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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una vida en peligro

LA INCERTIDUMBRE que rodea, en el momento de escribir este comentario editorial, la suerte de Saturnino Orbegozo, un hombre de setenta años secuestrado hace más de cuarenta días por una organización terrorista, presumiblemente ETA VIII Asamblea, confirma que las bandas armadas, cuyas autojustificaciones políticas e ideológicas quedaron desmentidas hace tiempo por la brutalidad de sus conductas y por el sentido objetivamente desestabilizador de sus acciones, han hecho de la conculcación de los derechos humanos su principal instrumento de lucha.Mientras la Constitución de 1978 ha abolido la pena de muerte, los terroristas se han convertido en señores de horca y cuchillo que privan a sus víctimas de la vida,- el derecho básico en una sociedad civilizada- sin más argumentos que el odio visceral o que el incumplimiento de una condición de rescate. Mientras nuestra norma fundamental ha prohibido "los tratos humanos o degradantes" y el Gobierno de Felipe González se ha compro metido a imposibilitar en la práctica la supervivencia de esos aborrecibles procedimientos mediante la asistencia, letrada obligatoria al detenido, los terroristas utilizan el secuestro, una cruel técnica de tortura contra el rehén y sus familiares y amigos, como un chantaje para la extor sión de fondos. El doble lenguaje de los ideólogos de las, bandas armadas alcanza, en este punto, su más alto nivel de desvergüenza o de delirio. Porque es necesario un completo cinismo o un cerrado fanatismo para denunciar las eventuales torturas realizadas ilegalmente en un centro de detención y considerar, a renglón seguido, un hecho de guerra esa refinada forma de tortura que consiste en secuestrar a un hombre de avanzada edad y mantenerle encerrado, con su vida pendiehte del hilo del pago de un rescate, durante más de cuarenta días.

La circunstancia de que ETA VIII Asamblea, organización sobre la que recaen las principales sospechas del secuestro, haya guardado hasta ahora una posición ambigua respecto a la autoría del hecho, pone de manifiesto, por lo demás, su incapacidad para afrontar a las cla ras la responsabilidad de sus acciones. Las manifestaciones de los obreros de la factoría Orbegozo y de los vecinos de Zumárraga y Urretxu han desenmasca rado a esos falsos tutores del pueblo trabajador vasco para quienes los asesinatos, los atentados, los atracos y los chantajes no son, desde hace tiempo, más que el intento de conseguir la supervivencia de una sangrienta manifestación de bandolerismo asocial. El secuestro de Saturnino Orbegozo, un capitán de industria que supo llevar a nuestros tiempos el espíritu de innovación y aventura de los viejos ferrones vascos (tal y como novelara de forma parcialmente premonitoria Raúl Guerra Garrido en su Lectura insólita del Capital), y el intercambio de su vida contra el pago de un rescate sacan a la luz la degradación moral de una banda que ni siquiera es capaz ya de inventar justificaciones políticas para sus fechorías.

El regreso al sendero del crimen de ETA VIII Asamblea, tras la autodisolución de ETA VII Asamblea, ensombrece, por lo demás, las perspectivas, en sí mismas débiles, de pacificación del País Vasco a través de la negociación y refuerza la amenaza que representaba ya la continuidad en la violencia de ETA Militar y de los Comandos Autónomos. El presidente del Gobierno, obligado a guardar y hacer guardar las leyes de un sistema constitucional, ha ofrecido a las fuerzas democráticas del País Vasco, representadas en las instituciones de autogobierno, el respaldo de los poderes públicos para buscar todas las salidas posibles al drama del terrorismo. Si el secuestro de Saturnino Orbegozo concluyera de manera trágica, el espacio de maniobra se habría reducido de forma drástica y quizá irreversible. Todavía hay tiempo, sin embargo, para la esperanza y, sobre todo, para el regreso, aun con las huellas de la tortura en su cuerpo y en su espíritu, de un hombre de bien cuyo principal delito, a ojos de los secuestradores, ha sido su capacidad para construir y para dejar a las nuevas generaciones el testimonio de su trabajo y su honestidad.

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