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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una jornada polaca

LA ESPECTACULARIDAD de la jornada de ayer en Polonia, incluyendo la intervención del presidente Ronald Reagan para anunciar la liberación de Lech Walesa -es decir, en un sentido apaciguador, pero vigilante-, ofrece un grupo de interpretaciones que no parece discordante. En Gdansk se planteaba una conmemoración masiva del aniversario de las matanzas de 1970 (los seis días, del 14 al 20 de diciembre, en los que Gomulka disparó contra quienes prácticamente habían anulado el poder central; Gomulka perdió el poder y los manifestantes, a pesar de sus bajas, percibieron que habían vulnerado profundamente el régimen comunista, y de ahí nació este tramo de historia al que llegamos ahora). En esa concentración tenía que hablar Walesa; algunas copias de su discurso habían llegado a Occidente -quizá por el camino de la Iglesia, si no por el de las embajadas- y parecía un discurso conciliador, en el sentido de las últimas declaraciones hechas por él mismo y en el tono de las del cardenal primado. Sin embargo, se contenían en él algunas frases que para el atentísimo celo de Jaruzelski o de quienes le rodean y le estimulan (no olvidemos que si Walesa se enfrenta a los "duros" de Solidaridad, Jaruzelski tiene también un cinturón de hierro, nacional y soviético, en torno a todas sus acciones) podían significar una continuidad, un llamamiento al mantenimiento de Solidaridad, declarado fuera de la ley por el dictador (en todas las alusiones a la jornada de ayer, la radio de Varsovia repite continuamente la expresión "ex dirigentes del ex sindicato Solidaridad"); la milicia tenía órdenes de impedir a toda costa cualquier acción que fuera a reconstruir el frente de lucha, y hubiera podido ser fatal que Walesa, a quien todavía el Gobierno sigue considerando como interlocutor posible, se viera demasiado envuelto en la radicalización o en la represión. Hubo primero un intento más bien grotesco -las ideas sutiles de los dictadores siempre son burdas- de contenerle mediante una su puesta causa judicial acerca del manejo de los fondos sindicales; ha culminado con algo más natural -remitiéndonos, claro es, a la naturaleza de la dictadura- que es una especie de detención. Especie de detención, por que Varsovia sigue diciendo que la irrupción de milicias con metralletas en el hospedaje de Walesa y su traslado forzoso no es una detención. Será, entonces, un secuestro: un secuestro de Estado. Con este acto brutal, la personalidad de Walesa ante sus compañeros se refuerza: no ha sido él quien ha llamado a la clausura de la convocatoria de Gdansk, no ha sido él quien ha renunciado a pronunciar su discurso. Y, sin embargo, no ha fomentado la manifestación, ni ha reclamado moderación. Sigue siendo un interlocutor válido. Y otra vez todo el foco occidental ha vuelto a iluminarle. El día de ayer fue nervioso en las cancillerías. Francia, sobre todo, elevó al máximo el tono de protesta por todos sus medios; por la noche, conocida ya la liberación de Walesa, el ministro francés de Asuntos Exteriores participaba en un debate sobre la situación en Polonia, donde no pudiera quedar la menor duda sobre la actitud militante de Francia frente a la situación de Polonia y la influencia decisiva soviética en ese país; contrapeso, sin duda, a otras tibiezas que Estados Unidos reprocha a Francia en su actitud general con respecto a la URSS, y contrapeso también a la presencia de los cuatro desgraciados ministros comunistas que se solidarizan en estas declaraciones exteriores de su Gobierno, mientras su partido se expresa de otra forma.La presteza de Reagan al anunciar, antes que nadie -aún sin aclarar sus fuentes, pero se suponen-, la liberación de Walesa parece indicar que no trata de ninguna manera de volverse atrás de su decisión de renunciar a las sancionesgn cuanto Polonia cumpla sus promesas de levantar la ley marcial y liberar a los presos políticos, además de permitir una libertad sindical.

Como se sabe, y como la misma jornada de ayer dejó ver, se trata de ficciones. Podrá levantarse la ley marcial el 31 de diciembre -si sigue adelante el proceso iniciado por la también ficción de Parlamento y la ficción de Gobierno-, que no por ello Polonia será más libre; precisamente se levanta porque Polonia no tiene fuerza para continuar su protesta. Y podrá producirse esta grotesca manera de detener a un ciudadano sin detenerle; y la de conceder una libertad sindical siempre que los sindicatos no lleven adelante sus derechos. Y Reagan podrá, si quiere o si le conviene, mantener a su vez la ficción de levantar unas sanciones que nunca han sido eficaces.

El saldo de la jornada de ayer, donde las manifestaciones o intentos de manifestación fueron tan reducidos por la actuación elefantiásica de la fuerza pública (las noticias son todavía confusas) es el de la demostración de la decisión de Jaruzelsky y sus sombras de mantener el reino de la fuerza, de la capacidad verbal de Occidente para no sobrepasar unos límites y de la ignominia que se sigue y se va a seguir cometiendo contra un pueblo al que se ha castigado con un año de dictadura militar, como continuación a otros 36 años de dictadura fingida o disfrazada de democracia popular.

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