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Reportaje:Minorías étnicas en España

Del subdesarrollo portugues al tercermundismo económico de Galicia

Empujados por las duras condiciones de vida, la miseria y el paro, sin un objetivo mucho más ambicioso que el de probar suerte a simplemente subsistir, millares de portugueses atraviesan la raia, se insta lan en el tercermundismo económico del sur de Galicia, y buscan alguna chapuza que les permita comer al día siguiente, confiados en que la más que probada tolerancia de las autoridades sea su mejor salvoconducto para no ser puestos al otro lado de la frontera.Estos emigrantes tienen comportamientos y actividades sustancialmente diferentes de los que se dedican a tareas de contrabando en zonas de gran tráfico hacia uno y otro lado, como en la frontera portuguesa con Pontevedra y algunos puntos muy concretos de la frontera en la provincia de Orense. La colonia de portugueses en la Galicia rural del sur forma una auténtica clase marginal, un subproletariado de residentes ilegales que malviven de trabajos duros -rara vez con algún contrato-, de servir, de la mendicidad y, en muchas ocasiones, de la prostitución.

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Alberto Pires da Silva, cónsul de Portugal en la capital orensana, calcula en 7.000 el número de residentes portugueses en las provincias de Lugo y Orense, y asegura que el 80% de ellos no están inscritos en el consulado. La última gran avalancha se produjo tras la Revolución de los Claveles, en 1974, y, sobre todo, tras el retorno de los portugueses de las colonias, que supuso una importante reducción del mercado de trabajo en el país vecino. Las autoridades mantienen una postura de tolerancia considerable, salvo en los casos de delincuencia. "Por pequeños delitos ponemos constantemente a portugueses en la frontera", informael gobernador, Mariano Sanz, para el que, de todos modos, "los 225 kilómetros de raia seca que comparten Orense y Portugal, con una orografía muy diricil y grandes bosques, hacen prácticamente incontrolable el paso en cualquier dirección". Los portugueses que viven legalmente aquí sólo acceden, por lo general, a empleos duros y mal remunerados, sin ningún tipo de cualificación profesional. La construcción civil, la agricultura, la pizarra, son los sectores que dan trabajo a mayor número de forasteros. Las mujeres, por su parte, se ocupan principalmente como empleadas de hogar. Tan sólo se conoce en Orense un colectivo de trabajadores portugueses cualificados en la fábrica Galo's Cerámicas, de la que viven unas cuarenta familias procedentes en. su mayor parte de la comarca de Barcelos, de gran tradición en cerámica popular. Esta es una incipiente industria con amplio mercado.

Amenaza constante

Pero si son difíciles las condiciones de trabajo de los portugueses con residencia legal, las de aquellos que residen ilegalmente llegan a resultar increíbles. En el sector pizarrero, cerca de quinientos trabajadores ilegales cargan con las labores más duras y peligrosas. Según informa José Luis Mourín Estela, secretario comarcal de UGT en Valdeorras y diputado del PSOE en el Parlamento gallego, no hay más decincuenta obreros dados de alta en la Seguridad Social y con un contrato laboral en regla. Los demás tienen que trabajar a destajo, por un salario inferior al estipulado en convenio y con la constante amenaza de ser denunciados a las autoridades.

Estos hombres suelen trabajar en el denominado rachón, la zona más peligrosa de las canteras, en donde se trabaja constantemente con explosivos y son frecuentes los accidentes laborales. Pero cuando surge el percance, desaparecen todas las pruebas. El parlamentario' gallego del PSOE cuenta el caso

de un accidente mortal que se produjo el pasado año en las canteras: los sindicalistas no lograron un solo testigo del caso y, la propia mujer del trabajador muerto, se negó a hablar. Mourín Estela asegura que el accidentado apareció dado de alta en la Seguridad Social un día antes de su muerte.

Carlos Blas Rodríguez, responsable de Comisiones Obreras en la comarca de las pizarras, afirma que los trabajadores extranjeros contratados ilegalmente "viven en grupos numerosos, en casas viejas o pajares habilitados para vivienda", a veces alquilados por los propios patrones, y que sus dificultades económicas los convierten en gentes con pocas relaciones con los vecinos de la zona, con escaso nivel de integración y, prácticamente, apartados en un gueto tercermundista. Carlos Blas advierte de la dificultad que tienen los inspectores de Trabajo para controlar explotaciones en pleno monte. El presidente de la asociación provincial de pizarristas, Esteban González Cuellas, no tiene, en cambio, noticia de estas actividades en las más de cuarenta empresas del sector integradas en la asociación patronal. "Sin embargo", matiza, "no puedo asegurar que no se den algunos casos".

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