El tiempo del servicio militar
La reducción de la duración del servicio militar, fórmula que me parece deseable para el contingente, no podría establecerse de forma general más que a costa de la eficacia de las Fuerzas Armadas.Los ejércitos en que sus miembros de base no estuvieran en filas más que un año, y de él, un trimestre en período de instrucción, difícilmente lograrían en ningún momento el grado de adiestramiento requerido para cumplir su función disuasoria.
La sucesión cada seis o siete semanas de incorporaciones y licenciamientos no es tolerable más que en un ejército de instrucción, un ejército como el que proyectó Azaña. Escuela de mando, obediencia, disciplina, respeto a la ley y ciudadanía, pero nunca en un ejército de intervención, capaz de actuar por su sola presencia y de hacer desistir de veleidades agresivas a un presunto adversario. Para lograr estos efectos, las Fuerzas Armadas tienen que llegar a ser un instrumento perfecto, constantemente a punto y lo suficientemente conocido como para que goce de absoluta credibilidad. No hasta que sea eficaz, es necesario que los demás se lo crean, que estén persuadidos de ello.
Lamentablemente, las nuestras no han alcanzado nunca ese grado de perfección, y todo el mundo lo sabe. Sus efectos disuasorios son, desgraciadamente, nulos.
Para salir de esta situación, lo recomendable no es dar pasos atrás, sino adelante. La solución que ofrece la Minoría Catalana, extendida al contingente y al voIuntariado, sería tan nociva que creo resultaría preferible disolver los ejércitos que mantener la ficción a la que quedarían reducidos.
Otra cosa sería si, de una vez por todas, afrontáramos el problema desde una óptica adecuada y diferente. La de distinguir un ejército operativo, fuerza disuasoria del Estado, y un ejército de instrucción, dirigido exlusivamente a los fines que Azaña consideraba como propios del núcleo permanente del ejército y que él diferenciaba del verdadero Ejército nacional, que debía surgir de la movilización.
Hoy el problema es bien distinto. No se trata de llegar a movilizaciones generales, pará las que no habría ni tiempo, ni espacio, ni medios, sino de poseer, en permanencia, una enérgica y poderosa punta de lanza capaz de imponer respeto y, en caso preciso, de resolver en pocas jomadas una situacíón crítica que pudiera presentarse en nuestros puntos vitales: Canarias, el Estrecho, Baleares, norte de Africa. Esto no se puede hacer con hombres que únicamente permanezcan en las unidades nueve meses, tarden dos en hacerse soldados y disfruten una licencia temporal intermedia.
Conseguir una ferza de este tipo, y es lo que necesitamos, exíge en Tierra, y mucho más en Mar y Aire, permanencias más largas en el servicio, y que éste sea voluntario. En contrapartida, el ejército de instrucción, nutrido por el contingente y reducido a los centros de instrucción de reclutas, por los que pasarían todos, voluntarios o no, permitiría reducir la permanencia en filas de estos últimos, incluso por debajo del umbral del año.
La solución que se dé a este problema pasa, necesariamente, por utia profunda y, seria reforma de la estructura de nuestras Fuerzas Armadas, y ésta, por una formulación clara de objetivos polítícos y estratégicos.
¿Para qué queremos a nuestras Fuerzas Armadas? ¿Qué Fuerzas Armadas precisamos para que puedan hacer lo que queremos que hagan? Esos son los dos grandes interrogantes que se nos presentan, y si no les damos respuesta, carece de sentido pronunciarse en pro o en contra de la proposición de ley de la Minoría Catalana.
Definida esa política, lo restante es fácil, a lo menos en teoría, aunque siempre nos quedaría la enorme dificultad de poner el cascabel al gato, sobre todo si el gato está resabiado y acartonado.
De cualquier forma, estoy convencido que un plan congruente y claro sería comprendido y aceptado por todos, aunque exigiera duros sacrificios. Lo primero que habría que señalar era la dimensión exacta y ponderada de las fuerzas terrestres, navales y aéreas, que deberían constituir nuestra fuerza de intervención y que deben ser calculadas con independencia y exclusión de cualquier consideración que no sea la de dar cumplimiento a las misiones que pudiera señalar el Gobierno. El límite de esa potencia vendrá indicado, de un lado, en la mínima precisa para conseguir los objetivos propuestos, y de otro, en que no suponga carga excesiva e insorportable para el erario.
Independientemente de esta fuerza actual y de los elementos de apoyo que precise, la nación a través del contingente, debe preparar a su juventud para, en caso necesario, prolongar su acción en el tiempo y en el espacio. Esta tarea sólo requeriría muy corta permanencia en filas, pero ésta, cuanto más corta, debería ser más intensa y selectiva, y esto parece poco conciliable con la aspiración de tener el cuartel en la acera de enfrente e ir a él en jornada laboral de cuarenta horas semanales.
Los imperativos de la organización castrense: unidad, disciplina, jerarquía, especialización, diversificación y cooperación, indispensables para conseguir individuos perfectamente integrados en las unidades y unidades perfectamente adiestradas para actuar como un cuerpo homogéneo, a las órdenes del poder ejecutivo, impiden que se ceda en demasía a las demandas de la presión social si ésta pone en peligro la eficacia del conjunto.
Corto, sí; pero selectivo
Hoy ya no es deseable ni posible que el Ejército vuelva a ser lo que fueron las milicias provinciales en el siglo XVIII. La complejidad de los actuales equipos de las unidades no lo permitiría. Servicio corto, sí, pero selectivo, dirigiendo a cada hombre a la actividad más en consonancia con sus capacidades, aficiones y aptitudes, y éste es el criterio que tiene que prevalecer y no el geográfico, afectivo o sentimental.
Por añadidura, sería deseable que se prestara en el campo, lejos de la ciudad, en constante tensión y sin más licencias que las indispensables, que sólo se concederían en casos excepcionales para sacar el máximo provecho al mínimo tiempo. Sólo así el servicio podría reducirse a unos pocos meses. En mi opinión, entre cinco y seis.
En una organización dual de este tipo, el problema podría ser el de mantener cubiertas las filas del ejército de intervención. ¿De dónde iban a salir los voluntarios necesarios para cubrir sus plantillas? Esto es lo que hay que estudiar y resolver. En estos tiempos de paro, que quiera Dios que sean breves, no parece difícil, pero hay que procurar que estas circunstancias sean pronto un desagradable recuerdo. Cuando la crisis haya pasado habrá que pensar en ofrecer suficientes alicientes a quienes voluntariamente se presten para constituir el escudo protector de la sociedad, con todos los sacrificios que esto conlleva. Podrían consistir en reservarles, a todos los niveles, muchos de los puestos de las administraciones central, autonómica y local y, por supuesto, todos los de los cuerpos armados del municipio, la provincia, las entidades autonómicas o el Estado.
Lo de rebajar la edad no parece problema mayor, salvo el de la acumulación de reemplazos en el momento inicial, que habría que dilatar enel tiempo, de su puesta en marcha.
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