Extraña proliferación de timos en Valladolid
Valladolid parece haberse convertido en los últimos meses en el paraíso de los timadores. Los expertos en la estampita, las limosnas o el toco-mocho hacen su agosto a orillas del Pisuerga, sin que nadie, policía incluida, encuentre una explicación lógica a este fenómeno. Las informaciones que periódicamente facilitan sobre estos sucesos la Prensa y las emisoras de radio suelen llevar incorporados avisos o notas de advertencia.Pese a ello, siguen produciéndose los timos con una frecuencia que Andrés Hebrero, jefe de la Brigada Judicial, califica de anormal -"Es la provincia de España donde más hechos de este tipo se dan"-, aunque no exagerada. El problema es que las estadísticas muestran una clara tendencia al aumento. En 1982 los timos registrados fueron veintiséis, casi el doble que en 1981. El pasado mes de diciembre se batió el récord: cinco timos y más de millón y medio de pesetas estafadas. El día 16, a una mujer, de nombre Felicísima, le levantaron 700.000 pesetas por el procedimiento de las limosnas o mandas pías.
En lo que va de año ya se han registrado cinco timos, y uno más que pudo ser impedido la semana pasada gracias a que un empleado de la sucursal bancaria donde el timado iba a retirar el dinero conocía a la víctima y a su familia. Era tal la obsesión del engañado, que trató de convencer al operario de que era su cuñado quien le acompañaba. La policía detuvo a uno de los timadores, quien aseguró que era la primera vez que actuaba en Valladolid. Ninguna de las víctimas anteriores le reconoció.
Este es precisamente uno de los principales obstáculos con que se tropieza la policía; los autores de los timos suelen llegar desde fuera y se marchan inmediatamente después de consumar el hecho; los timados no suelen dar demasiados datos sobre ellos; tampoco facilitan pistas importantes de los vehículos, y en muchas ocasiones tardan en denunciar el suceso o explican a la policía que han sido atracados o que les robaron el dinero después de echar una droga o un somnífero en su bebida. Andrés Hebrero recuerda que en una ocasión tardó en convencer bastantes minutos a una señora para que abriera el paquete que los timadores acababan de entregarle. La buena mujer se resistía diciendo que era suyo.
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