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Más allá de las apariencias

Las trivialidades y pequeñeces que preocupan a los humanos encubren la verdadera significación de la vida. Hombres y mujeres disfrazan -ante sí y los demás- sus innumerables impulsos con la máscara de la respetabilidad, aunque sean insensibles e irracionales. Quien defiende la autenticidad es un autsider -denominación acuñada por Colin Wilson-: es un foráneo, un extraño, un exiliado. El que está fuera del juego, al margen de la comedia. Tal introversión parece anómala a los que viven en esa sociedad de convencionalismos falsos e hipócritas. El outsider se siente avergonzado de ocultar dentro de sí a una bestia, a un ser animalizado o brutal. Es un problema de conciencia y puede presentarse en diversos niveles: en el metafísico-existencial (Sartre y Camus), en el religioso (Kierkegaard) y en el moral (algunos personajes de Dostoievski). Henri Barbusse nos dice en L'Enfer que su personaje es lo que es porque ve más hondo que los demás, sin que esto signifique que posea ningún genio especial ni que traiga mensaje alguno: su héroe es, sencillamente, mediocre. Como Meursault, en L'Etranger, de Camus. Hemos de insistir en su mediocridad para no identificar a este hombre extraño con el artista o el poeta. ¿Le posee alguna enfermedad? ¿Está dotado de una percepción profunda? Muchos grandes creadores han carecido de los perfiles que dibujan al raro, hallándose bien integrados socialmente, desposeídos de lo que pudiera considerarse una enfermedad nerviosa o un complejo de inferioridad. El outsider puede ser un artista, pero el artista no es necesariamente un outsider. ¿Cómo describirlo en pocas palabras? Lo que fundamenta su ser -opinamos- es un sentido de extrañeza, de reserva, de irrealidad ante la vida. Así, casi se automargina de su medio. John Keats escribió a un amigo antes de morir: "Siento como si me hubiera, muerto y ahora estuviera viviendo una existencia póstuma". Este sentido de irrealidad puede despertarse en cualquier momento. La persona que lo experimenta nunca podrá volver a sentirse como antes. Barbusse nos muestra que el foráneo es un hombre que no puede vivir en el confortable mundo de la burguesía, aceptando cuanto ve y toca como realidad. No es tampoco un bohemio. Ve demasiado hondo o más allá de las apariencias, y lo que ve esencialmente es caos.Para el burgués, el mundo es fundamentalmente un lugar ordenado, ignorando los turbadores elementos de lo irracional: el terror, por ejemplo. Cuando éste surge y amenaza, se agrupa masivamente -como ocurrió hace poco en Nueva York- con los desamparados, los pacifistas, los ecologistas y los jóvenes, para pedir esa restauración del orden sin el cual no le es posible vivir. No lo hace en nombre de ningún principio ético o religioso, sino en defensa propia. Pero el outsider enseña a enfrentarse con el caos. Al novelista inglés H. G. Wells se le había revelado ya -en Mind at the End of Its Tether (1945)- que "el fin de todo lo que llamamos vida está cerca y no puede ser evadido". Si queremos sobrevivir, hemos de clarificar -hasta el límite de nuestras capacidades- nuestras ideas acerca del universo que nos rodea y de los peligros que nos asedian. Hemos de enfrentarnos con el desastre total que amenaza a la especie humana. Y debemos luchar con toda la apasionada concentración de nuestras mentes, no con referencia al pasado, sino a futuros o quizá próximos acontecimientos inevitables. El optimista Wells -que antes decía "si no te gusta tu vida, cámbiala"- se contagia de shakesperiano pesimismo, percibiendo que algo raro ha penetrado en la vida. ¿Adónde vamos? Y quiere creer en que una racionalidad última será restaurada, en que todo lo que ocurre a la humanidad es nube transitoria. Se han desvanecido las antiguas ideas. Cuanto más nos afanamos en el análisis, tanto mayor es la seguridad de nuestra derrota mental. Aún añade: "La pantalla del cine nos salta a los ojos. Esa pantalla es el tejido actual de nuestro ser. Nuestros amores, nuestras guerras y batallas no son más que fantasmagorías danzando en ese tejido, insustanciales como un sueño".

Hay inmensas diferencias entre la actitud de Wells y la del héroe barbussiano, pero poseen en común la esencia fundamental del outsider: la no-aceptación de la vida humana vivida por seres humanos en una sociedad humana. Ambos afirmarán: "Tal vida es un sueño; no es real". Pero Wells va más allá que Barbusse, en cuanto se refiere a una orientación negativa, porque concluyeel primer capítulo del citado libro con estas palabras: "No hay salida, ni redonda, ni de un extremo a otro". Wells contradice su antigua idea de que "toda vida es un fin". Sólo el homo sapiens juega hasta el final. Y su última pregunta es: "¿Puede salvarse la civilización?". Sus frases son terriblemente pesimistas, tanto como las de The Hollow Men, de T. S. Eliot. Aunque la desesperación de este poeta es esencialmente religiosa. También lo sería la de Wells, si no supiéramos que él insiste en hablar del hecho científico, de una realidad objetiva. Sus contemporáneos no dedicaron demasiada atención a estas angustiosas conclusiones. Y menos aún sus posibles lectores de hoy, que anestesian sus mentes con los partidos de fútbol o tenis, con los anodinos programas de la televisión, etcétera, mientras varias guerras siguen su curso sangriento y el terrorismo cobra víctimas en todas partes...

¿Qué harán los hombres cuando vean las cosas como ellas son realmente? ¿Qué harán cuando todos sean outsiders y no se dejen engañar por las apariencias ni por los mitos? Wells nos ha lleva,do al umbral del problema existencialista: "¿Puede el pensamiento negar la vida?".

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Concha Zardoya es escritora.

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