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Tribuna:GENTE DE LA CALLE
Tribuna
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El taco

Hace pocas semanas estaba con unos amigos en Santiago de Chile hablando de diferencias y de referencias nacionales. "Yo sé", dije, "que en México los españoles somos los gachupines, en Argentina los gallegos y en Perú los godos, pero, y aquí, ¿cómo nos llaman usted?". Se miraron dudando, "por favor, estoy curado de espantos". "Pues aquí", sonrió uno, "les llamamos coños". No hacía falta que me explicaran que el mote era debido al soniquete con que el español puntea continuamente su conversación. Hay quien sin esa muletilla no podría pasar de la segunda frase; como en el caso de Anteo, tiene que tocar una tierra familiar, la del taco, para seguir divagando, explicando y convenciendo. "Yo entonces voy, coño, y le digo, coño, ¿pero qué va a ser esto?, coño. Y va él y me contesta, coño, pues si no lo arreglamos así, coño, ya me vas a contar cómo salimos después, coño, vamos, digo Yo, coño...,'.Ese es el taco en su versión más suave, la de apoyatura verbal a una locución corriente. Otras veces, la misma palabra sirve para dar mayor énfasis. Puede ser de sorpresa, de alegría, de admiración, de susto, o para refrendar una orden, como supimos todos los españoles en la fecha nefasta del 23 de febrero. El "¡se sienten, coño!" famoso, que hería tanto a la gramática como a nuestra sensibilidad ciudadana, el coño como cintarazo verbal tras la voz de mando al amparo de unas metralletas.

Esa indiscreción radiofónica ocurre a menudo en circunstancias más civiles; cuando alguien deja un micrófono abierto puede estar absolutamente seguro de que los radioyentes van a escuchar uno o dos tacos que no tienen que ver con el espectáculo que se está desarrollando. Hace poco, con motivo de la despedida del Papa en Santiago de Compostela, dio la mala suerte de que un silencio del locutor coincidiera con una de esas expansiones tan normales de nuestro país. Y, así, entre un untuoso "el Santo Padre se despide ahora de los miembros de la Conferencia Episcopal..." "España entera ha agradecido a Juan Pablo II" se oyó clara y distintamente: "Pues los de la Iberia que se vayan a tomar...", ya saben ustedes adónde manda el español normalmente a la gente que le cae mal; en ese caso la actividad a que querían que se dedicaran los miembros de la compañía aérea oficial de España realmente no tenía la menor relación física (y mucho menos espiritual) con el solemne adiós al Santo Padre.

El español es naturalmente mal hablado. Al decir naturalmente quiero significar que no se trata de que apele a la palabrota como una catarsis para desahogarse ante un problema que le atosiga, sino a una fórmula tan familiar como un buenos días o un buenas tardes. Y de la misma forma casual que se emplea el coño, el carajo, la puñeta, el jodeeer abriendo mucho los brazos, se encarama al estadio superior del taco que es la blasfemia. Hace poco, un cantaor fue encerrado por haberlas proferido en público en ocasión de un festival, y la extrañeza del culpado y de sus amigos no era fingida. ¡Pero si eso lo decimos siempre en el campo! Parece ser que en las mulas o asnos rebeldes la blasfemia opera como mano de santo contraria. Es decir, que la promesa de las mil cosas sucias que el orador está dispuesto a hacer con imágenes u objetos sagrados -hay blasfemias que indican un gran conocimiento del santoral, de la teología y aún de los ornamentos- produce resultados inmediatos en cuanto al movimiento hacia adelante o el levantarse de una bestia de carga.

Esa defecación literaria tan típica de nuestros labradores y carreteros -hoy al mando de tractores y camiones, pero con la misma tozuda personalidad- indican una familiaridad que muestra los siglos que la Santa Madre Iglesia ha velado por nuestra educación. Y además una auténtica fe, porque, como vio claramente Chesterton, nadie puede maldecir de algo en que no cree, porque sería un esfuerzo inútil y altamente frustrante, como se dice ahora. El escritor católico inglés probaba ese aserto desafiando al blasfemo a decir pestes del dios germánico, Thor, por ejemplo. A quien lo intentara, resumía, le iba a encontrar su familia al cabo del día en un estado de total agotamiento y desilusión.

Sí, el taco, como la palabrota o la blasfemia, forma parte del lenguaje corriente del español. O sea, que lo revolucionario, lo moderno, lo izquierdista sería no emplearlo.

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