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Tribuna:
Tribuna
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¿De bolchevique a reaccionario?

A lo largo del pasado régimen político me vi, como muchos otros compañeros, frecuentemente acusado de bolchevique, de rojo, de comunista, simplemente porque, siguiendo mis convicciones cristianas y mi condición de ministro responsable de la Iglesia, me oponía claramente a todo atentado contra la vida humana y todo lo que hace de esta vida algo deseable: la libertad de expresión, el derecho a ser escuchado, la impunidad contra las torturas, etcétera. Es verdad que me di cuenta de que nadie -mucho menos un teólogo- podía pasar de marxismo; por eso intenté estudiarlo a fondo y hacer de él la valoración que mi conciencia me dictaba.Mi libro Marxismo y cristianismo tuvo varias ediciones a lo largo de quince años, y en cada una de ellas iba añadiendo los logros que el diálogo entre uno y otro había obtenido. Pero nunca me dio por ser marxista. Mis razones tenía, y las expuse con toda claridad. Sin embargo, la tendencia española al maniqueísmo me encasillaba entre los curas marxistas por el solo hecho de compartir con otros la misma lucha contra la opresión y la explotación.

Ahora corro el peligro de ser encasillado de nuevo como reaccionario si digo que comparto la actitud de los obispos españoles con respecto al problema del aborto. Pero no me importa. Reconozco que siempre he tenido una tentación -a la que no siempre hay que vencer- de actuar según un talante un tanto libertario.

Una larga lucha a favor de la vida en todos los planos me impone la coherencia de defender el derecho a la vida de cualquier ser humano, incluso si todavía no ha roto el cordón umbilical que le une a su madre. Por eso no puedo, en conciencia, admitir la moralidad de la eliminación de la vida del feto.

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Pero hay más. El documento de los obispos me da pie para nutrir esperanzas para un futuro inmediato. Durante el régimen pasado, e incluso durante el actual, muchos de los que luchamos por la vida nos hemos visto en apuros para recabar de los representantes oficiales de nuestra Iglesia un apoyo decidido, firme y profético a favor de esta lucha por la vida que llevamos adelante en múltiples frentes. Pero esperamos que de aquí en adelante podamos fácilmente recabar firmas episcopales a favor de Amnistía Internacional y sus campañas por la liberación de presos de conciencia y contra las torturas, de la objeción de conciencia, de la denuncia de los genocidios que se llevan a cabo en tantos espacios de nuestro planeta (sobre todo, en los que se habla español), de la lucha contra todo militarismo y, principalmente, contra el peligro nuclear, de la comprensión de nuestras mismas bases eclesiales que con animosidad y esperanza se reúnen para reflexionar teológicamente sobre la liberación de los pueblos, etcétera.

Hasta ahora tenemos que reconocer que hemos recibido negativas o ausencias episcopales que nos han dolido mucho. ¿Por qué, por ejemplo, no había obispos españoles en el Tribunal de los Pueblos? ¿Por qué tenía que estar allí el venerable obispo de Cuernavaca, don Sergio Méndez Arceo, como para no dar por extinguida la especie de pastores profetas de nuestra Iglesia? ¿Por qué en las reuniones -a veces significativamente masivas- de nuestras bases eclesiales apenas podemos contar con un par de obispos (siempre los mismos), cuando estamos deseando que vengan a cumplir su misión pastoral entre nosotros? Creo que el empuje profético de la última declaración de los obispos, tan poco tempestiva ("predica a tiempo y a destiempo"), será el inicio de una nueva era para nuestra Iglesia católica en orden al compromiso a favor de todo lo que es vida y lleva a la vida.

No arrancar la cizaña

Pero hay otra consideración. La descalificación sobre una ley favorable al aborto no quiere decir que la Iglesia se disponga a emprender una guerra santa contra la actual situación política en la que nos encontramos. Así lo dice prudentemente el documento de los obispos, y así lo han empezado a entender los comentadores. Y es que la Iglesia se ha leído una de las parábolas más significativas del Evangelio: la del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30). España, en este momento, es como el campo al que se refiere la parábola: no todo es trigo lo que en ella germina. Pero no podemos negar que se ha pretendido mejorar la calidad y la fecundidad de la tierra.Sin embargo, la cizaña será inevitable. Y la Iglesia se ve constreñida a llamarla por su nombre; no puede confundir las conciencias de sus fieles haciéndoles creer que la cizaña es trigo, con la sola finalidad de no irritar al poder de turno, aunque se trate de un poder empeñado en superar la deplorable situación anterior.

Pero al mismo tiempo comprende que no se puede arrancar, hoy por hoy, la cizaña; que cizaña y trigo "tienen que crecer juntos hasta la siega", porque, "a lo mejor, al recoger la cizaña, se arrancaría con ella el trigo".

Esta actitud dialéctica de la Iglesia debe convertirse en creíble siempre y cuando a la denuncia del aborto le acompañen las otras denuncias de las que he hablado. Y siempre y cuando se convierta en animadora, impulsora y colaboradora de la nueva sociedad cuando ésta actúe a favor de los marginados, de los explotados, de los oprimidos.

Si esto es ser reaccionario, le pido a la Real Academia Española que modifique sustancialmente el significado del ominoso adjetivo.

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