca ni a la alcaldía de Madrid ni a la de Pozuelo; lo malo, en cambio, es que nunca tendrá un mentís real a sus pretensiones; sin el triunfo no se llega nunca a comprobar que el candidato es incapaz de cumplir lo que promete, sea mucho o poco.

Hay un tipo de personas al que en Cataluña se le suele llamar cantamañanas.

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