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La guerra entre Irán e Irak se ha convertido en un problema insoluble para Sadam-Husein

La tranquilidad de las calles de Bagdad, así como la despreocupación de sus gentes, impide siquiera imaginar que miles de soldados iraníes se están concentrando a marchas forzadas a tan sólo 130 kilómetros en línea recta de esta apacible ciudad. Las fuerzas iraquíes intentarían, según las especulaciones que circulan en la capital iraquí, preparar una nueva ofensiva terrestre en la zona de Mandali, para conmemorar el cuarto aniversario del triunfo de la revolución islámica.

Las gentes recorren Bagdad sin el menor síntoma de inquietud. Los comercios están animados, no parece existir escasez y las numerosas obras públicas que salpican las riber as del majestuoso río Tigris prosiguen con normalidad sus trabajos.Pese a este clima relajado, la continuidad de la guerra se está convirtiendo en un rompecabezas insoluble para las autoridades no sólo de Bagdad, sino del mundo árabe en su conjunto. Cabe el riesgo de que llegue a complicarse más aún. Sadam Husein, presidente de Irak y líder de su revolución laica y progresista, desencadenó formalmente esta guerra en septiembre de 1980, cuando denunció el tratado de Argel suscrito por él mismo y por el ahora difunto sha del Irán en 1975.

Hoy, Sadam Hussein no sabe cómo acabar esta guerra, que amenaza con dar al traste con la notable prosperidad que se aprecia en las principales áreas visibles de Bagdad. Existe algún elemento de colosalismo económico en este país, pero da la impresión de que las inversiones públicas, las grandes construcciones y los planes económicos producen beneficios sociales.Empero, la posición privilegiada de Irak en la cabeza del Tercer Mundo puede irse al traste si esta guerra no acaba cuanto antes. Sus recursos se encuentran dañados por los gastos de la guerra, y la posibilidad de regenerarlos, por la vía del incremento de la producción petrolera, se halla seriamente comprometida al haber quedado prácticamente cerrada a canto y lodo la vía de la exportación del crudo iraquí por el estuario del Chatt el Arab, hoy eje de la guerra irano-iraquí.Rechazo de la negociaciónLas numerosas fórmulas negociadoras propuestas por las Naciones Unidas, la Conferencia Islámica y multitud de entidades y personalidades de todo el mundo no encuentran receptividad alguna por parte de las autoridades iraníes, al parecer deseosas de que Sadam Husein sea juzgado y derrocado por los propios iraquíes.

Estos deseos iraníes distan hoy bastante de poder ser satisfechos, sobre todo porque Sadam Husein no parece contar con grandes rivales políticos internos. La depuración del Consejo del Mando de la Revolución, que el pasado mes de julio pasó de diecisiete a nueve miembros, así como el fortalecimiento de su autoridad como comandante en jefe del Ejército y la incorporación de cinco ministros chútas a su Gabinete, le permiten aún hoy, según los observadores, gozar de una autonomía política todavía grande.

Sin embargo, sus aliados en la zona, jordanos y saudíes sobre todo, se inquietan cada vez más por el peligro que para ellos supone la guerra con Irán. Jordanos y saudíes temen, por encima de todo, la expansión de la revolución islámica y los efectos, presumiblemente corrosivos, que para sus regímenes implicaría tal extensión.

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