El peregrino en su patria
Wandern es un verbo que representa en lengua alemana algo más que andar. Es también abandonarse al placer que ofrece el camino. El wanderer tiene talante de vagabundo, de explorador, de hombre que se encuentra con la naturaleza, que recibe el impacto del paisaje y que se mezcla con las gentes que halla a su paso. El Wilhelm Meister goethiano es, en su primera parte, la crónica de un largo y fascinante vagabundeo. Digo esto a propósito del hábito del presidente de la República Federal de Alemania, Karl Carstens, de recorrer a pie el territorio nacional en notables caminatas por senderos y rutas de veinte y treinta kilómetros en cada ocasión.Pregunté al gran político, en reciente oportunidad, cuándo y cómo se había despertado en él esa costumbre peripatética. Me dijo que, al comprobar la dura obligación sedentaria de su cargo y la necesidad de una evasión psicológica para descargar las tensiones cotidianas, decidió, durante una vacación veraniega, abandonar su residencia junto al Báltico e intentar con unos amigos atravesar a pie la República hasta alcanzar la frontera meridional junto a Garmisch, en Baviera. Duró el itinerario NorteSur varios meses, yuxtaponiendo uno tras otro los recorridos de las etapas en distintas fechas. Fue una sorpresa tal en la opinión pública que su imagen se vio de pronto popularizada por encima de las críticas partidistas. Las poblaciones locales se movilizaron para acoger calurosamente al presidente andarín. Por razones de seguridad, hubo de establecerse más tarde un calen dario de excursiones de índole más restringida y variada desde el punto de vista geográfico. Eligió senderos de bosque con pre ferencia. Más de un 80% del territorio alemán tiene arbolado suficiente para recorrer a pie, durante cuatro o cinco horas, caminos forestales.
El presidente, al que acompaña habitualmente su esposa, lleva ropa y calzado de campo, y a veces, durante el verano, pantalón corto y rücksack de alpinista. El público ha hecho de este footing del jefe del Estado un acontecimiento multitudinario y, en general, jubiloso. Las gentes de las aldeas y lugares del recorrido lo esperan para acompañarle en el peregrinaje y van dialogando con él, en un coloquio vivo, directo y, en ocasiones, crítico. Su mujer marcha a cierta distancia, manteniendo conversación distinta con otros paseantes. Se hace casi siempre una pausa, y el presidente comparte la merienda campestre con los compañeros de viaje, entre risas y bromas de la concurrencia. Hasta ahora lleva recorridos varios miles de kilómetros en estos fines de semana peatonales.
Es interesante esta experiencia popular y deportiva de un presidente democrático. Recuerdo los paseos de Truman -otro presidente demócrata-, después de su mandato, por las calles de Nueva York. Residía cortas temporadas, durante la pri-
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El peregrino en su patria
Viene de la página 9 mavera, en un hotel de Manhattan y anunciaba a la Prensa que empezaría su paseo matinal a las siete en punto de la mañana. Venían a esperarle a la puerta del hotel treinta o cuarenta periodistas, que marchaban a uno y otro lado de él, cubriendo la acera. En el centro, Truman, pequeño y enérgico, a cuerpo gentil, volteando su bastón, se despachaba a su gusto entre grandes carcajadas de los acompañantes. Eran anécdotas desopilantes o juicios críticos implacables los que fulminaba contra sus adversarios. Yo esperé una mañana en una esquina de Park Avenue para contemplar el paso del curioso cortejo. El ex presidente andaba a gran velocidad y los periodistas se las veían negras para apuntar sus palabras literales y seguir corriendo ( no había entonces magnetófonos portátiles). Los viandantes de la madrugada que iban a su trabajo contemplaban aquella conferencia de Prensa, a paso de carga entre el estrépito del tráfico neoyorquino, con estupor indiferente.Juan Jacobo Rousseau, uno de los pioneros literarios del espíritu andariego moderno, explica en Les rêveries du promeneur solitaire el propósito que le animaba al evocar sus paseos por los alrededores de París o por los lagos helvéticos. Era la meditación íntima lo que iba buscando en el silencio de la naturaleza. El diálogo consigo mismo para ahondar el melancólico y desesperado interrogatorio de su propia conciencia en los últimos años de su vida: "Heme aquí, solo en la tierra, sin hermano, sin prójimo, sin amigo, sin más compañía que mí mismo". Tal era el talante del gran paseante europeo.
De Gaulle gustaba también de ese soliloquio ante los escenarios mudos de su finca de Colombey con la línea azul de los Vosgos cerrando el paisaje al Este. Cuando viajó en sus últimos años por España e Irlanda, residió en nuestro país, durante un par de días, en el albergue de Juanar, en la sierra Blanca, y trepó hasta lo más intrincado y alto del bosque sin hablar palabra con sus acompañantes. Luego, en su visita irlandesa, eligió una de las más bravías y desoladoras playas de la verde Erín para recorrerla a grandes zancadas durante un par de horas, como un gigante abandonado a sus pensamientos en aquel céltico balcón que se asoma al mar del descubrimiento.
Pero al huésped de la Villa Hammerschmidt, de Bonn, no le apetece el recorrido solitario a lo Rousseau, sino el más apacible y poblado de la civilizada selva germánica. Es el peregrino en su patria, para emplear la locución de Lope, aunque en otro sentido que el de su novela de aventuras. Piensa que una sociedad democrática necesita del interés, de la curiosidad, de la más intensa participación de los ciudadanos, y que el jefe del Estado debe estar, siquiera simbólicamente, accesible al encuentro dialogante con los ciudadanos.
Recorrer los senderos y veredas de la foresta inacabable es un ejercicio de compenetración nacional con las gentes más variadas, procedentes de los pequeños núcleos urbanos en su mayoría. En su reciente discurso, pronunciado ante la Asamblea Parlamentaria de Estrasburgo, el presidente Carstens resumió su filosofía política en unos breves pasajes finales: "La democracia", afirmó, "está abierta al caminante. Reniega de cualquier doctrina absoluta, de interpretaciones unilaterales del mundo, de utopías ordenadas o impuestas desde el Estado. Vive con las contradicciones, con las imperfecciones y con los errores de los hombres".
"Está conciencia íntima de la democracia corresponde a la tradición europea en la confianza en la sensatez de los ciudadanos y en el respeto hacia sus libertades. La libertad asume el error y la culpa; pero significa también la responsabilidad del hombre hacia su futuro". El presidente andante me decía que el paisaje y la toponimia y el recuerdo histórico le habían enriquecido sobremanera; pero que su gran aprendizaje se lo debía a lo que le preguntaban los transeúntes, especialmente los jóvenes que acampaban en el trayecto. Nuestro poeta andarín, Antonio Machado, lo resumía de esta manera: "Que el caminante es suma del camino".
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