Las conversaciones sobre joven poesía muestran la evolución de los 'novísimos'
Cuando ya están a punto de clausurarse, las Terceras Conversaciones sobre Joven Poesía se van convirtiendo en un exponente del interés actual por el género, visible en la abundancia y calidad del público, y también en una ocasión poco común para hacer un balance de la situación actual de la poesía. Un análisis ceñido al grupo generacional de los novísimos, en el que se comprueba la diversidad actual de unos poetas que tuvieron un origen común, y que ahora se distancian. Y también, de apuntar la expectativa creada con la irrupción de algunos poetas jovencísimos, sólo editados en revista.
El éxito de las III Conversaciones sobre Joven Poesía que se vienen celebrando en el Ateneo de Madrid es tal que el lunes eran muchos los espontáneos que seguían pidiendo al organizador, Antonio Bestard, que los mantenga semanalmente, y de hecho, corría para la firma una carta a la dirección del Ateneo de Madrid, que en este caso ha puesto simplemente el local, carta que algunos leían como el planteamiento de una alternativa más viva y actual a las aulas poéticas ateneísticas, con las que podría convivir una más atenta a la poesía última.Pero ese no es más que el síntoma de que, después de diez años de maduración, una estética que apareció como de ruptura y que ha ido madurando en una serie de voces poéticas cada vez más importantes, se ha convertido en el ambito poético de toda una generación. Eso al menos creen Luis Antonío de Villena y Francisco Brines, poeta de una generación anterior, pero nada ajeno al movimiento novísimo, así como Félix de Azúa y Marcos Ricardo Barnatán, participantes en estos encuentros.
Para centrar el tema, De Villena distingue los que él llama en broma "los siete magníficos" -"Féliz de Azúa, Guillermo Carnero, Antonio Colinas, Marcos Ricardo Barnatán, Leopoldo María Panero, Jaime Siles y yo mismo"-, lista a la que tanto Brines como Barnatán añaden, aunque ahora escriba en catalán, el nombre de Gimferrer, cuyo libro Arde el mar fue, junto con Dibujo de la muerte de Gillermo Carnero, "la señal de que algo nuevo estaba ocurriendo en la poesía española". Su correlato crítico está aún por hacer, según la ponencia de Vicente Molina Foix, y el poeta, novelista y crítico de arte, cine y ópera, convocaba a tal efecto a la crítica deconstructivista de los revisores de Derrida en los Estados Unidos, especialmente al maestro de Yale, Harold Bloom, degraciadamente poco traducido en España.
Nuevos caminos
Pero las Conversaciones han servido para ver los caminos seguidos por estos poetas. Entre los últimos participantes, los poemas nuevos de Félix de Azúa -cuyo turno de lectura fue el lunes- han resultado soprendentes por la atención más narrativa y la mayor profundidad de pensamiento muchas veces mágico. Se abre, tras los cinco libros publicados ya, una nueva etapa de su poesía, más dirigida a la recuperación de la nostalgia, a la que Azúa era casi alérgico. Son poemas, estos del libro La Farra, que publicará Hiperión, pensados casi como escenas teatrales o cinematográficas, con momentos de ternura sustantiva, que pocas veces se había permitido antes.Los de Leopoldo María Panero, que leyó ayer, son -y en eso hay unanimidad- una sopresa: toda la pasión que siempre ha desplegado en su poesía se contiene ahora en unos moldes clásicos, y es como si esos temas terribles que rozan el incesto o el amor edipiano, o la coprofilia, o la atención autodestructiva del cuerpo, se expresaran como en los viejos mitos trágicos que los han encarnado, pero llenos de vida. Como defiende Luis Antonio de Villena, "es que ahora la moral nos permite ser clásicos, y no simplemente neoclásicos".
"La existencia de un mundo propio"
Brines, un juicio sereno y ponderadísimo, señala "la existencia de un mundo propio", en Panero y también en Barnatán a quien corresponde leer hoy El oráculo invocado, que publicará Visor. Un mundo, en este caso, cuya diferencia está, dice Barnatán, "más que en mi lado americano, en la inocultable influencia de la tradición judía, que es hoy una cultura europea, aunque en sus orígenes fuera mediooriental". En la recuperación de la tradición judía están empeñados también otros poetas españoles, como Valente que "afortunadamente ha leído kábala, a Paul Celan, a Edmond Jabés, a otros importantes poetas judíos europeos".Y ya nadie se lo discute a Antonio Colinas o a Luis Antonio de Villena, que apunta, como característica de lo hecho por sus contemporáneos, la recuperación no sacralízadora de los clásicos, que reemplazan a esos otros mitos urbanos señalados por Castellet. La generación que viene detrás, según todos los indicios, ha sido descubierta por Vicente Molina Foix en la revista Poesía: cinco nombres -Mario Míguez, Luis Cremades, Amadeo Rubio Eguren, Alfredo Francesch y Leopoldo Alas- que son, dice su antólogo, "una generación ecléctica, y desinhibida, que no ha tenido nuestra necesidad iconoclasta y parricida, porque la limpia ya la habíamos hecho los novísimos".
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