_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La necesidad de una banca catalana (en minúscula)

Al margen de las valoraciones concretas que efectúan de la crisis, la lectura desapasionada de la mayoría de las opiniones sobre la crisis de Banca Catalana desvela, en unos casos, un grave desconocimiento del papel económico y político de la actividad bancaria y, en otros, un claro intento de aprovechar la ocasión para desacreditar oponentes personales o políticos. La trascendencia del hecho analizado exige, creo, planteamientos más rigurosos.En primer lugar, un buen grupo de comentaristas parece sorprenderse del carácter nacionalista que se da en Cataluña a la actividad bancaria autóctona. Para estos observadores, los objetivos que desde su fundación se plantearon las entidades hoy en crisis y el interés en mantener ahora, pese a todo, la catalanidad son incomprensibles. Otros analistas, antiguos agoreros del desastre, proclaman la imposibilidad de aunar principios nacionalistas y actividad bancaria. Esta es tan solo viable, afirman, si el beneficio puro y simple es el único objetivo.

Tales presupuestos olvidan la importancia de un hecho del que son dolorosamente conscientes gran número de catalanes: el control casi absoluto de los recursos bancarios de Cataluña, esto es lo generado por la actividad de sus habitantes, lo ostentan entidades cuyos centros de decisión y principales intereses se hallan fuera del Principado. Se trata del resultado de una larga evolución histórica en la que han influido desde las mis mas características del desarrollo industrial catalán y la poca visión de futuro de algunos banqueros, hasta la acción deliberada, en alguna ocasión, del poder político central. La excepcional fortaleza de las cajas de ahorro catalanas no puede compensar la dependencia bancaria. Las características de la actividad financiera de las cajas, el control que sobre ellas ejerce el Estado y, hasta tiempos muy recientes, el hecho de estar dirigidas por hombres estrechamente ligados a la dictadura, les ha impedido jugar un papel destacado en el campo de la financiación a las empresas catalanas.

El predominio de los grandes bancos castellanos y vascos en el mercado financiero catalán significa, a ojos de muchos habitantes del Principado, una supeditación a intereses económicos y políticos desligados de la realidad catalana. En definitiva, una pérdida de poder.

En 1968, Ignacio Vilallonga, entonces presidente del Banco Central, lo expresaba con toda claridad: "Yo creo que los presidentes de los grandes bancos de España tenemos más influencia en las cosas de Cataluña que cualquier catalán, por elevada que sea su posición" (Actualidad Económica, 13 de enero). No cabe sorprenderse, pues, de que, ya en 1908, un grupo de empresarios catalanes promoviera una serie de estudios bajo un lema similar al que encabeza estas líneas, ni de que, años después, fuera el líder de la Lliga, Francesc Cambó, el que intentara volver a levantar la antorcha de la banca autóctona.

Los desalentadores resultados de estas iniciativas y de otras posteriores no impidieron que, en una encuesta publicada en 1963 (Moneda y Crédito, nº 84), los empresarios catalanes se mostraran fuertemente reticentes frente a la actividad en Cataluña de los grandes bancos españoles.

Los intereses generales de Cataluña

Es en este contexto de sensibilidad por la recuperación de una parcela clave de poder económico, donde hay que inscribir los intentos pasados y presentes de crear o mantener entidades bancarias de capital catalán. Es obvio que los promotores de tales iniciativas no renucian a obtener de ellas buenos beneficios, y también lo es que no cabe identificar a esos promotores con los intereses generales de Cataluña. Quienes, en este sentido, afirman que no es posible conjugar la rentabilidad indispensable para cualquier banco con la dedicación preferente a los intereses de un territorio determinado, olvidan que financiar empresas y promover iniciativas industriales radicadas en Cataluña, o en cualquier otra parte, no obliga a asumir riesgos innecesarios ni a apoyar actividades deficitarias. Que las formas concretas de aplicación de unos objetivos hayan sido inadecuadas no implica que los objetivos estuvieran mal planteados.

En definitiva, creo que hay que respetar a aquellos que, antes y ahora, se esfuerzan por crear o mantener entidades bancarias de capital catalán, a la vez que hay que subrayar que es factible el objetivo de dedicarse desde Cataluña a la promoción y a la financiación de la industria catalana.

Es, justamente, por la importancia que muchos catalanes conceden al tema de la banca propia, por lo que es necesario pedir explicaciones y exigir responsabilidades desde Cataluña a aquellas personas que, después de una meritoria tarea de fundación, no han sabido gestionar unas entidades que ahora los recursos públicos han de ayudar a sostener. Estas explicaciones son debidas en justicia a quienes en su momento aportaron sus ahorros y, con ellos, su voluntad de contribuir, en un sector clave, a la recuperación nacional, pero también son indispensables para demostrar que no existe maleficio alguno, sino errores de gestión, y que una banca catalana no es tan solo necesaria sino perfectamente viable.

Carles Sudrià es profesor de Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_