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Felipe González gobierna en la lejanía desde la apretada agenda de la Presidencia

El presidente Felipe González dobló ayer el cabo de sus primeros cien días de lejanía en la Moncloa con un balance dificilmente cuantificable, por lo heterogéneo: ciento veinte entrevistas -una decena de ellas mantenidas en secreto-, catorce Consejos de Ministros, quince mil cartas de súplica o de apoyo, un dieciséis por ciento más de popularidad entre los españoles (según dijo, al menos, el portavoz oficial), dos encuentros con humoristas y una sola salida nocturna. Es el saldo provisional de un hombre que gobierna con diez millones de votos, quince ministros, un vicepresidentey menos de un centenar de superfuncionarios en el poderoso complejo monclovita.Cuando, en la noche -del 2 de diciembre, Felipe González Márquez abandonó su -piso en la balle del Pez Volador para. instalarse en el rosáceo palacio de estucos de La Moncloa, sabía que su vida iba a cambiar profundamente: los lunes, por la mañana, despacho, por separado, con los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa; almuerzo con el vicepresidente Guerra, y despacho vespertino con el ministre de la Presidencia. Los martes, despacho con el Rey, almuerzo en. las Cortes (si hay sesión plenaria). Miércoles, Consejo de Ministros; por la tarde, Cortes y audiencias; jueves, audiencias (por la mañana) y trabajo de despachó. Viernes, ejecutiva del PSOE (a la que no siempre asiste) y más trabajo de despacho. Los sábados también se trabaja en La Moncloa, pese a la confesada admiración hacia la máxina expresada por Schmidt: "Los fines de semana, desconectar". Los domingos hay proyección privada de cine y, todos los días, despacho con los colabóradores más íntimos, el secretario general Julio Feo y. el portavoz Eduardo Sotillos.

Pocas han sido las oportunidades que Felipe González ha tenido de escapar a este esquema, donde se han incluido entrevistas con el líder de la oposición (dos veces), con el secretario general del Partido Comunista de España, con el secretario general del Partido Demócrata Liberal, con el ex presidente Adolfo Suárez (varias, y casi nunca transmitidas a la Prensa), con los presidentes de las juntas autonómicas, con escritores latinoamericanos (García Márquez, pero no Cortázar), con el presidente de la Fundación Ebert, con el presidente de la Unión Mundial Democr - atacristiana, y con banqueros (Luis Usera, Rafael Termes).

Los primeros movimientos sugerían la voluntad presidencial de salir a la calle: seis días después de haber prometido el cargo en La Zarzuela, Felipe González es aplaudido por los oficiales y suboficiales de la Brunete. En la mañana siguiente, el presidente acude a la tumba de Pablo Iglesias en el cementerio civil, abraza a una viuda reciente y recibe el aliento brusco -"Felipe, viaja en autobús, para que veas la realidad"- de los viejos militantes. Pero, apenas dos semanas después, el secretario general-presidente del Gobierno tiene que delegar gran parte de sus funciones en el partido en Ramón Rubial, falta a varias ejecutivas del PSOE y no encuentra soluciones adecuadas al dilema de la relación partido-Gobierno. Sus salidas se fueron espaciando... Felipe González, que, huyendo de la soledad, había renunciado al despacho tradicional en palacio, el que Suárez dejó impregnado de olor a Ducados y Calvo Sotelo vacío de papeles, también se ha ido convirtiendo, y así lo admiten muchos de sus colaboradores, en un nuevo prisionero de La Moncloa. Aunque se trate de un prisionero que, junto con una mesa de billar, ha llevado un nuevo estilo a la residencia presidencial.

El nuevo estilo se ha trasladado también a las dependencias anejas: el propio presidente ha decidido trasladar su despacho de trabajo al edificio de Semillas Selectas, donde, hoy por hoy, se alberga el sancta sanctorum del poder: allí están el vicepresidente Alfonso Guerra, los colaboradores Sotillos y Feo y los miembros del Gabinete presidencial, que dirigen el químico Roberto Dorado y el economista Francisco Fernández Marugán.

Un Gabinete de incierto poder

Cien días después, continúa siendo una incógnita el alcance del poder real, tanto del vicepresidente (quien se definió a sí mismo con el calificativo de oyente), como del gabinete que él controla.El propio Fernández Marugán, un hombre que controla un equipo de ocho destacados economistas, y que elabora papeles para consulta del presidente sobre temas como la reconversión siderúrgica o Rumasa, reconoce que el gabinete presidencial "es una cosa relativamente modesta", algo devaluada políticamente y que no ha alcanzado el desarrollo previsto. Aquel equipo de los cien que, se especulaba, podría haber sido casi un Gobierno paralelo, ha quedado, hasta ahora, en unas cuarenta personas, divididas en siete departamentos, incluidos los asesores militares. Gran parte parecen agobiados por el peso de la línea caliente, el contacto directo con las cuatrocientas personas que, cada día, escriben al presidente y que esperan respuesta.

Hasta ahora, la mayor parte de las quince mil cartas recibidas por la responsable del mantenimiento de la línea, Cristina Pabón, apenas han logrado otra cosa que un acuse de recibo firmado por Roberto Dorado. Pero, medio oculto entre carpetas y manteniendo tenazmente sus deseos de anonimato frente a la prensa, Dorado asegura que todos serán contestados, aunque sabe que casi la mitad de quienes piden una respuesta personal de Felipe González se han dirigido también, paralelamente, al Defensor del Pueblo y a otras instancias: solicitudes de indulto, problemas laborales, pensiones, viviendas y sugerencias, muchas de ellas pintorescas y algunas atinadas, han entrado por la línea caliente.

El grado de influencia del gabinete presidencial sobre las decisiones que finalmente adopta el Ejecutivo parece ser, hoy por hoy, relativamente modesto. Mucho menor, en todo caso, que el de los asesores de imagen Feo y Sotillos, únicos que despachan cada día con el presidente. Faltos de espacio, y siempre confiando en que el complejo presidencial acabe por trasladarse a algún otro lugar mayor y menos aislado, los miembros del gabinete presidencial se limitan a fabricar papeles de incierta influencia, a clasificar cartas y a despachar periódicamente con el vicepresidente. Ayudado por su hermético secretario, Rafael Delgado, Guerra recibe todos los informes, despacha con los ministros -se ha desmentido que éstos envíen cada día un resumen de sus actividades a la vicepresidencia, pero lo cierto es que el número dos aparece puntualmente informado de lo que ocurre en cada ministerio- y planifica. Planifica, lejos de toda responsabilidad concreta.

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