Una política discriminatoria e hipócrita
La politización antiabortista proviene, en parte, de una manipulación de los datos que lleva a creer que la mayoría es antiabortista. Y el equívoco continúa: una revista nacional titulaba los resultados de una encuesta de 1976: "Mayoría en contra" del aborto, "aunque un 72% se mostró dispuesto a admitirlo en determinadas circunstancias (malformaciones, violaciones, etcétera)"; lo mismo le ocurrió en 1979 y lo vemos en otras encuestas.Si, pues, una mayoría está en contra de una liberalización absoluta, total, una mayoría importante está por el aborto cualificado, en casos determinados. Mayoría que aumenta de año en año, y es muy fuerte en los más jóvenes, más cultos, más activos, de regiones más desarrolladas, etcétera, lo que indica una clara consolidación de esta postura, que coincide con casi todos los países de Europa y América, donde sólo desaprueban el aborto el 33% (mujeres exclusivamente, que lo rechazan más) en Italia; el 25%, en Chile; el 11%, en Hungría; el 9%, en Estados Unidos, y el 5%, en Francia.
El calificar de crimen el aborto procede de una concepción inmovilista, que ignora el devenir, el que la vida es un proceso que no empieza, sino que continúa; que la misma independencia después del nacimiento es ilusoria, aun después de cortar el cordón: durante meses y aun años, el niño, solo, moriría. Esa concepción filosófica imaginaba que todo estaba hecho, creado, perfecto desde el principio. Pero lo que será todavía no es, y el feto será persona, pero no lo es todavía. El ser en potencia es sólo una posibilidad, o a lo más, una probabilidad; es un no ser; simplemente, no es. Creer lo contrario ha llevado el absurdo de llamar asesinos, como el obispo Cesario y el Talmud, al que no se casa joven y tiene todos los hijos que puede, etcétera..
Problema moral y religioso
El aborto no constituye un problema moral, no se califica de crimen en las múltiples culturas de Asia, Africa y Oceanía. Incluso dentro de la cultura occidental y cristiana se encuentra legalizado en casi todos los países, y casi sólo subsisten algunas restricciones legales y oposición de grupos donde hay un influjo directo del catolicismo; incluso en esos países, como vimos de España, sólo una minoría de la población católica mantiene esa prohibición a ultranza.
Aunque ya se hizo con el divorcio y la anticoncepción, resulta cada vez más dificil sostener que se prohíbe el aborto "por ley natural", lo que hace de la inmensa mayoría de la humanidad unos criminales condenados al fuego eterno. Concepción orgullosa, racista, etnocéntrica, incluso ignorante y contraproducente. Porque, ¿cómo justificar entonces que sólo en 1869 Pío IX aboliera la distinción aristotélica y agustiniana entre feto informado y formado y, excomulgara poi todo aborto? Por lo demás, si la Iglesia católica creyera en ser¡o que existe una persona desde la concepción, tendría que bautizar el feto recién concebido para evitar que el 20% o más de almas de fetos que abortaran espontáneamente se encuentren privadas del paraíso; es decir, lógicamente, tendría que prescribir una ducha vaginal sagrada, sacramental, bautismal, después de cada coito, por si acaso...
Aun suponiendo que el aborto fuera un crimen, ¿es caritativo, o incluso simplemente inteligente, pastoral, el condenar abiertamente a los demás por un pecado que, con todo el apoyo privilegiado del Espíritu Santo, etcétera, la misma Iglesia ha cometido, y sin reconocer como pecado hasta el día de ayer? En todo caso, el seguir condenando el aborto en un mundo hoy sobrepoblado, en que los riesgos del mismo son ya menores que los del parto, etcétera, con citas y argumentos milenarios, constituye un verdadero desafío a la inteligencia.
A nivel de la prudencia política, hasta santo Tomás reconoce que no se puede condenar por ley todo lo que se juzga mal, pues eso trae mayores males. Seamos sensatos. Recordemos elementales datos históricos. No olvidemos que antes condenábamos incluso a muerte, por motivos religiosos, crímenes que hoy no tenemos por tales: herejía, ateísmo, adulterio, homosexualidad, etcétera. ¿No se condenaban mucho hasta ayer, social y legalmente, la misma anticoncepción? ¿Cómo seguir, casi solos en el mundo, condenando todo aborto, contra la conciencia mayoritaria de nuestro pueblo y contra la práctica de más de 300.000 mujeres por año? Esa política discrimina a las mujeres ("si los hombres abortaran, el aborto sería un sacramento"), a los pobres, que no pueden abortar o tienen que hacerlo en pésimas condiciones. Resultado de esa prohibición dogmática es la aparición anual de miles de hijos no queridos, que las encuestas demuestran que se convierten en grave problema doméstico y social; la aparición de centenares de anormales, víctimas de intentos fallidos de aborto, y la muerte de muchas mujeres, la gran mayoría de las cuales, casadas y madres de varios hijos. La injusticia de la ley se manifiesta incluso en su misma aplicación: recae unilateralmente sobre menos del uno por mil de los abortos realizados: "Máxima legalidad, mínima injusticia".
