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Los socialistas, en Francia y en España

¿Sigue habiendo Pirineos o las elecciones del 28 de octubre suponen un acercamiento de España a Francia? A decir verdad, su política y sus situaciones respectivas ofrecen en este momento bastantes similitudes... y también bastantes diferencias.En ambos países se ha presentado el cambio desde una posición democrática tras un largo período de hegemonía de la derecha y del centro, sin por ello provocar los incidentes o los dramas que los vaticinadores de desgracias han estado anunciando continuamente. En ambos países, la ascensión y el posterior triunfo de un partido socialista nuevo o renovado han provocado el declive y la consiguiente derrota del partido comunista. En ambos países ha renacido la esperanza de superar la crisis o, al menos, de atenuar sus efectos, de acabar de una vez con el binomio infernal desempleo-inflación, de reducir las injusticias sin por ello comprometer las libertades. En ambos países, los nuevos dirigentes preconizan una política exterior más equilibrada e independiente.

Convendría señalar también que, tanto en un país como en el otro, la victoria socialista ha sido consecuencia de la división experimentada en el seno de la derecha y que los quince millones y medio de franceses que han votado a François Mitterrand no son, evidentemente, todos socialistas; ni más ni menos que los diez millones de españoles que han votado al PSOE.

Se podría esbozar un retrato paralelo de los dos líderes socialistas, que se han educado en colegios católicos, han ejercido durante un cierto tiempo la misma profesión, han sabido, con una voluntad y una habilidad similares, apartar a los antiguos dirigentes socialistas y crear un partido moderno sin referencias al marxismo antes de recurrir, tanto el uno como el otro, a las fuerzas vivas de la nación.

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Por último, hay que tener en cuenta que Felipe González deberá gobernar, como François Mitterrand, teniendo en su contra a la mayoría de la Prensa. Y un sistema informativo conservador por naturaleza es un gran inconveniente para un Gobierno de izquierda.

Las diferencias esenciales

Estas similitudes no deben, sin embargo, hacer olvidar las divergencias y las diferencias. Siempre existen los famosos Pirineos, y Francia no es, desde luego, España. La historia y la geografía han configurado a estos dos países de formas muy distintas. No están expuestos a los mismos problemas ni a los mismos peligros. Política, económica e internacionalmente, sus situaciones no son idénticas. La diferencia política más notable es que, en París, el partido comunista está presente en el poder y, sin embargo, no lo estará en Madrid.

Si Mitterrand ha hecho entrar a los comunistas en el Gobierno cuando no necesitaba sus votos en la Assemblea Nacional, es sólo porque ha querido reforzar la unión de la izquierda que le había elegido y, sobre todo, porque de este modo garantizaba la paz social que le hacía tanta falta. No corría riesgo alguno en el Parlamento, ya, que el partido socialista posee él solo la mayoría absoluta. Si algún día tuviera que perder a sus miembros comunistas, el Gobierno no se vería seriamente afectado. Así, el PCF no está en condiciones de ejercer ninguna presión ni ningún tipo de chantaje.

El riesgo que podía correr cara al extranjero era todavía mucho menor, ya que nadie ha dudado jamás de las convicciones democráticas y europeas del presidente de la República. Desde el 10 de mayo de 1981, la política exterior francesa ha desconfiado de la Unión Soviética mucho más que durante el mandato de Giscard d'Estaing. Así lo han entendido los franceses, ya que la presencia del PCF en el Gobierno no significa nada para la mayoría de ellos, a pesar de una campaña de la derecha que pretende la existencia de una infiltración comunista.

La segunda diferencia entre los dos países es de orden económico. Para afrontar la crisis, Francia no ha tenido que modernizar y democratizar su Administración, como quiere hacer España. Como mucho, Francia hubiera debido conceder más responsabilidad a los representantes locales y regionales, ya que la tradición estatal es antigua y está muy arraigada en este país. De ahí la descentralización.

Más que el Estado, Francia debía reestructurar su industria al tiempo que pretendía dominar el corazón de la economía, que es el sistema bancario. De ahí las nacionalizaciones. Sin duda, el Gobierno hubiera podido limitarse a una participación mayoritaria en los grandes grupos industriales, muchos de los cuales eran ya gravemente deficitarios. El procedimiento hubiera resultado menos costoso y quizá igualmente eficaz. Pero la entrada en vigor definitiva de la ley se ha producido hace casi un año, exactamente en el mes de diciembre pasado, por lo que todavía es prematuro hacer balance.

Ante la situación económica que el Gobierno encontró al día siguiente de la elección de Mitterrand, se promulgaron varias medidas destinadas a aumentar el poder de adquisición, sobre todo el de los menos favorecidos. El presidente tuvo que hacerlo así para cumplir sus promesas electorales y seguir su propio ideal de justicia; creía que todo ello era factible sin que aumentase la inflación. La reactivación del consumo debía implicar también, según sus ideas, un desarrollo paralelo de la producción. Pero el sector comercial y el industrial no han podido responder ante el aumento de la demanda, que se ha dirigido sobre todo a los productos de importación. Además, las economías occidentales no se han recuperado todavía, y se contaba con ello para reactivar las exportaciones. De ahí el déficit presupuestario y el de la balanza comercial, mucho más grave, configurado más bien por un error de gestión que de previsión. Este trajo consigo el frenazo brutal del pasado junio, que permitió reducir la inflación (el objetivo era alcanzar un 10% frente al 14% de 1981) sin que por ello aumentase demasiado el desempleo.

La última diferencia entre ambos países reside en la política exterior, pero es más bien un matiz que una verdadera divergencia. Para Francia, el peligro está en el Este. Pero también mira hacia el Sur: no sin razón se ha llegado a hablar de Mitterrand el Africano.

Francia tiene sobre todo, como España, una fachada atlántica y otra mediterránea. Pero, careciendo de otros Pirineos en su frontera Este, se ha visto obligada a soportar tres invasiones en setenta años.

España quiere salir de la OTAN y Francia no quiera volver a entrar de ningún modo. Es un punto en común. Queda el tema de la Comunidad Económica Europea. Políticamente, Francia tiene más interés que nunca en facilitar la entrada a España, ya que se sentiría así menos sola frente a los británicos y a los alemanes, que ya apenas dominan la situación desde el 10 de mayo de 1981. El reequilibrio enfocado hacia el Sur de la CEE es una constante de la diplomacia francesa a partir del Gobierno de Georges Pompidou. A la vez, Francia contribuiría de muchas maneras a consolidar la joven democracia española, a pesar de que la historia contemporánea ilustra la fragilidad de las antiguas democracias europeas. Si Francia tiene derecho a solicitar ciertas garantías para su agricultura y su viticultura, tiene asimismo el deber de no exigir demasiado a España cuando ésta quiera entrar en la Comunidad. No hay compromisos sin contrapartidas.

Jacques Fauvet ha sido director de Le Monde desde 1970 hasta julio de este año.

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