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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Congreso y el Parnaso

EN UNAS recientes declaraciones hechas en Barcelona, el .presidente del Congreso ha denunciado a los mercenarios del desprestigio que trabajan al servicio de los enemigos del cambio en las columnas de la Prensa madrileña. Serían, pues, esos anónimos periodistas de ideología presumibiemente conservadora, y no la constelación de intereses económicos, fuerzas sociales y actitudes doctrinarias que apoyan al partido de la oposición cuyo voto recibió Gregorio Peces-Bárba al ser elegido como presidente del Congreso, los verdaderos y tal vez los únicos obstáculos que el Gobierno de Felipe González encontraría para llevar a cabo su proyecto de reforma. Sorprende, ciertamente, que un teórico de los derechos humanos utilice argumentos semejantes a los que solían emplear los ministros de Información del anterior régimen cuando calumniaban a los escritores de la oposición democrática, para descalificar a quienes ejercen la libertad de expresión con el propósito de criticar a las autoridades. Pero resulta todavía más asombroso que un profesional del poder con cierta experiencia crea sinceramente que los artículos o comentarios aparecidos en la Prensa conservadora de la capital son tan sólo pasajeras nubecillas en el cielo casi despejado de la luna de miel entre el Gobierno y la sociedad, en vez de un simple anuncio de la vigorosa ofensiva política contra los socialistas que los partidos de la oposición lanzarán con toda seguridad en los próximos meses.Pocos días después de esas desconcertantes declaraciones en defensa del prestigio de las instituciones, se ha hecho pública la noticia de que la Mesa del Congreso convocará un concurso literario anual de cuento, novela, teatro, ensayo y poesía, dotado con quince millones de pesetas, y otro premio de pintura, de presupuesto algo más modesto y para una sola convocatoria. Aunque taffl -bién habrá galardones, becas y honores para periodistas, doctorandos e instituciones educativas, cabe imaginar el descontento de aquellos artistas, intelectuales y escritores que hayan sido marginados, por mor de sus especiandades, del mecenazgo parlamentario. En efecto, escultores y cineastas, historiadores y músicos, ecologistas y sociólogos, científicos y economistas podrían sentirse discriminados por no ser los eventuales beneficiarios de la munificencia casi renacentista con la que los administradores de los fondos presupuestarios asignados a las Cortes Generales se disponen a premiar a algunos ciudadanos de la república de las artes y de las letras con miras a reforzar el prestigio del Poder, Legislativo.

No parece, sin embargo, que iniciativas de este género, así como otras apuntadas en las últimas semanas, sirvan para que las Cortes Generales, encarnación de la soberanía popular, reafirmen su autoridad institucional en la sociedad española. El boato de maceros, medallas y pendones inaugurado por Gregorio Peces-Barba nos hace recordar la dignidad de la Cámara, tan discretamente presidida por Landelino Lavilla durante la anterior legislatura. Los anunciados concursos literarios evocan mevitablemente el recuerdo de juegos florales en casinos polvorientos y añaden nuevos gastos a la injustificada elevación de los honorarios de los parlamentarios. La supuesta imparcialidad del presidente del Congreso, cuya renuncia al voto es un gesto parlamentario carante de valor (dada la desahogada mayoría socialista) y un injustificado desaíre a los votantes vallisoletanos, quedó desautorizada por el caluroso ¡muy bien! con el que Gregorio Peces-Barba rubricó una réplica de Rodolfa Martín Villa a Juan María Bandrés y por el trato desigual -impensable en el speaker de los Comunes , que dispensa a los oradores según cuál sea su rango o militancia.

El prestigio de las Cortes Generales es un valor que todos los demócratas quieren ver realzado, como quedó patente en la actitud mostrada por la sociedad española durante la larga noche del 23 de febrero. Ahora bien, nuestros parlamentarios no contribuirán a la ampliación y consolidación de ese deseable y necesario respeto institucional mediante decisiones abusivas (como la autoelevación de honorarios), iniciativas peregrinas (como los mencionados concursos literarios), regañinas encolerizadas a los medios de comunicación (como las impartidas por Gregorio Peces-Barba) o ceremoniales ridículos (como los padecidos el día de la Constitución), sino a través de la eficacia y la ejemplaridad de su trabajo como representantes del pueblo soberano, titulares del Poder Legislativo y controladores de la acción del Gobierno.

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