¿Y a ti, que te van a hacer?
Yo no sé a cuánta gente le alcanza la pregunta. Pero un número de personas, grosso modo entre quinientas y 5.000, no pueden salir hoy día a la calle o asistir a una reunión de cualquier tipo sin que inevitablemente se les espete: ¿y a ti, qué te han ofrecido? O esta otra: tú, ¿de qué vas? No hay en estos momentos ningún despacho o tertulia donde no se hagan quinielas en relación con esos famosos nombramientos que el PSOE (¿o Felipe González?) tiene que hacer para poner en marcha la operación cambio.La cosa no tendría más importancia si en el fondo no revelase en el cuerpo social cierta tendencia, heredada del pasado, a concebir el Gobierno de la nación como un reparto de poder. Que es exactamente lo contrario de lo que los socialistas han predicado desde sus orígenes como partido. Y que con toda lógica está ejerciendo el próximo jefe de Gobierno, que, se diga lo que se diga, no ha ofrecido nada a nadie, salvo al grupo de sus colaboradores más directos. Es decir, los titulares de una cartera ministerial. Pero si en la cúspide la cosa es así de clara, y el que diga lo contrario miente, en escalones inferiores el río anda revuelto, y las autocandidaturas, vetos, recelos y descalificaciones están a la orden del día apoyados por una notable desinformación periodística, que por una vez se ha encontrado con un techo que no deja lugar a ningún tipo de filtraciones. De modo que, a falta de éstas, se tira de listas y en paz. Y ¡ay de aquel que tiene la desdicha de que su apellido comience por la primera letra del abecedario! Aparecerá en todas. Ayer de esto, hoy de aquello y mañana vaya usted a saber de qué. No le quedará tiempo ni para desmentidos.
El futuro Gobierno, no hay duda, tiene que cambiar a bastantes personas en puestos importantes de la Administración. En la historia contemporánea de España es la primera vez que eso sucede de "una tacada". Los cambios de Gobierno de UCD
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fueron escalonados, se llamaban remodelaciones, y siempre se aprovechó, es un decir, parte del material anterior. Incluida una parte sustancial de clase política franquista que encontró acomodo de diversa naturaleza. en el amplio diván de los aledaños de la Administración. O dentro de ésta misma. Se supone que ahora, y sin depuraciones fuera de lugar, que nadie quiere, las cosas van a ser distintas y que los socialistas van a renovar un aparato en buena parte anquilosado y deficiente. Sin revanchismos, sin pasar facturas de hipotéticos desaires, pero, al mismo tiempo, sin consentir situaciones de privilegio y primas, versus cargos, a gentes que en el mejor de los casos, y sin entrar en pormenores, no se lo merecen profesionalmente o, aunque este tema sea evidentemente más resbaladizo en ciertos niveles de la Administración, porque su ámbito ideológico esté en contra del proyecto socialista, lo que, lógicamente, les incompatibiliza para ejercer cierto tipo de funciones. El PSOE está, por tanto, en su derecho, y también en su deber, de renovar, si lo considera necesario, todos y cada uno de los cargos de nombramiento político. Lo contrario sería una dejación de sus responsabilidades. El proyecto de cambio, votado mayoritariamente por los españoles, lo han de ejecutar hombres identificados con él, y no deja de resultar, cuando menos extraño que algunas personas esperen su cese y no den el primer paso adelante con una dimisión que viene necesariamente dada al quedar su ideología fuera de la política gubernamental anunciada.
Dicho lo anterior, que resulta obvio, no parece que se justifique el trasiego de nombres lanzados a la palestra sin otra consistencia que la relativa sonoridad de algunos en los cotarros periodísticos o las autoproclamaciónes por vía de rumor. El dichoso ¿qué te van a hacer? refleja de manera más o menos consciente un rechazable concepto de la vida pública que da por supuesto que ésta o son cargos o no es nada. Sorprende la insistencia, en primer lugar, porque la política, y mucho más si es socialista, no tiene que dar nada a nadie, sino exigir a quien se considere adecuado (adecuación no necesariamente coincidente con los merecimientos del pasado, la posesión o no decarné o estar en el ranking de radio macuto) el ejercicio de una responsabilidad. Y en segundo, porque hay muchos modos de colaborar en un proyecto político sin necesidad de tener obligadamente que entrar en el organigrama. Al parecer, en este país siempre te tienen que hacer algo si se considera que han ganado los tuyos. Concepto patrimonialista del ejercicio del poder que el PSOE haría muy bien en desmontar de una vez por todas. Aquí no hay que hacer nada a nadie. Aquí hay que arrimar el hombro para sacar la democracia adelante. Sin distribución de una sola prebenda y, dentro de un esquema ideológico ampliamente interpretado, profesionalizar el Estado, que buena falta hace, y teniendo en cuenta que profesionalizar no es burocratizar ni mucho menos desideologizar. Uno de los peligros que los socialistas tienen delante es tecnocratizar por un lado, y por otro, compensar la moderación de su programa a base de nombramientos que "caigan bien" en algunas federaciones o agrupaciones donde un cierto concepto de la militancia es el único rasero a aplicar para juzgar la adecuación entre una persona y un cargo. Una militancia por lo demás absolutamente respetable y que ha luchado a brazo partido por el triunfo de su partido, que no puede esgrimirse a favor, aunque, por supuesto, tampoco en contra, para ejercer determinado tipo de actividades que son políticas, pero también sustantivamente profesionales.
De modo que vamos a ver si el paisanaje se olvida de¡ ¿qué te van a hacer?, ambigua expresión de otros tiempos que corresponde a usos y costumbres que deben tirarse por la borda cuanto antes. La misión del PSOE en los ineludibles nombramientos que tiene delante no es hacer a nadie lo que no es, sino potenciar y canalizar el impulso que ha recibido de las urnas para un proyecto político progresista donde no caben los cargos y sí las responsabilidades. Sería un error, y muy grave, limitar esa responsabilidad a quienes van a ser llamados a ejercerla dentro de la Administración. Apañado estaría el proyecto político de cambio si descuidase lo que unos llaman iniciativa privada y otros preferimos llamar potenciar el entramado civil de la democracia. Pocos serán, lógicamente, y aunque lleguen a esos famosos 5.000 nombramientos, los elegidos. Pero los llamados han de ser los treintaitantos millones de españoles. Por tanto, la pregunta ¿y a ti, qué te van a hacer? sólo tiene una respuesta: me gustaría ser ciudadano de un país más libre y más justo. El resto es paisaje y, con mejor o peor intención, proyectar hacia el futuro los vicios del pasado.
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