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El imperio de la creatividad

¿Quién no es víctima, o al menos observador, de la majadera exigencia de creatividad que padecemos? Cualquier mastuerzo reprocha a cualquier mastuerzo que no sea creativo. Estas dos palabras, creatividad y creativo, atufan ya a hipocresía y a publicidad. La moda de exigir creatividad se difunde a tan insensata velocidad que se llega a pretender hasta que un covachuelista sea creativo. O, lo que es aún mayor necedad, hasta existen covachuelistas que se pretenden creativos. Los llamados creadores (escritores, artistas e intelectuales abajo firmantes) pueden atestiguar la rareza, la casi imposibilidad de crear. Pero tampoco es necesario ejercer una de esas labores supuestamente creativas para, con algo de sentido común, averiguar cada uno por su cuenta las escasas posibilidades de crear que tenemos las humanas criaturas.Además de una mente y de un alma superiores, el creador ha de llevar una existencia bastante regalada. En la pobreza o en la mediocridad, en la ansiedad o en la confusión, desde el rencor o con esperanza, sin coraje, sin ingenuidad no hay quien sea creativo. Lo más que puede exigirse a la mayoría de los mortales -y ya es tarea- no llega ni con mucho a la creatividad creadora, sino a esa actividad diaria de vivir sin saber qué es la vida.

La especie no derrocha las comodidades ni los lujos mentales. El hombre puede observar, estudiar, modificar, ensayar y fracasar. Fracasar -junto a las llamadas ideas creativas de los futbolistas- quizá sea el oficio más cercano a la creación. Pero fracasar tampoco es fácil.

Curiosamente, la sociedad es más creativa que el individuo, y desde luego más creadora. Las creaciones sociales son muy variadas, no necesitan de grandes recursos y, por lo general, se perciben cuando ya han sido aniquiladas por el tiempo. Quienes las perciben antes, pero mal, son los políticos, cuya ocupación consiste precisamente en auscultar el estado de las cosas sociales. La catástrofe consiste en que oír, oyen, pero como escuchan menos que un gato de escayola, entienden lo que quieren entender, en plan sibila. Y de este modo gobiernan a la sociedad, que desearía ser gobernada a su manera, a su modo y manera políticos.

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En toda sociedad sometida a esta clase de equívoco, la manía creativa se extiende a lo plaga, y se llega a pedir, por ejemplo, un ocio creativo, petición, además de tautológica, perversa. Por supuesto que el ocio es la actividad más creativamente inútil del hombre que no es creador. Sin embargo, pedirle que, cuando no haga nada, se le ocurra algo para aumentar las ventas de automóviles o para cicatear las competencias de las comunidades autónomas denota que, bajo la exigencia de creatividad, se oculta una exigencia de rentabilidad.

Y la creación no es rentable. La creación -al menos por la que conocemos- no es ni siquiera apetecible. ¿A quién le apetece que le pidan ideas con la finalidad de que favorezcan el interés del peticionario? Bastante riesgo entraña que haya individuos por ahí convencidos de que tienen ideas.

De las 48 ideas que ha logrado atesorar la humanidad a partir del día en que tuvo la idea de pensar, la idea de libertad es de las que menos necesita de los apremios creativos y la más contaminada por ellos. Se nos piden ideas frecuentemente con el fin -de favorecer nuestra libertad. Probablemente nadie es tan libre como para creer, desinteresada y auténticamente, que los demás lo son. Por lo que parece lógico que nadie pretenda mejorar, con la colaboración del prójimo, la libertad del prójimo y que al prójimo le produzca gozo y agradecimiento la tomadura de pelo.

Cabe sospechar que los que de verdad tienen una idea se la callan, porque ni se les ocurre que eso que han tenido sea una idea. Ningún creador proclama sus ideas, sino sus dudas. La pretensión de que los otros colaboren con sus ocurrencias en apoyo de nuestras ocurrencias recuerda a las marrullerías de Tiberio en sus primeros meses de emperador, tal como las cuenta Tácito, y de cuyos intentos por hacer pensar a sus contemporáneos que el cambio que les ofrecía era el cambio que ellos deseaban comenta el historiador: "Palabras especiosas; en realidad, falsedad y engaño, y cuanto mayor era la apariencia de libertad que las cubría, tanto más pararían en implacable esclavitud".

Nadie debe escandalizarse, ya que el paralelismo no es creativo, sino repetitivo e infecundo, ya que las paralelas sólo se ayuntan en el infinito, una especie de masturbación geométrica. Pero cualquiera puede precaverse de la creatividad de nuestros redentores, repetitivos personajes que no saben ya qué inventar para salvarnos. Ahora siempre que nos negamos a que nos hagan felices, nuestros redentores alivian su frustración y engrasan su buena'conciencia exigiéndonos, en nombre de la solidaridad, que aportemos ideas. Póngase usted mismo la venda en los ojos mientras nosotros le quitamos la mordaza.

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