El respeto a la vida
La hipocresía llega a extremos increíbles en este campo. En Inglaterra se encontró que los grupos que más se oponían al aborto, médicos y católicos, eran los que más lo practicaban. Se presenta, asimismo, como argumento antiabortista el respeto a la vida. Pero, ¿es verosímil que nosotros, los españoles, seamos más buenos, más respetuosos dcruzadas por una civilización occidental, o simplemente española.
Para comprender la oposición del catolicismo al aborto, que hace que quienes consideran todavía a la iglesia católica como maestra moral sientan escrúpulos para aprobarlo, recordemos su origen y esencia. Como las demás religiones nativistas, el cristianismo se opuso a la civilización imperante, aunque en ocasiones se aliviara con ella, constantinizándose. Religión de oprimidos, de esclavos, para ella todo lo bueno era lógicamente malo y odioso, pues no participaba de ello, e incluso era instrumento de su opresión: la riqueza, el poder, la política, la cultura, la ciencia, la dicha, el placer. Verdadera contracultura, antinatural (sobre-natural), alternativa ideal, se opuso a todas las liberaciones que dejaban al mundo sin esas clases oprimidas que constituían su caldo de cultivo: los siervos, esclavos, colonos, mujeres, etcétera. Todo progreso social amenazaba restarle clientela: así, procuró impedir el paso del feudalismo a la monarquía, del mercantilismo al capitalismo, democracia y socialismo, etcétera. Casi cualquier progreso cultural tuvo que afrontar sus iras, como recuerdan los mismos nombres de Galileo, Maquiavelo, Buffon, Malthus, Marx, Darwin, Freud, etcétera.
Como con la anticoncepción, la oposición desesperada de la Iglesia católica al aborto es un elemento más de su lucha contra la racionalización de la vida, la disminución del dolor y del sufrimiento de este cada vez menos valle de lágrimas, su guerra contra toda liberación aquí abajo que distraiga de su oferta de un paraíso futuro.
Aborto y anticoncepción
Es muy antiguo el recurso al aborto contra la sobrepoblación y lo encontramos en Platón: Aristóteles, Plinio, etcétera. Con el puritanismo se ocultó esta realidad, pero ya Darwin reprocharía a Malthus el olvidar el aborto en su papel histórico de freno poblacional.
A medida que disminuye la mortalidad y hay que recurrir más a la anticoncepción, sus fallos se hacen, lógicamente, más frecuentes -al no haber ningún método del todo seguro-, lo que plantea más y más la necesaria alternativa del aborto, sobre todo en el período de transición a un abaja natalidad: "Las mujeres motivadas consideran el aborto inducido como una mera extensión de la lógica de la anticoncepción", observa Chandrasekhar. Y el doctor Ja Kan Majuna declaraba que se pudo aliviar con anticoncepción y aborto el problema de sobrepoblación de Japón gracias, "primero y principalmente, a que la influenciaa ideológica de la Iglesia católica es insignificante"; y es muy difícil descalificar como anticlerical a un japonés...
Es muy lamentable que quienes más atacan al aborto se opongan también a los anticonceptivos eficaces, con lo que son quienes más terminan abortando, según manifiesta la encuesta inglesa citada de los católicos.
En España, la izquierda también es responsable de muchos abortos innecesarios, por despreocuparse de fomentar los anticonceptivos después de su despenalización: sólo un cuarto de las mujerers casadas fecundas utilizan anticonceptivos legales (INE, 1978).
En conclusión, vemos que el aborto seguirá siendo un crimen sólo cuando se haga contra la voluntad de la mujer, o cuando la propia conciencia, malformada todavía, lo estime así. Será un derecho plenamente reconocido, como ya lo está siendo, en parte al menos, en casi todos los países y grupos sociales. Y será cada vez más un deber, en muchos casos, ante los crecientes problemas de sobrepoblación a nivel global y, a nivel familiar, ante la conciencia cada vez más clara de la responsabilidad paterna respecto a la calidad de los hijos, tanto por las condiciones sociales y psicológicas en que se traigan al mundo, como por sus características genéticas, cada vez más determinables a voluntad; deber acrecentado también por la cada vez más fácil y segura posibilidad física y social de abortar.
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